XXI. Nuevas perspectivas.

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Volví a mirar a Michael, con un gesto de desconcierto mientras apretaba con fuerza el guardapelo contra mi mano. El dibujo se me clavó en la palma, avivando viejos recuerdos que creía ya olvidados; mi madre amaba ese guardapelo, siempre lo llevaba a todas partes porque había sido un regalo de mi padre. Su primer regalo.

¿Cómo era posible que él lo tuviera? ¿De dónde lo había sacado?

Lo miré con atención, tratando de responderme a mí misma. ¿Quién sería en realidad Michael?

-¿Qué significa esto? –pregunté-. ¿Por qué tienes tú este guardapelo?

El vampiro hizo una mueca.

-Es largo de explicar –respondió, evasivo.

En aquellos momentos me importaba bien poco la longitud de su relato, exigía una respuesta de inmediato. Noté el cosquilleo ya familiar que me advertía que la persuasión estaba lista para usarse y sonreí para mis adentros. ¡Me daría igual lo que pensara Michael, pero estaba dispuesta a usar la persuasión, consiguiendo así la verdad! En la guerra se valía todo, ¿no?

-Quiero que me digas toda la verdad –dije, manteniendo el contacto visual.

Los ojos vidriosos de Michael me informaron que pronto iba a desvelarme toda la verdad, sin ninguna mentira, y sonreí interiormente. Estaba tan cerca de saber dónde había encontrado aquel vampiro un guardapelo que había pertenecido a mi madre…

-Yo… yo… -tartamudeó Michael y fruncí el ceño al comprobar que, al parecer, estaba intentando resistirse. Y funcionaba, por el momento.

-¡Michael! –tronó una voz a nuestras espaldas, provocándonos un sobresalto.

Luka acababa de salir a la terraza y los ojos estaban a punto de salírsele de las órbitas debido al enfado; su amigo parpadeó varias veces, confuso, y se frotó la nuca con aspecto culpable. No pude evitar estudiar a ambos vampiros, preguntándome qué secretos escondían.

Michael se apartó unos centímetros de mí y esbozó una media sonrisa que procuraba parecer traviesa aunque, lo cierto, es que estaba cargada de confusión. La que yo misma le había creado al usar mi persuasión por él.

Los ojos de Luka se movían entre su amigo y yo, quisquillosos. Su mandíbula tensa se le marcaba, endureciendo sus facciones. ¿Por qué estaba tan enfadado? ¿Sería acaso cierta mi sensación de que Luka podría estar también a punto de traicionarme? De ser así, no estaba segura de poder superarlo. Cada vez me sentía más perdida y ofuscada conforme iba enterándome de la verdad: la traición de André, la verdad sobre Anya… incluso el oscuro secretismo que parecían compartir Michael y Luka.

-Estaba… eh… estaba hablando con la princesa –masculló Michael y sonó como un hijo dándole explicaciones a su padre.

Los ojos de Luka relampaguearon.

-¿Precisamente aquí? –apuntó y sus ojos verdes se clavaron en mí, acusadores-. No es un lugar muy concurrido. Cualquiera podría decir…

-Estoy de luto por la muerte de mi marido, lord Hodges –señalé, frenándolo en seco-. No tengo el ánimo suficiente para jueguecitos o sospechas infundadas. Puro chismorreo –miré brevemente a Michael, preguntándome por milésima vez qué escondería-. Y, ahora, si me disculpáis quiero irme a descansar.

No esperé a que ninguno de los dos se deshiciera en disculpas por su comportamiento, salí de allí como un vendaval y bajé el ritmo cuando seguí caminando por los pasillos, todos ellos vacíos. La mansión parecía reflejar la misma pérdida que sus habitantes y, por primera vez, me resultó fría. ¿Qué sería ahora de ella? Negué con la cabeza varias veces: había conseguido deshacerme de André y recuperar mi trono, no debía pensar en nada más. Por mí como si todo aquello decidían repartírselo Jezebel y Delphina; no quería deberle nada a André, ni siquiera por heredar parte de su patrimonio ahora que él había “muerto”.

La señora de los vampiros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora