Capítulo 25

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Mojados hasta los interiores, Jon cargó a Damian de regreso al refugio. Lo acostó lo más cerca posible de la fogata. Él se sentó copiando la distancia. La fatiga emocional y anímica lo obligó a permanecer en silencio hasta que la fiebre de Damian instigó otro arrebato. Y a diferencia del último, el mayor no intentó abandonar el calor de su escondite, porque ni siquiera abrió los ojos.

El resto de la madrugada estuvo llena de episodios parecidos. Damian despertaba cada hora reclamando, quejándose, incluso pidiéndole a Jon que se alejara. A leguas se veía que el mayor era víctima de sus terribles condiciones y de la alta temperatura en su cuerpo. Aunque era difícil distinguir las declaraciones de las que sólo eran visiones.

Lo tortuoso de su palabrería era escucharlo sufrir. Jon atendía absorto cada frase trágica o desdeñosa auto flagelante. Pues Damian declaraba un odio enorme hacia sí mismo.

Cientos de preguntas aterrizaron en su semblante al mirar uno a uno los delirios de su antiguo captor. Delirios que reflejaban miedo, desacuerdo, resentimiento, pero al mismo tiempo exigían atención, afecto, reconocimiento, incluso imploraban piedad. Y entre tantos, hubo algunos que se enfocaban ciertamente en Jon y lo vivido en los últimos ¿días?

-¿Tan preocupado estabas por mí, Damian? –Jon se preguntaba murmurando mientras devolvía el paño húmedo a la frente del ojiverde-.

Su fiebre no quería ceder, por lo que sus impulsos febriles lo obligaron a hablar de su padre, sus hermanos, ¿su madre? Jon no podía asegurar nada de lo que el convaleciente decía, pero en caso de decir la verdad, todo resultaba extremadamente revelador y triste. Y entre tantas cavilaciones, el menor concluyó que aquel al que cuidaba, no tenía o había tenido una vida muy agradable.

De tanto en tanto, el ojiazul tomaba su mano y le hablaba al oído para calmarlo. Lo que funcionaba unas veces, y otras sólo le hacía recordar lo que había perdido a través de los celos y sus atrevimientos a la intimidad de Jon. También perdió la cuenta de las ocasiones en las que Damian pidió su perdón o se lamentaba disculpándose entre alucinaciones.

Jon se exasperaba observando que la montaña rusa de aquellos episodios se montaba a veces en lo trágico y dramático, para luego bajar en lo incoherente e infantil. Como cuando huyó de la comida que uno de sus hermanos había preparado o cuando juró que su perro se sentaba encima, asfixiándolo. El punto era que cada debate entre el sueño y la realidad era distinto y a la vez tan idéntico. En todos permanecía cierto grado de pesadumbre, malestar o dolor. En promedio, la mayoría de sus declaraciones eran deprimentes. Pero en todas, Jon pudo vislumbrar que Damian se revelaba como un chico fácilmente asustadizo, frágil e incluso gracioso.

Sin importar las brusquedades o los arranques afiebrados del mayor, en cada uno de los casos, Jon procuró mantenerlo siempre cerca, con el paño húmedo en su frente y abrigados por la fogata.

La madrugada se adentró entre las horas transcurridas y el frío no hizo más que acrecentar su presencia. El chico lo percibió cuando un escalofrío entró por sus brazos descubiertos y salió por sus pies helados.

-Supongo que no fue muy inteligente mojarnos con la lluvia... -Jon susurró abrazándose a sí mismo-.

Damian volvió a quejarse llamando la atención del menor.

-¿Tienes frío? –Jon le interrogó-.

Sonrió concluyendo que era ingenuo creer que iba a recibir una respuesta. Mejor atizó la fogata y se acercó todavía más a Damian. Lo levantó tomándolo entre brazos. Lo sentó en sus piernas y recargó su cabeza entre su hombro y su cuello. Lentamente se deslizó hasta recargarse en la zona más profunda de su refugio. Se tomó el tiempo para estar confortable.

Por Favor, ¡No! Me Olvides [DamiJon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora