21. Hijo de la noche

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Londres, Inglaterra, 1663

Fuego. El fuego que corría en sus venas lo estaba matando de dolor. Sabía que en algún momento esa tortura debía terminar. Las patatas podridas a su alrededor no eran una gran ayuda para distraerlo.

¿Por qué yo? ¿Qué hice para merecer esto?

Él era consiente de que su vida ya no sería igual a partir de ese momento. Podía recordar con gran claridad como había guiado a un grupo de hombres hacia un aquelarre de vampiros auténticos. Recordaba como uno de esos vampiros había salido de su escondite y se había alimentado de un par de personas, también quiso alimentarse de el, pero por alguna razón simplemente se limitó a morderlo, provocando que el fuego corriera por sus venas. Por instinto se había arrastrado a un depósito en donde guardaban patatas que ya estaban podridas debido a que nadie se acordaba de que estaban allí guardadas.

Quería gritar, quejarse, pedir ayuda, pero muy en el fondo sabía que eso era inútil. Los gritos solo atraerían la atención de las personas, algo que no necesitaba en ese momento. La ayuda tampoco serviría porque nadie podría entender su dolor, nadie comprendería lo que significa sentir que todo tu cuerpo arde como si estuviera envuelto en fuego. El silencio era su mejor opción, debía ser fuerte y resistir.

Las horas pasaron, aunque no estaba seguro de si eran horas, días, semanas o años, solo sabía que el tiempo pasaba gracias a la luz del sol que apareciat o desaparecía. A veces tenía momentos de lucidez, a veces se dejaba arrastrar por la locura y se evadia del mundo exterior.

En medio de su tormento personal percibió que el dolor comenzaba a disminuir, algo que podría ser bueno o malo. Primero fueron las puntas de los dedos. Luego sus manos y pies estuvieron libres de dolor. Sus brazos y piernas fueron los siguientes. Todo parecía indicar que el alivio estaba cerca, todo hubiera sido perfecto si ese fuego que lo estaba torturando no se estuviera concentrando en su corazón. Quiso sentarse pero el dolor en su pecho era demasiado fuerte y lo obligaba a tumbarse en el suelo de madera. En medio de la desesperación se arrancó la camisa para poder formar una bola y morderla, quizás de esa forma pudiera gritar y manifestar su dolor. No supo cómo y cuándo sucedió, simplemente supo que el fuego desapareció y se llevó el dolor.

Un rayo de sol se colo por una pequeña abertura ubicada en una de las tablas de madera que estaban encima de el. Lo que captó su atención fue la luz de colores que ese rayo provocó, como si el rayo hubiera impactado en una piedra preciosa. Se movió un par de centímetros para buscar la gema y el brillo desapareció. Su ceño se frunció antes de percatarse de que su visión no era la misma. Antes era capaz de ver pequeñas motas de polvo a través de los rayos del sol, sin embargo, ahora podía ver motas de polvo en el rincón más oscuro de la habitación en donde se encontraba. Lo más alarmante no fue eso, lo que lo sorprendió fue descubrir como una araña diminuta fabricaba una telaraña. Era imposible que pudiera ver eso, sobretodo en la semioscuridad en la que se encontraba. Él se sentía como si hubiese estado ciego y gracias al dolor su visión hubiera mejorado.

Otra cosa que mejoró fue su audición. Podía escuchar a la pequeña araña caminar sobre su propia telaraña, también podía escuchar a las personas caminar sobre él, algo perturbante fue poder identificar cada pisada, escuchar sus corazones y también algo cálido que corría por sus venas.

Su garganta comenzó a arder al percibir grandes cantidades de un aroma dulce y cálido, un aroma de algo que prometía calmar la repentina sed que sentía. Desesperado, llevó su mano derecha a su garganta para poder intentar calmar el dolor en su garganta a causa de su salvaje sed. Ese movimiento, realizado a una gran velocidad, le hizo descubrir dos cosas alarmantes: su piel brillaba y ya no tenía pulso.

Por un momento olvidó la sed y observó su mano debajo del rayo de sol. Él siempre tuvo una piel pálida, sin embargo ahora era más pálida, era como la piel de un cadáver. Era lisa y parecía dura aunque era suave y cálida al tacto, como un mármol envuelto en seda. Además de su color y textura extraña, podía brillar bajo la luz directa del sol, como si estuviera cubierta de diamantes. Retrocedió tanto como el pequeño espacio se lo permitía, asustado al comprender que se pondría a brillar en el instante en que saliera de su escondite. Angustiado, colocó su mano en su pecho. Para su sorpresa, su corazón ya no estaba latiendo, ya no podía sentir nada.

Segunda oportunidadWhere stories live. Discover now