IV. Alianza forzosa.

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Salí del despacho en silencio. El pasillo estaba vacío, seguramente atareados con las preparaciones de aquella noche, así que avancé rápidamente, esperando no cruzarme con nadie; conseguí alcanzar la puerta de mi habitación sin cruzarme con nadie y me encerré en ella, dando un portazo a mi espalda.

Me desplomé sobre la silla que había frente a mi escritorio y me quedé  mirando como una estúpida la pantalla del ordenador. Aún era incapaz de creerme que me hubiera dejado embaucar por alguien como André Daskalov y que me hubiera rendido a sus amenazas. Si mis padres siguieran vivos, no estaba muy segura de cómo iban a reaccionar a las decisiones que había estado tomando desde que había aceptado convertirme en la soberana de todos los vampiros.

Recordaba haber espiado a mis padres en algunas ocasiones y, en muchas de esas ocasiones, siempre habían hablado de los sacrificios que habían tenido que hacer por el bien de todos nosotros. Había cosas que desagradaban a mis padres y que ellos habían tenido que hacer por un bien mucho más grande que el de nuestra familia; sabían cómo me sentía en aquellos momentos… pero no estaban.

Echaba de menos a mi familia y el dolor que sentía por todos ellos aún no había desaparecido. Añoraba a mis hermanas pequeñas y a mis hermanos; quería volver a ese tiempo en el que solamente tenía que preocuparme de que Mihaela no nos pillara haciendo cualquier travesura o en el que estábamos con nuestra madre mientras ella leía.

Era posible que todo el mundo creyera firmemente que estaba lista, pero yo sabía que no era así.

Y André contaba con ello, obviamente.

Había aprovechado mi poca, o casi nula, educación para embaucarme en sus juegos y salir victorioso de ellos.

Apenas habían pasado un par de semanas desde que salí de la hibernación y ya había conseguido comprometerme con un vampiro que no me iba a poner las cosas fáciles si no hacía lo que él quisiera.

Me sentía como una marioneta en manos de todos aquellos.

Se me escapó un respingo cuando alguien llamó a la puerta educadamente y después asomó su cabecita por el resquicio. Era una de las doncellas que se encargaban de que no me faltara de nada; le hice una seña para que entrara y toda la comitiva pasó a mi habitación.

Habían decidido venir todas mis doncellas y todas estaban igual de sonrientes, con los ojos brillantes, y llevando algo escondido tras una funda. Las miré a todas ellas sin entender de qué trataba el asunto y eché en falta a Anya, que era la que se encargaba de responder por mí cuando estaba conmigo.

-El Conde –me puse rígida al oírlo- nos ha pedido que le traigamos esto, señorita –me informó la que parecía ser la portavoz de todas ellas. Annette, creo que se llamaba aunque no estaba muy segura de ello-. Quiere que lo lleve esta misma noche, Alteza.

Les hizo una seña a sus dos compañeras que llevaban la funda entre las manos y ellas, obedientes, bajaron la cremallera lentamente, mostrándome un atrevido vestido de color negro.

Jamás había llevado algo así. Era demasiado indecoroso mostrar tanta piel pero, me recordé, que en aquella época las mujeres no tenían problema alguno con mostrar su cuerpo y los hombres parecían encantados con ello.

Observé atentamente a mis doncellas mientras ellas se acercaban a la cama y depositaban con sumo cuidado el vestido sobre ella, procurando que quedara bien extendido y sin ninguna arruga. Mi vista se quedó clavada en aquel trozo de tela mientras escuchaba los grititos excitados y los suspiros de mis doncellas mientras terminaban de colocar el vestido y salían de mi habitación en completo orden.

Un momento después, Anya entraba sin tan siquiera llamar a la puerta. Estaba enfadada; bueno, más que enfadada estaba furiosa. Se me acercó con las manos en las caderas y me observó con el ceño fruncido.

La señora de los vampiros.Where stories live. Discover now