U N O

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Las calles están húmedas cuando corro por encima de ellas, llevo la vista sobre mi hombro con rapidez, ocasionando que mi cabello abofetee mi rostro, lo único que percibo son las manchas oscuras, grandes y borrosas que son mis perseguidores. Mis gafas se han caído en la carrera.

Aprieto el paso y llevo mi vista hacia el cielo, mis piernas se detienen de manera abrupta, así mi cerebro les ordene lo contrario, la luna está en lo alto y su luz maravilla a mis ojos, jadeo y caigo de rodillas sobre el asfalto, me falta el aliento, me siento eclipsada.

Es tan hermosa.

Grito cuando mis perseguidores me alcanzan y se abalanzan sobre mí, me debato debajo de ellos mientras mordiscos y rasguños mortales son esparcidos por mi cuerpo. Mi cabello obstruye mi visión cuando terminan conmigo, pero eso no impide que distinga un par de ojos sobrenaturales que me observan con desdén y ferocidad.

Abro los ojos de golpe, con la respiración agitada y el cuerpo tembloroso por la adrenalina que corre por mis venas, mi pijama, un sencillo camisón de algodón, regalo de mi madre de hace un año, se pega a mi cuerpo como si fuese una segunda piel gracias al sudor que emana de mis poros. Me incorporo con lentitud en la mullida cama y limpio las escasas lágrimas que escapan de mis ojos, empujo mechones de mi cabello detrás de mis orejas y enciendo mi lámpara en la mesita de noche, me pongo las gafas y salgo de mi lecho.

La adrenalina recorre mi cuerpo, manteniéndome alerta a posibles, e inexistentes, peligros, por lo que voy hasta mi armario y saco un conjunto deportivo, lo coloco en mi cuerpo, ato mi cabello y las agujetas de mis tenis, y salgo de mi habitación, caminando de puntillas por el largo pasillo hasta salir de mi austero y solitario hogar, siendo recibida rápidamente por la tranquilidad del bosque y frescura que la noche ofrece.

Me adentro en el bosque, iluminando mi camino con la linterna que tomé de la mesa en mi hogar, y comienzo a estirar mis extremidades, y con ellas mis músculos, para evitar algún desgarre o esguince. Cinco minutos después mi coleta golpetea constantemente mis hombros y espalda al compás de mis pasos, siento mis mejillas comenzar a sonrojar ante el calor que de a poco va adoptando mi cuerpo conforme los minutos pasan mientras corro, la linterna sigue iluminando mis pasos, de manera intermitente, pero lo hace.

Cuando estoy cerca de llegar a la hora corriendo, eso equivaldría a estar cerca de Chester Lake, el lago del pueblo, el aletear repentino de una bandada de pájaros me hace mirar violentamente a mi derecha, encontrando a una sobra, masculina, corriendo a la par mía. Abro demasiado los ojos, alarmada, y miro hacia la izquierda, encontrando a otras dos sombras de la misma contextura, maldigo mentalmente y freno en seco, tropezando con mis propios pies y cayendo de bruces en el césped y lodo, gimo y escupo un poco de lo mismo, escucho a las sombras detenerse segundos después y pronto los tengo a mis costados, cierro los ojos, esperando lo peor, mientras tomo con dedos temblorosos una afilada roca.

— ¿Te encuentras bien?—Mi cuerpo entra en tensión apenas escucho la voz masculina que claramente se dirige a mí. No respondo.

—Qué golpe te has dado.

—No te vamos a hacer daño. —Interviene una tercera voz al notarme temblar como la copa de un árbol ante un huracán despiadado.

Bufo y me doy la vuelta lentamente, ocultando sabiamente la roca, y la silueta de una mano es extendida en mi dirección, la aparto y me levanto sola, frunciendo el ceño cuando la luz de una linterna me apunta directamente a los ojos, me alejo un paso y parpadeo continuamente, quintado el encandilamiento que ese acto ha dejado en mí, observo con asombro disimulado a tres adolescentes ante mí, calmando ligeramente mi terror al percatarme de su edad, dos de ellos parecen ser de la mía mientras que el tercer sujeto bien podría tener la edad de mi hermano mayor.

Luz de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora