33. ¿Quieres casarte conmigo?

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Ashland, Wisconsin, Estados Unidos, 1921

–Dime que es una broma.

–No lo es -sonrió–. Necesito tu ayuda, tú sabes de anillos y esas cosas.

–Es una locura –ella cruzó sus brazos y miró con apatia los anillos.

–Es amor –el anunció con ilusión. En respuesta, ella bufó y rodó los ojos. Alec rio un poco y continuó observando los anillos.

Hace tres años que Renesmee es una vampira. Ella y Alec se llevaban bien desde el principio y se hicieron novios, fue difícil, pero él lo logró. Ella era muy cálida, su temperamento era suave y delicado. A pesar de su inocencia, Renesmee poseía un carácter fuerte y amable que se escondía detrás de su sonrisa angelical. La timidez que manifestaba al principio, la fue perdiendo con el correr del tiempo. Sus ojos perdieron el rojo característico de los neófitos y se convertieron en dos preciosos ambares. Con el tiempo abandonó su actitud sumisa con Jane y comenzó a responderle con firmrza.

Carlisle se sentía alegre al ver la armonía en el hogar. A pesar de que Jane y Renesnee no eran las mejores amigas, se respetaban y no intentaban matarse cada cinco munutos. Alec había hablado con Carlisle varias veces y el doctor estaba de acuerdo con su relación con Renesmee, includo estaba feliz con los planes del ex Vulturi.

Después de tres años de citas, poemas y canciones, Alec estaba seguro de que Renesmee era la mujer de su vida. Ella era todo lo que él deseaba y necesitaba. Sabía que ella lo quería, debido a que sus gestos tímidos cada vez que el joven tenía la osadía de besar su mano lo confirmaban. Él estaba ansioso y quería besarla, pero hacerlo era incorrecto, debía esperar a la boda para poder probar la dulzura y suavidad aparente de los labios en su novia. Lo único que podía hacer era abrazarla, algo que disfrutaba bastante. Sentir su cuerpo pequeño entre sus brazos durante unos instantes era la mejor de las sensaciones.

Después de muchos chantajes y mimos, el castaño pudo convencer a su gemela de que lo acompañara a buscar anillos de boda para proponérselo Renesmee. Llevaban horas buscando y aún nada lo convencia. Quería que fuera perfecto como la futura dueña, no obstante, todos le parecían vulgares para ella.

–¿Este? –la voz irritada de Jane lo hizo volver al presente y contemplar el anillo. Era demasiado sencillo. Solo se trataba de una banda de plata con una perla.

—No –dijo frustrado.

–¡Este! Estoy harta de ver anillos, así que comprarás este, te guste o no –le mostró un anillo de oro blanco y esmeraldas. No le convencía mucho, no obstante, las esmeraldas le recordaban sus ojos.

Jane era buena a pesar de ser capaz de dar miedo cuando lo deseaba. Su paiencia se estaba agotando, por lo que a Alec le convenía aceptar su propuesta en silencio.

Volvieron a casa en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos. Jane estaba enojada, apretaba sus puños constamtemente, sus ojos eran dos llamas doradas y solo le faltaba gruñir para termimar de expresar su mal humor. Alec trataba de calmarla pero era inútil, la conocía demasiado para saber que su malestar era a causa de su posible boda con Renesmee. Lo intentó varias veces, pero jamás entendió cuál era la razón de su rechazo hacia la mujer con la que deseaba compartir su eternidad.

Ella se encerró en su habitación sin decir nada. Él no iba a molestarsd por ella en este momento, Renesmee era más importante. Pasó por su habitación unos instantes para cambiarse, luego fue a buscar a la cobriza más hermosa del mundo. Ella estaba junto a Carlisle jugando ajedrez.

Renesmee escuchó a Alec cerca de ella y sonrió. No sabía que había pasado con Jane, quien se veía muy molesta cuando cerró la puerta de su habitación. Alec parecía tranquilo, incluso feliz cuando se acercó a ella. Carlisle, pacientemente Le estaba enseñando a jugar ajedrez, un juego complicado que requería de mucha lógica y estrategia. Él le estaba ganando, pero se sentía bien pasar tiempo con él, su nuevo padre.

Hace tres años que vivia allí y ya se sentía parte de la familia. Carlisle era el padre que siempre había querido. Era atento, siempre estaba presente, se preocupaba por ella y la aconsejaba.

Alec también era bueno, atento y considerado con ella. Por lo general estaba de buen humor, hoy no era así. Estaba nervioso, las palabras se le trababan y evitaba mirarla a los ojos. Algo le pasaba pero ella temía preguntarle y perturbarlo más.

Alec la invitó a salir y ella accedió sin dudar. Después de tanto tiempo juntos, había perdido la timidez y sabía que él no le haría nada incorrecto. Iban a más distancia de la normal, viendo a las familias pasear y disfrutar del clima agradable. Llegaron a una plaza y se sentaron a la sombra de un árbol, mirando hacia la nada sin decir una palabra. Ella quería ser paciente, las buenas mujeres siempre esperaban que los hombre tomaran la iniciativa, sin embargo, Alec no decía nada y su paciencia se acababa.

–Alec, querido, ¿qué es lo que sucede? –ella acarició su mejilla y él tomó su mano para besarla. No era correcto, sin embargo, no iba a decir nada.

–Mi Renesmee, mi dulce Renesmee... –suspiró y la miró a los ojos.

–Puedes decirme lo que sea que te pase, ¿no confías en mi?

–Si confío, es solo que... –un suspiro escapo de sus labios antes de ponerse de rodillas delante de ella–. Renesmee, ¿Quieres saber cuál es mi problema? –preguntó algo desquiciado–. Te quiero. Me encanta tu nombre. Me encanta la forma en que me miras. Me encanta tu hermosa sonrisa. Me encanta como transformas un pésimo día en uno radiante, lleno de alegría... Ese es mi problema. No puedo parar de pensar en otra cosa que no seas tu. Estoy concentrado en ti y sólo pienso en nuestro amor. Renesmee, me enloquece hasta el punto de perdé la razón, por eso yo –abrió una caja pequeña y le mostró un anillo–, ¿me concederías el honor de casarte conmigo?

Silencio. Renesmee abrió los ojos sorprendida, incapaz de creer en lo que él le estaba diciendo. Que quisiera casarse con ella era hermoso y trágico. Lo amaba profundamente y deseaba decirle que si. Sabía perfectamente que él era bueno y la cuidaría, pero tenía miedo. Ella había olvidado muchas cosas de su vida humana, las enseñanzas de su madre continuaban intactas en su memoria. Con dolor, bajó la cabeza y se alejó un poco. Tenía miedo de lastimarlo, pero no tenía otra opción.

–No puedo –susurró. Un jadeo de sorpresa escapó de los labios del castaño y ella levantó la mirada, viendo la confusión y desilusión en sus ojos dorados.

–¿Por qué...? –ella acarició su rostro y buscó las palabras adecuadas para no herirlo tanto.

–No soy inocente, mi madre me ha hablado sobre lo que sucede en el lecho marital y sobre las obligaciones conyugales –él iba a interrumpirla pero alzó una mano–. Sé que no me harás daño, no obstante, si os estoy rechazando es a causa de vuestra hermana.

–¿Mi hermana? –pregunto confundido.

–Cuando una mujer se casa, va a vivir en casa del marido, donde vive su familia. Los hombres son los proveedores y deben salir del hogar para buscar el sustento. Las esposas se quedan en casa con las suegras y cuñadas. Mi madre siempre decía que una mujer debe fijarse en las mujeres de la familia y luego evaluar si el hombre tiene lo necesario para mantener una familia.

–Pero yo no trabajo, estaré todo el día contigo –insistió.

–Lo sé, pero no quiero que te quedes en casa por mi. Tú trabajabas y sé que lo dejaste por mi. Quiero que seas feliz y hagas lo que desees. Seré tu compañera y siempre te apoyaré, pero temo quedarme sola con Jane.

–Si tú y mi hermana fueráis amigas, ¿os casariáis conmigo? –ella sonrió dulcemente.

–Si, aunque no deseo que la obligues para vuestra felicidad. Señor Cullen, no dudéis de mi amor, solo dejad que el tiempo pase.

Alec no se veía muy convencido, pero era todo lo que ella podía ofrecerle. Él guardó el anillo y sonrió, aunque esa sonrisa no llegaba a sus ojos. Renesmee trató de animarlo, algo que no sirvió demasiado. Se quedaron en silencio y vieron el atardecer antes de caminar a casa. Al llegar, él fue a su habitación y Jane la fulminó con la mirada antes de seguir a su hermano mayor.

Renesmee no quería mirar a Carlisle y escucharlo, la mirada comprensiva que el doctor le dio le indicó que entendía la situación. Con pena y vergüenza, ella sd dirigió a su habitacion, desde donde podía escuchar a los gemelos hablar en italiano para que nadie entendiera su conversación.

Segunda oportunidadNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ