05: Brindis

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**Este va dedicado a nosequeponerlove1, que sufre ataques cardíacos con mis personajes argentinos. 

Estaba sentada junto a papá mientras el tío Diego nos contaba una anécdota de su adolescencia y todos reíamos

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Estaba sentada junto a papá mientras el tío Diego nos contaba una anécdota de su adolescencia y todos reíamos. Como en cada cumpleaños, mis tíos —algunos eran amigos de la familia, pero para mí eran mis tíos— llegaron antes del atardecer para pasar un rato agradable conmigo. Mamá les había avisado que cuando comenzara la noche, llegarían mis amigos, así que la visita de los adultos sería relativamente corta.

La tía Teresa le dio un beso a Diego en los labios antes de ir a echarle un ojo a su hijo, Bruno, que estaba jugando con Augusto en su cuarto. Todos sabíamos lo peligroso que podía ser aquel par de niños cuando se les dejaba solos.

Al principio había sido raro que mis tíos Diego y Teresa estuvieran juntos como pareja, sobre todo porque él había tenido una relación muy seria con la tía Catalina, y desde que rompieron, rara vez ella nos visitaba. Pero mamá decía que todo siempre sucedía para mejor: al final la tía Cata terminó cumpliendo su sueño que fue viajar desde Argentina hasta Alaska en una furgoneta, y simplemente recorrer el mundo con su manera tan única de vivir.

El timbre sonó, y papá y yo nos miramos confundidos.

—Pensé que tus amigos vendrían más tarde —dijo.

—Yo también. Iré a ver quién es.

Papá asintió y me encaminé hacia la puerta, no sin antes corroborar en el espejo que estaba presentable como cumpleañera. Mi cabello de por sí era bastante liso, aun así lo planché un poco y me hice unas ondas en las puntas. Tenía un vestido oscuro de puntitos blancos que llegaba a mis rodillas, y estrené un lápiz de labios púrpura que me había regalado mi tía Teresa más temprano.

Look de una persona de diecisiete: completado.

Mis labios se entreabrieron y mi ceño se frunció con ligereza cuando descubrí quién estaba detrás de la puerta.

—¿Andrés?

Parpadeé varias veces, incrédula.

Tenía el cabello húmedo, como si se hubiera bañado unos pocos minutos atrás, y desde donde estaba podía percibir el aroma de su loción para después de afeitar entremezclada con colonia. Vestía botas marrones que combinaban con sus vaqueros y su sudadera gris. Entre sus manos traía una bolsa de regalo, otro elemento inesperado del día.

No parecía sorprendido o alegre de verme, simplemente estaba de pie, enarcando una ceja, como si esperara que le dijera algo más. Cuando me mantuve en el mismo silencio que él, suspiró.

—Hola, tú.

—Hola, extraño.

Entorné los ojos y él hizo lo propio. Aún no se me pasaba la diminuta molestia que me generó su falta de cortesía unas horas antes, cuando cerró su ventana de una forma tan abrupta, aunque tampoco me importó mucho. Ya no éramos amigos de todas maneras.

Me entregó la bolsa que tenía en sus manos con desinterés.

—Ábrelo cuando estés sola.

Examiné el exterior de la bolsa con cierto grado de miedo, una minúscula parte de mi imaginación me conllevó a pensar que habría una bomba allí dentro. Después de varios segundos de silencios y miradas incómodas, me di cuenta de que más allá de venir a traerme un regalo de cumpleaños, él se había acercado para quedarse en mi «fiesta». Abrí la puerta por completo y le hice un gesto con la cabeza para que se animara a entrar.

—Es un poco temprano —avisé mientras se adentraba—, mis amigos vienen más tarde. Ahora solo están mis tíos.

Andrés se encogió de hombros.

—La señora Primavera me invitó, pero no me dijo a qué hora debía llegar.

Su cuerpo parecía tenso y a la defensiva o quizá solo lleno de incomodidad. Después de todo, Andrés no entraba a mi casa desde hacía... ¿Cinco años, más o menos? Ya había perdido la cuenta, y no es como si a estas alturas importara demasiado.

Todavía no terminaba de acostumbrar a cómo Andrés iba cambiando. En cada nueva oportunidad que lo veía, notaba su cuerpo más distinto: sus hombros más anchos, con más centímetros de altura, con sus facciones más duras, incluso algunos días parecía tener retazos de una barba creciente. A veces me preguntaba si él percibía también una imagen distinta de mí o si me continuaba viendo como la misma chiquilla con la que creció.

Guardó las manos en los bolsillos de su sudadera mientras caminábamos hacia la sala.

Todos los adultos hicieron silencio cuando Andrés y yo nos presentamos, hasta que me di cuenta de que lo había traído, sin querer, a una cueva de leones.

Y esos leones eran Diego y Teresa.

—¿Ya Belén tiene noviecito? —preguntó mi tío—. Esto sí que es una novedad. De haberlo sabido le habría regalado algo más útil y placentero, si saben a qué me refiero.

Papá se ahogó con su cerveza.

—Pero qué guapo es. —Mi tía Teresa le sonrió a Andrés y luego miró a mamá—. Belén tiene buen gusto en hombres, como su madre.

—Andrés no es... —quise intervenir, pero ellos continuaron.

—¡Deberíamos hacer un brindis por el noviecito del pequeño terremoto! —exclamó el tío Diego, y mi tía Teresa chilló de emoción.

Mi mamá solo se reía mientras ayudaba a papá a respirar. Le dio varias palmadas en la espalda, pero creo que solo lo empeoraba.

—Brindemos por Belén y por... ¿Cómo te llamas, cariño? —le preguntó la tía Teresa a mi vecino, quien se aclaró la garganta antes de responder.

—Andrés. Y no soy el novio de Belén.

Me llevé una mano a la frente, deseando que la tierra pudiera tragarme y así no volver a ver a Andrés nunca más.

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Sé que odiaron a Andrés por cerrarle la ventana así a Belén en el cap pasado, pero pronto los entenderán más. Ya verán, ya verán. ¿Qué les pareció este capítulo? Cortito, pero dentro de poco la historia avanzará más rápido, lo juro. 

Gracias por leer, cositas. Recuerden votar si les gustó. Besos con dulce de leche para todos.



Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora