V. Elizabeth Moore.

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La celebración se alargó hasta el amanecer. Aunque los vampiros éramos capaces de hacer frente a la luz del sol mientras estuviéramos bien alimentados, el período comprendido entre el anochecer y el amanecer era nuestra hora más activa y en la que podíamos mostrarnos como verdaderamente éramos.

Muchos vampiros me aseguraron, mientras bebían de sus copas a rebosar de sangre y alcohol, que era un honor para ellos formar parte de la comunidad y que harían lo imposible por protegerme, si se diera el caso; otros muchos se acercaron para darme el pésame, después de tanto tiempo, por la pérdida de toda mi familia y trataron de consolarme advirtiéndome que los dhampiros, desde aquel fatídico día, parecían haberse esfumado. Lo que no comprendían es que esa retirada voluntaria se había hecho por un motivo concreto: reagruparse y prepararse para la última caza. Habían creído que habían hecho desaparecer a toda la familia real, un pilar base dentro de nuestra comunidad, y que, con ello, habían creado una ruptura dentro de nuestra sociedad que podían usar para cazarnos y matarnos.

Durante el resto de la noche, estuve al lado de André, recibiendo elogios por parte de las vampiresas que habían decidido incluirme dentro de su círculo por mi vestido y por la impresionante gargantilla que llevaba al cuello. Todas ellas parecían sacadas de portadas de revista, incluso las que parecían ser más mayores. Llevaban diseños de vestidos estrambóticos y arriesgados, sin temor a exponer demasiada piel; por no contar con las joyas con las que se habían ataviado.

Me limité a sonreír ante aquellas mujeres y respondí con educación cuando me preguntaban de manera directa. Todas ellas querían saber cuándo se celebraría la boda y cuándo sería la coronación; me encogí de hombros, sin perder la sonrisa, y les aseguré que, cuando tuviéramos una fecha concreta, serían las primeras en enterarse, lo cual era mentira. Las vampiras se quedaron encantadas con mi respuesta y se marcharon para buscar a otros invitados para poner en común lo que les había parecido la noche.

Aquello era, en cierto modo, nuevo para mí. Antes de que mi familia muriera, simplemente me limitaba a sonreír ante los invitados y escabullirme cuando se me presentaba oportunidad mientras mis padres cumplían con sus funciones de anfitriones; ahora era yo quien debía seguir las mismas directrices que habían seguido mis padres cuando habían hecho fiestas en el castillo.

Nada más llegar a la seguridad de mi habitación, comprobando que estaba sola, me dejé caer sobre la cama con un suspiro derrotado y me quité de inmediato aquellos zapatos que me habían destrozado los pies toda la noche; las doncellas debían estar todas durmiendo, así que me tocaría desvestirme a mí misma aquella noche. Deposité con sumo cuidado la gargantilla en el interior de la caja de terciopelo y la dejé sobre la mesita de noche.

Alguien había dejado otra cajita muy similar a la de la gargantilla y, sobre ella, había un papel cuidadosamente doblado por la mitad.

Mis ojos recorrieron cada palmo de la habitación, esperando encontrarse con la inconfundible silueta de André. Estaba sola.

Agarré en primer lugar la nota que estaba sobre la caja de terciopelo y mis manos temblaron cuando creí reconocer a quién pertenecía la letra:

Es tradición en este tiempo el de dar un anillo de compromiso a la novia.

Espero que sea de tu gusto.

Dentro de la cajita había una alianza plateada con un diamante engarzado en una montura de cuatro garras en el centro. No era tan opulento como la gargantilla, pero era igual de regio y elegante. Lo saqué del envoltorio y lo sostuve a contraluz, arrancando reflejos al diamante.

Anya me había hablado sobre las nuevas costumbres respecto a matrimonios, pero ninguna de nosotras había llegado a pensar que tuviera que hacer esto de forma tan rápida. Me coloqué el anillo sobre el dedo anular, tal y como marcaba la tradición, y fruncí los labios con fuerza.

La señora de los vampiros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora