C U A R E N T A y N U E V E

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El llanto de mi pequeña me despierta horas después de la charla sobre su maldición, abro un ojo y hago un escaneo rápido de la habitación, sobresaltándome al encontrar a una figura enorme y masculina inclinada sobre la cuna de mi bebé. No lo pienso dos veces antes de tomar el cuchillo, que había guardado días atrás, de debajo de mi almohada y lo lanzo con fuerza, para mi sorpresa se clava hasta el mango en el centro de la espalda del intruso, arrancándole un gutural gruñido, cae de rodillas y desaparece de mi campo de visión cuando termina sobre su estómago.

Mando lejos a las mantas que me cubren de una patada, salto fuera de la cama y tomo a mi hija en brazos, su llanto ha sido acallado y se limita a observarme mientras corro fuera de nuestra habitación en busca de ayuda, sin embargo, no grito por ella debido a la posibilidad de que haya más intrusos en la casona.

Pego mi espalda a la pared al ver la silueta de una mujer envuelta en un manto al final del corredor, contengo la respiración mientras sostengo con firmeza a mi bebé contra mi cuerpo, al tiempo que busco algún arma u objeto con el cual defenderme, maldigo mentalmente al no encontrar absolutamente nada útil. Escucho un suspiro desde lo más profundo de mi subconsciente antes de que mi antigua lanza de doble cara, la lanza de Eridan, crezca del acero de mi brazalete. La tomo con firmeza una vez que está formada en mi mano y la lanzo, una de las hojas atraviesa la espalda de la mujer y termina perfectamente clavada en la pared de enfrente, llevándose a la mujer consigo.

Corro hacia ella y tiro de mi arma, la mujer cae sobre su costado izquierdo y, antes de que pueda hacer movimiento alguno en nuestra contra, atravieso su corazón, acabando con cualquier posibilidad de curación. Soplo un mechón lejos de mi rostro y busco señal de mis compañeros de vivienda, sin resultado alguno. Tal pareciera que han desaparecido de la casona, dejándonos a merced de los intrusos.

—Salgamos de aquí, preciosa. —Susurro a mi hija, ella me da su asentimiento con una especie de risa de bebé que enternece mi corazón, pero que alerta a otro de los intrusos, el cual no tarda en atacarnos.

Esquivo la puñalada que tira en dirección a la cabecita de mi hija y golpeo su rostro con una de las caras de mi lanza, cortándolo y logrando que retroceda. No dejo que responda, pues hago girar mi lanza tres veces, tirando cuchilladas en su dirección con cada giro, y logro acorralarlo en uno de los rincones, pateo sus rodillas y elevo mi brazo para evitar que la punta de su cuchillo acabe en el cuerpo de mi bebé, la hoja del arma entra limpiamente por mi antebrazo, ocasionando que suelte la lanza por la sorpresa y el dolor. Mi adversario me manda de culo al suelo con un puñetazo, lanzo un grito mientras me cubro el ojo golpeado.

—Esto no es contra ti, Lydia, pero no permitiremos que tu abominación acabe con la vida en este mundo. —Habla, inclinándose sobre mí, y lo reconozco, es uno de los guardias de Floorent, un Vadook impuro.

Tenso el agarre en el cuerpo de mi bebé, haciéndole daño, cuando introduce sus manos entre mis brazos para llegar a ella, maldice a su dios y lanza una patada en dirección a mi estómago, no me dejo vencer y muerdo con fuerza su antebrazo, gruño salvajemente, aferrando mis dientes en su carne, negándome a dejarlo ir, y arranco la piel cuando sus gritos de dolor atraen la atención de todo Gaanvdok. Escupo el trozo lejos, relamiendo de mis labios la sangre, y me incorporo con rapidez, pateo su rostro y aplasto su nariz contra la planta de mi pie las veces que son necesarias hasta que sus gimoteos terminan.

Tomo mi lanza y corro fuera de la casona, donde Drakar me recibe con los brazos abiertos, sus cadenas tintinean cuando explora mi cuerpo en busca de heridas mortales, durante su examen rápido calmo a mi hija, quien lloraba furiosamente contra mi pecho. Doy un respingo cuando toca la herida en mi antebrazo y espero a que el ligero dolor se vaya cuando la herida lo hace.

Luz de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora