Parte 2: La mudanza

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El viaje fue tan largo como Lincoln había esperado. Luan paró de contar chistes alrededor de las dos horas de viaje, algo que los otros dos agradecieron en silencio, ya que no podían oírla por demasiado tiempo. Apreciaban mucho el sentido del humor de la comediante, pero la castaña tenía que aprender a detenerse. Lori se sentía un poco cansada, pero era compensada por la emoción y el entusiasmo con el que esperaba su nueva vida.

En la casa Loud ella era el eslabón que mantenía la casa en orden más que feliz; de la felicidad se encargaba Lincoln. Sin embargo, todas se sentían seguras cuando Lori estaba de su lado, y es que, al ostentar la autoridad, uno tiene cierto poder sobre los demás. Era cierto que Lori abusaba unas cuantas veces de ese poder, pero conforme se hacía más adulta, esa autoridad se convirtió en verdadero cariño y cuidado de sus hermanas menores. Sí, era verdad que pasaba mucho tiempo hablando con Bobby en su celular, pero podía llegar a ser realmente una buena persona.

Prueba de ello fue cuando acompañó a Lola a su más avanzado concurso de belleza, cuando le dio consejos a Lincoln sobre como un chico se puede acercar a una chica, o cuando ayudaba a las demás, junto con Leni, a elegir qué vestir.

Pero eso quedó atrás. Ahora estaban solo ellos tres, en vista de una nueva vida, y la perspectiva de vivir en una casa mucho más tranquila y silenciosa que la anterior.

Lincoln no podía dejar de imaginarse en cómo sería su nueva casa. Si le gustaría, si estaría cómodo, si se asustaría, si tendría problemas en las noches; en fin, que la lista era interminable. No obstante, mientras se detenían para comer y descansar un poco, tuvo una clara visión de cómo sería su nueva vida.

El hambre les hizo mella, y se detuvieron en una tienda para almorzar y estirar las piernas. Al no tener señal, Lori hablaba animadamente con Luan, quien, aunque sacaba un chiste de vez en cuando, su optimismo la hacía una compañera ideal para platicar. No hubo peleas ni discusiones, solo la agradable charla de tres hermanos en una tienda. Después de un rato, continuaron su viaje.

Luan sintió sueño de repente, y Lincoln la dejó recostarse en sus piernas.

- Ay, Lincoln, como crees -dijo entre risas- No tienes que hacerlo. Puedo dormir junto a la ventana.

- Pero quiero que estés cómoda.

Conociéndolo, Luan sabía que Lincoln no descansaría hasta que aceptara, así que suspiró y se recostó. Se mantuvo un rato en silencio, tratando de conciliar el sueño, pero justo antes de dormirse, se le ocurrió decir:

- ¿Sabes? Este tipo de gestos es lo que una chica espera de un chico... eso creo...

- ¿Qué?

- Yaaawwwnnn... Hasta mañana...

- ¡Luan!

No sirvió de nada. Se había dormido.

- Tranquilo, Lincoln. Ella sólo dice que eso es algo que deberías hacer en caso de que te guste alguna chica. Muchas lo aprecian, aunque... ya no tanto como antes. Y no todas. Pero vale la pena intentarlo -explicó Lori mientras conducía.

Lincoln creyó comprender. Sentía tanto aprecio, cariño y amor por sus hermanas que se sentía con ganas de hacer ese tipo de acciones, algo que cuando tenía once años no hacía de muy buena gana, no tanto al menos. Cinco años después, las cosas eran distintas. Pero... Seguía sintiéndose muy extraño al separarse de sus hermanas. Supo entonces que extrañaría muchas cosas que generalmente hacía con su familia. No importa qué tan pesadas, a veces egoístas o incluso agresivas podían ser sus congéneres, él las quería, y dejarlas no iba a ser fácil.

Aunque eso sí, tenía a la comediante y a la cabeza de familia con él. Le acarició la cabeza a Luan suavemente, con lo que sintió un lado paternalista que no sabía que tenía. La comediante era mayor que él, pero a veces sentía que era menor. Le acomodó la cabeza, y la dejó dormir todo lo que quiso. Casi sin darse cuenta, él también cayó dormido.

Cuando uno viaja en la misma posición por horas, no se da cuenta de que se ha acostumbrado al vibramiento del vehículo en cuestión. Y la ausencia de este movimiento fue casi un despertador para los hermanos.

Justo cuando Lori apagaba el motor y suspiraba cansada, ambos despertaron.

- Listo, chicos, despierten. Hemos llegado.

Por alguna razón, todas las expectativas que tenía Lincoln desaparecieron, ya que temía haber cambiado su vida por una habitación en ruinas. Pero fue cosa de unos segundos, cuando vio que en realidad era realmente un departamento en muy buenas condiciones, pero por sus dimensiones, bien podría incluso llamarse casa. Al entrar, el piso rechinó de lo limpio que estaba. Los muebles, de no haber sido por una ligera capa de polvo, y uno que otro rasguño, parecían nuevos, y su cama era casi tan cómoda como la que tenía en su otra casa, aunque no notó diferencia.

La cocina estaba a rebosar de espacio, aunque faltaban los utensilios que Lori traía en una de sus maletas. La salita era apacible. Una televisión ocupaba la mesa, y había suficiente espacio en los dormitorios.

Sus cosas eran otro cantar, y se sintieron sobrecogidos al imaginarse el intenso trabajo que les faltaba. Pero como Lori estaba cansada de manejar, los otros dos se encargaron de desembarcar la mayor parte de las cosas. Ninguno se quejó; tenían muy vívido el recuerdo de una Lori enojada. Sin embargo, en esos momentos Lori no parecía tener ganas de hacerlo. De hecho, se había quedado profundamente dormida, con dos maletas medio abiertas a su lado.

Pusieron sus respectivas maletas en sus nuevos cuartos, acomodaron los muebles a sus gustos, arreglaron y personalizaron sus cuartos, pusieron lo que hiciera falta en la cocina, la sala, los acomodadores, los armarios, y lo más raro (al menos para Lori y Luan) descansar en su propio cuarto. En muy pocos momentos de sus vidas habían tenido un cuarto para ellas solas, por lo que era una agradable novedad, aunque dejaba una sensación melancólica.

Después de unas horas en las que dieron casi las nueve de la noche, por fin terminaron. Había sido un día muy largo y cansado, por lo que pidieron pizza. Lori marcó un número en su teléfono.

- Sí... Sí, tráigannos diez pizzas...

- ¡No, Lori, ahora somos solo tres! -se apresuró a decir Luan.

- ¡Ah, sí! No, perdone, serían solo dos... Sí... A esta dirección... ¿Con...?

- ¡Pepperoni y salchicha! -gestionó Lincoln.

- ...Pepperoni y salchicha -confirmó Lori- De acuerdo, gracias... Buenas noches.

Estaban hambrientos, así que esperaron con paciencia. Cuando la pizza llegó unos diez minutos más tarde, no hubo la típica pelea por la pizza, agarrando enormes porciones antes que nadie. Ahora solo hubo una tranquila cena. No dejaban de ser ventajas, pero extrañaban un poco a los demás. Las viejas costumbres nunca mueren.

Pero mientras disfrutaban su cena, el albino pensó que su nueva vida estaba a punto de comenzar.

Lo que nos unió al finalWhere stories live. Discover now