Prólogo.

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Mihaela me despertó bien entrada la noche. Gritaba incoherencias sobre un ataque al castillo y que debíamos salir de allí inmediatamente; la miré desde mi cama, aún amodorrada y sin saber a qué se refería exactamente. Dudaba mucho que los humanos hubieran decidido atacarnos porque Padre había conseguido apaciguarlos todo este tiempo mediante impuestos bajos y porcentajes de cosechas generosos. Además, lo único que quería era volver a dormir, pues se trataría de una falsa alarma.

La insistencia de Mihaela me hizo entender que no se trataba, al menos, de una falsa alarma; tenía los ojos dilatados por el terror y me instaba a que me pusiera en pie, fuera de la cama. Cogió mi bata y me la puso sobre los hombros, tirando de mí para que saliéramos de la habitación. En el pasillo, las cosas no estaban mucho mejor: había gente corriendo de un lado a otro; guardias que iban y venían de otras partes del castillo.

Mihaela tenía razón: algo no iba bien.

Cuando quiso tirar de mí, la sujeté con firmeza de la muñeca y la obligué a que me mirara a los ojos.

-¿Qué sucede? -quise saber.

-Son ellos, señorita Zsóka -me respondió apresuradamente, tirando de mí-. Ellos han venido por nosotros.

Eché a correr tras ella mientras recordaba las historias que Madre nos contaba a mis hermanos y a mí sobre los dhampiros; ella decía, o más bien aseguraba, que no tardarían en venir para vengarse de nosotros. Mi corazón empezó a latir con fuerza al comprender que tenía razón.

Frené el paso, provocando que Mihaela me mirara con terror y tirara de mí. Sin embargo, antes tenía que saber algo.

-¿Y mis hermanos? -pregunté, esquivando criadas que huían despavoridas. Me pregunté si los dhampiros también asesinarían a esos humanos que nos servían o si, simplemente, los dejarían vivos para obtener información sobre nosotros-. ¿Y Padre y Madre?

La idea de que alguno de mis hermanos menores hubiera muerto a manos de aquellas bestias hacía que se me encogiera el corazón y que me escociera la garganta; si algo así sucediera, me encargaría personalmente de abrirles las gargantas a sus asesinos. No entendía por qué se habían vuelto contra nosotros aquellos híbridos que habíamos creado; deberían estarnos agradecidos. Nosotros éramos el motivo de su existencia, incluso debían reverenciarnos.

-Están todos a salvo, niña -Mihaela resollaba, pero una sensación de alivio me inundó por completo al saberlo y aceleré un poco el paso, deseando encontrarme con mi familia-. Solamente faltabas tú.

Conseguimos no encontrarnos con ningún dhampiro y llegar a la sala del trono, donde nos esperaban un destacamento importante de los hombres de Padre y mi familia. Se me escapó un grito de felicidad al verlos y corrí hacia ellos. Mis hermanos menores: Nicolae, Irina y Orsolya corrieron a mi encuentro y todos nos fundimos en un fuerte abrazo. Miklós, nuestro hermano mayor, hacía tiempo que se había marchado de palacio porque, según él, quería buscar su propia fortuna en tierras lejanas. Era la primera vez que me alegraba de que no estuviera en estos momentos en el castillo.

Padre y Madre estaban cerca de donde nos encontrábamos apiñados; Madre, a pesar de llevar un sencillo camisón, se mostraba igual de regia y de fiera. Ella provenía de una larga estirpe húngara, los Báthory, y su firmeza en la mirada demostraba que sus raíces seguían ahí, a pesar de haber tenido que venir a Rumania para convertirse en la esposa del futuro soberano.

Con ese matrimonio habían conseguido algo que nunca antes había tenido lugar en nuestra comunidad: la unión de los linajes Dracul y Báthory. Eran dos de los linajes más importantes y con más poder.

-Erzsébet -me saludó Madre y vi un destello de alivio de verme allí en sus ojos oscuros. En aquella ocasión tampoco me llamó por mi diminutivo, quizá por las circunstancias en las que nos encontrábamos.

La señora de los vampiros.Where stories live. Discover now