VIII. Invitados inesperados.

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La discusión estalló justo en ese momento. El acompañante de Victoria le espetó al vampiro tan siniestro que aquello era una completa locura y el interpelado le enseñó los colmillos a modo de aviso; André, por el contrario, se mantuvo al margen, divertido con la discusión que tenían aquellos dos hombres. Echaba en falta allí a Vladimir, que era una persona capaz de poner fin a todo aquello. Desde que había llegado André al edificio, todos a los que había considerado amigos habían ido desapareciendo progresivamente. Primero Anya y, ahora, Vladimir.

André buscaba dejarme sola. Rodeada de todos sus hombres.

Quería todo el control.

Pero eso era algo que no iba a permitirlo. Podía intentar convencerme de que iba a cambiar y que era un hombre bueno, pero yo ya sabía que era otra de sus muchas mentiras; aquel vampiro tenía el corazón tan negro como la noche.

Debía empezar a demostrar mi autoridad de inmediato y hacerle saber a todos esos vampiros que yo era la soberana al trono. Que, aunque fuera mujer, debían tenerme en cuenta; que podía llegar a ser muy peligrosa.

Di un fuerte golpe en la mesa, provocando que todos se sobresaltaban.

-Basta –les ordené y, para mi sorpresa, todos me hicieron caso-. La conversión es un proceso muy peligroso para ambas partes; hay algunos vampiros que, ante el sabor de la sangre, no pueden dejar de beber y, al final, matan a sus víctimas. Muchos de nosotros nos complace alardear de nuestro autocontrol pero, en casos de conversión, no somos capaces de parar…

-Pero hay gente que es capaz de hacerlo –me contradijo el vampiro siniestro-. Alteza, si queréis tener una oportunidad contra los dhampiros, la conversión es una de las pocas y únicas soluciones que hay. Si nos enfrentáramos a los dhampiros, nos vencerían con demasiada facilidad.

-Quizá la princesa debería meditar más el asunto, Lyudmil –convino André-. Su aprendizaje es lento y aún necesita tiempo para acostumbrarse a todo esto…

Me enfadó su tono condescendiente y el hecho de que se hubiera erigido como mi portavoz. Más aún lo hizo que se burlara de mi pobre experiencia a la hora de gobernar; miré a André, pero él tenía la mirada clavada en el resto de comensales. De nuevo parecía haberse olvidado por completo de mi presencia o, simplemente, fingía que no estaba allí.

-Me reuniré con Vladimir y le expondré el asunto –dije-. Él me podrá aconsejar qué es mejor para todos nosotros.

En aquella ocasión, ni siquiera le pedí permiso a André para salir del comedor; me puse en pie y me dirigí a la puerta, dispuesta a encontrar a Vladimir y pedirle que me ayudara a empezar a ser quién era en realidad. Mi boda con André estaba cerca y, de seguir así, seguiría estando bajo la influencia de mi prometido; quería ser alguien mejor, alguien que era capaz de tomar sus propias decisiones y guiar a su pueblo de una manera justa. No quería dejar en manos de André las decisiones que debían competerme a mí.

Salí al pasillo, casi chocándome con Luka de nuevo. Le hice una señal con la cabeza para que me siguiera y echamos a andar por el pasillo; me dirigí de nuevo al despacho que pertenecía a Vladimir y no llamé siquiera a la puerta: entré a la habitación y Luka cerró la puerta a sus espaldas.

El viejo vampiro estaba sentado tras su escritorio y parecía estar bastante ajetreado con la multitud de papeles que cubrían toda la mesa. Me acerqué a él lentamente y le sonreí cuando me miró, sorprendido.

-¿Alteza? –inquirió, como si no creyera que fuera yo.

-Necesito que me enseñes –respondí-. No puedo seguir estando desprotegida delante de tantos vampiros…

La señora de los vampiros.Where stories live. Discover now