T R E I N T A y T R ES

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Observo todo a través de la tela plateada de mi capucha mientras que Clarkson, el Alpha número cuatro de los seis Alphas, nos conduce a nuestra cabaña. Sam y yo nos vemos arrastrados como perros con correa tras su dueño, en este caso Marcus, mientras sostiene con firmeza las cadenas que rodean nuestro cuello, obligándonos a permanecer cabizbajos y detrás de él. Imbécil.

—El Consejo se reunirá en once horas, aprovechen para descansar y prepararse para lo que se viene. —Dice y se va, cerrando con fuerza excesiva la puerta tras de sí, Marcus nos suelta.

—Busquen una habitación y duerman todo lo que puedan, los quiero listos en nueve horas y treinta minutos. —Asentimos sin expresión alguna en nuestros rostros y subimos hasta el ático, donde tres camas se encuentran esperando por nosotros.

Sam se adueña de la más pequeña, me encojo de hombros y salto hacia la comodidad de la más grande, la cual abarca la mayor parte de la habitación, doy un suspiro de satisfacción y cierro los ojos, cansada. Viajar entre mundos es más agotador de lo que creí.

— ¿Por qué no puedo cambiar?—Inquiero a mi compañero de ático, él da un suspiro cargado de irritación y tarda unos cuantos segundos en responder.

—Porque Marcus así lo quiere, él es dueño de tu cuerpo, Lydia, eso conlleva tu apariencia física y tus acciones, y a menos que él desee que cambies, no lo harás.

—Ah, maldición, esta ropa, si es que puedo llamarla así, es demasiado incómoda. Cuando menos lo esperes, un seno va a salírseme de la copa. —Él se atraganta con su propia saliva y tose con violencia, me incorporo con rapidez y lo observo, consternada, desde mi lugar en la cama. —Entiendo, no más comentarios de ese tipo.

—Por favor. —Se acuesta de espaldas a mí, vuelvo a suspirar y me recuesto nuevamente, mis ojos nublados se topan con la maravillosa vista que ofrece la madera putrefacta que conforma al techo.

Duermo por tres horas antes de que un aullido me despierte, blasfemo en un murmuro y me acuesto bocabajo, cubriendo mi cabeza con la almohada, intentando acallar el molesto sonido. Después de lo que parece una eternidad culmina, quito la almohada de mi cabeza y un exquisito olor entra en el radar de mi desarrollado sentido del olfato, haciendo rugir con fuerza mi estómago. Pongo una mano sobre la superficie plana y me levanto, cuidando de no hacer ruido alguno para no despertar a Sam. Con una mano aún en mi abdomen bajo por la intrincada escalerilla y me dejo guiar por el olor hasta su lugar de procedencia, entrando así en la habitación de Marcus.

—Te cortaste. —Musito, embelesada ante la sangre que sale de una herida profunda en su mano, él me mira con exasperación.

—No me digas, genio. —Masculla entre dientes mientras espera a que la hemorragia se detenga, siento a mis pupilas dilatarse cuando la sangre ensucia el piso de madera. — ¿Lydia?

—Solo quiero un sorbo. —Susurro y, antes de que siquiera logre impedirlo, regreso a mi apariencia humana mientras mis colmillos hacen aparición en mis encías, clavándolos en su piel rápidamente, succionando con avidez su sangre.

Me separo cuando su herida a cerrado, mi apariencia vuelve a ser la de mi lado sobrenatural y pronto estoy vomitando lo recién ingerido en el lavabo del baño en la habitación, Marcus se limita a observarme, conmocionado.

—Lo lamento, yo... no sé qué ocurrió, solo, solo se me antojó. —Me excuso, frunciendo el ceño, confundida y desconcertada, él finalmente sale de su estupor.

—Llevas seis semanas sin probar una sola gota de sangre, es completamente normal que... me atacaras de ese modo, pero tal parece que tu organismo sigue rechazando la sangre. —Se acerca a mí con rapidez cuando me tambaleo, me toma del brazo y rodea mi cintura con el suyo, ayudándome a llegar hasta su cama. — ¿Te sientes bien?

Luz de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora