Prólogo

59.4K 4.8K 1.6K
                                    

Las gotas golpeaban abruptamente las ventanas que daban hacia la calle, haciendo eco en el pequeño y casi vacío apartamento

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Las gotas golpeaban abruptamente las ventanas que daban hacia la calle, haciendo eco en el pequeño y casi vacío apartamento. Mamá y mi nuevo papá, Aslan, habían salido minutos atrás para comprar algo en el mercado de la esquina, dejándome sola por muy poco tiempo.

En casa no había muchos muebles, y en mi habitación menos: solo contaba con una pequeña cama que ya había decorado con los peluches que papá me había regalado. Del resto, nuestro nuevo hogar parecía un departamento abandonado, de esos tan comunes en las películas de terror donde los niños siempre morían primero.

Un estruendo paralizó mi corazón, obligándome a hacerme un ovillo en el rincón de mi cuarto. Era solo un trueno, pero mi miedo hacia las tormentas era palpable. Le tenía pavor a los rayos y a la intensidad con la que golpeaban las cosas, haciendo que todo a su alrededor se estremeciera.

Mis ojos empezaron a arder al darme cuenta de que una tormenta eléctrica había comenzado y mis papás no estaban en casa. ¿Llegarían a salvo? ¿Volvería a verlos? ¿Y si les sucedía algo en el camino? Cerré mis ojos con fuerza cuando una luz fugaz pero imponente iluminó la habitación. Me tapé los oídos y sentí mi estómago comprimirse ante el terror. Entonces, otro estruendo erizó mi piel. Comencé a transpirar al mismo tiempo que mi corazón se batía con fuerza en mi pecho.

Quería a mi mamá.

Me levanté de aquella oscura esquina y encendí la luz de mi habitación con manos temblorosas, sabiendo que en cualquier momento volvería a paralizarme por el miedo. Limpié mi rostro con mi mano y me asusté todavía más cuando observé a una figura a través de mi ventana, que, afortunadamente, se encontraba en la lejanía.

Era un niño, como yo. Pero él vestía un disfraz muy raro. Parecía un ninja.

Nuestro edificio era muy extraño. Las ventanas de un lado de la casa daban hacia la calle, pero otras, como la mía, daban hacia el interior del edificio, y podía ver otras ventanas también. Como la del niño ninja.

Él ladeó la cabeza y me miró con un asombro fundido en su confusión. Corrió hasta su ventana, y batió su brazo en el aire para saludarme con mucha energía. Por una fracción de segundo olvidé que estaba sola y le correspondí el saludo con timidez, abrazando uno de mis peluches como método de protección.

El niño ninja me hizo un gesto con ambas manos para que me quedara justo en mi sitio, para después comenzar a buscar cosas en su habitación, lanzando juguetes por todos lados. Fruncí el ceño, pero fisgoneé cada una de sus acciones desde mi distancia.

Cuando consiguió lo que buscaba, levantó su pulgar y me sonrió.

¿Qué está haciendo? Me pregunté.

De la nada sacó un arco y apuntó una flecha hacia mí.

Me asusté pero no me dio tiempo de reaccionar. Disparó la flecha como todo un arquero profesional y esta aterrizó a pocos centímetros de mi ventana, dentro de mi habitación. La flecha era de plástico con punta de hule, y en ella había algo amarrado. El niño ninja me hizo una seña para que revisara lo que sea que había lanzado.

Me acerqué temerosa. Mamá siempre decía que no podía hablar con extraños, mucho menos agarrar cosas que algún desconocido intentara ofrecerme, pero el niño parecía amigable, y por un segundo quise que fuera mi amigo.

Lo que había atado a la flecha era un vaso plástico que en el centro tenía un hilo amarrado, tras seguirlo con la mirada, me di cuenta de que llegaba hasta la habitación del chico. Tomé el vaso y miré al ninja, confundida. Con una seña, me pidió que lo pusiera en mi oreja.

A pesar de mi suspicacia y recelo, lo hice.

—Hola —escuché la voz hablarme a través del vaso. En el colegio habíamos hecho este experimento una vez, era una especie de teléfono—. ¿Cómo te llamas?

Volví a mirar al niño y este se llevó su vaso a la oreja, esperando por mi respuesta.

—Me llamo Belén —respondí, vacilante—. ¿Y tú?

—Andrés. Mi mamá dice que tenemos vecinos nuevos. ¿Eres mi vecina? —Asentí— ¿Cuántos años tienes?

—Och... —Mi respuesta se quedó atrapada en mi garganta cuando un relámpago iluminó el techo y un estruendo se hizo presente casi de inmediato.

Grité y solté el vaso con espanto, mientras tapaba mis orejas y cerrabas los ojos con fuerza.

Quería a mi mamá. ¿Por qué no llegaba? ¿Por qué me había dejado sola?

Segundos después de mi temerosa parálisis, abrí los ojos con cobardía y volví a encontrarme a Andrés, observándome curioso desde su ventana. Cuando se percató que lo miraba, señaló el vaso para que nos comunicáramos de nuevo.

Sintiendo cada latido casi reventar en mi pecho, tomé el intento de teléfono y esperé escuchar su voz otra vez.

—¿Le tienes miedo a las tormentas? —preguntó. Hice un leve asentimiento— Es solo agua y sonidos fuertes. No pasa nada, niña.

Ubiqué el vaso frente a mis labios y de inmediato él posicionó el suyo en su oreja.

—Belén —corregí—. Te dije que me llamo Belén, no "niña". Tengo ocho años. Y tengo miedo porque estoy sola.

—Ja. Soy mayor que tú —se jactó—. Yo tengo nueve años, y no estás sola, yo puedo ser tu amigo durante la tormenta. Soy un héroe. —Señaló su disfraz con orgullo.

—Los ninjas no son héroes.

—¡Sí lo son! —chilló en el vaso, casi dejándome sorda.

Pero en ese momento un rayo cayó más cerca, obligándome a gritar del susto. Mis cobardes instintos me obligaron a sentarme en el suelo, dándole la espalda a la pared y por ende, a la ventana de Andrés. Intenté acurrucarme con el vaso en una mano y mi peluche en la otra.

Entonces todo se quedó oscuro. Las luces de mi habitación y del pasillo se apagaron bruscamente.

Mi llanto era el sonido preponderante en aquel espacio, y sollocé hasta que entré en razón de nuevo. No tenía la fuerza para levantarme y ver si el niño ninja seguía esperándome en su ventana, pero sí intenté comunicarme con él de nuevo.

—¿Andrés? —llamé a través de vaso— Andrés, ¿estás ahí?

Llevé el arcaico aparato de comunicación a mi oreja varias veces esperando su respuesta hasta que su voz serena me respondió:

—Aquí estoy, Belu. ¿Puedo llamarte Belu? Lo vi en la televisión, es un apodo bonito.

—Me gusta Belu.

—¿Sigues asustada?

—Sí —admití—. No hay luz. No puedo ver nada. Mi mamá todavía no llega. Estoy sola y tengo miedo.

—No temas. Soy tu amigo durante esta tormenta. Y las que vengan también.

 Y las que vengan también

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora