XXVI. Hacia la eternidad.

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Los ojos oscuros de Isobelle se clavaron en mí, con un brillo calculador, antes de girar su cuerpo para que pudiera ver perfectamente cómo el rostro de Rosalie se iba poniendo cada vez más rojo y sus ojos se le salían de las órbitas. Sabía lo que buscaba con ello, sabía lo que quería que hiciera.

Y no me importaba en absoluto hacerlo porque, aunque la vampira creía que era una humillación, a mí no me lo parecía.

Adquirí una actitud sumisa, tal y como querían ambas, y musité:

-No le hagáis daño, por favor.

Isobelle me dedicó una mirada de superioridad, encantada con haber conseguido que suplicara por la vida de la doncella. Sin embargo, no me importaba en absoluto; valoraba a Rosalie por el servicio que me había prestado y porque no se merecía verse involucrada en todo aquel asunto.

Rosalie, por el contrario, me miró con los ojos abiertos, espantada por todo lo que estaba sucediendo e incapaz de hacer otra cosa que mantenerse en silencio, temblando del miedo. ¿Por qué demonios se había quedado en la mansión?

-No me importan en absoluto tus súplicas de niña pequeña –se burló Isobelle, cada vez disfrutando más de la situación.

Delphina empezó a dar palmaditas como si fuera ella la niña pequeña.

-¡Usa tu persuasión, úsala! –le pidió y a mí se me cayó el alma a los pies.

Otra pieza más que encajaba en el rompecabezas que tenía montado en mi cabeza. Ahora entendía de dónde había logrado André aquel poderoso don que me había traspasado a mí la noche de bodas. Entonces caí en la cuenta de que yo podría usar aquella baza también a mi favor.

Al parecer, André no sabía que yo era capaz de usar la persuasión con el mismo poder que él mismo. Y si él no lo sabía, Isobelle tampoco. Lo que favorecía aún más mi pequeño secreto que podía usar para tratar de escapar de allí y avisar a alguien para que pudieran venir a la mansión de inmediato.

Solamente tenía que conseguir que Delphina me mirara fijamente, sería entonces cuando usara yo mi persuasión para poner a Delphina contra Isobelle.

Isobelle alzó más a Rosalie, que pataleó en el aire, y le sonrió con maldad, enseñándole los colmillos.

-Bien, molesta humana –empezó y su voz estaba cargada de persuasión-. De ahora en adelante harás todo lo que yo desee, sin dudarlo. ¿Me has entendido?

Rosalie se las apañó para poder asentir mientras sus ojos se habían vuelto vidriosos y su boca se había descolgado un poco debido al nulo control que tenía en aquellos momentos sobre su cuerpo… y su mente. La vampira me dirigió una mirada divertida, como si aquello fuera una fiesta de pijamas, y la dejó sobre el suelo de nuevo.

-¿Dejarías que hiciera con tu cuerpo… todo lo que yo quisiera? –preguntó Isobelle con coquetería.

Se me secó la garganta cuando comencé a comprender sus intenciones. Rosalie se mantuvo erguida, con la vista de zombi clavada en Isobelle.

-Por supuesto, señora –respondió.

Isobelle cabeceó, conforme con la respuesta.

-Entonces túmbate en la cama –le ordenó con un gesto desdeñoso que señalaba la cama donde estaba maniatada al cabecero.

Retrocedí cuando Rosalie se acercó dócilmente a la cama y se tendió sobre ella, con la mirada clavada en el dosel de arriba y aguardando pacientemente a que su nueva señora le diera una nueva orden. Isobelle y Delphina se acercaron lentamente hacia el cuerpo tendido de Rosalie y me dirigieron una oscura mirada que no significaba ninguna buena intención.

La señora de los vampiros.Where stories live. Discover now