Epílogo

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Los dedos de Andrés tamborileaban en mi hombro al ritmo de la canción que estábamos escuchando

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Los dedos de Andrés tamborileaban en mi hombro al ritmo de la canción que estábamos escuchando. Encima de nosotros solo estaba el manto nocturno, aunque no podíamos divisar casi ninguna estrella. Vivir en una ciudad tan grande e iluminada tenía sus desventajas.

Los días en los que nos quedábamos sin planes —como ver películas, ir a eventos, o hacer cualquier cosa fuera del edificio—, solíamos pasar el rato en nuestra terraza que no era precisamente bonita o cuidada. Al contrario, creo que Andrés y yo habíamos sido los primeros en barrera en años. No había nada más allá de unas escaleras que conducían a las antenas y cableado del edificio.

Nosotros lo bautizamos como nuestro lugar. Lo limpiamos a fondo —dentro de lo que se podía— y cada vez que subíamos, llevábamos cojines y cobijas de nuestras casas, así podíamos sentarnos en el piso y hablar durante horas.

Ahora estábamos acostados en silencio, concentrados en la música y en la compañía del otro. Esa noche en particular, Andrés había decidido añadir un nuevo elemento decorativo: velas.

—¿Nunca te has preguntado cuántas estrellas hay en el universo? —solté de repente.

Me apoyé un poco de mi brazo para poder ver su expresión. Él suspiró y frunció los labios de una manera adorable que me provocó querer besarlos.

—Creo que es imposible de calcular. Según los astrónomos, la población estelar del universo observable es de diez mil trillones.

—¿Tú crees que haya otros seres inteligentes además de nosotros allí afuera?

—Los humanos no somos inteligentes, tenemos conocimientos. Son cosas distintas. —Finalmente me miró, dedicándome una sutil sonrisa—. Una de mis frases preferidas dice: «ustedes utilizan sus conocimientos como el niño que ha encontrado el revólver de su padre». No somos una raza inteligente, Belén, sino una que se cree superior. Los seres inteligentes no son autodestructivos ni buscan acabar con el único planeta que puede darles vida. Ahora bien... Respondiendo a tu pregunta: me aterra pensar que hay vida allí afuera, aunque probablemente la haya. ¿Tú qué piensas?

Me encogí de hombros.

—Creo que es egocéntrico creer que estamos solos en el universo.

Uno de sus relojes soltó un minúsculo bip-bip, haciendo que él los revisara. Desde hacía unos meses Andrés había regresado a sus tres relojes, como el Doc —su personaje cinematográfico preferido—, y aunque al inicio se sentía inseguro ante el qué podrían decirle, para mí no hacía más que verse completamente tierno.

—En Tokio ya es mediodía, en Londres son las tres de la mañana, pero lo más importante es que en Buenos Aires ya son las doce —anunció, sentándose y pidiéndome que hiciera lo mismo—. ¿Sabes qué significa?

—Que es... ¡Mi cumpleaños!

—Correcto. —Se rio conmigo y antes de decir algo más, sus manos buscaron mi rostro con suavidad y me besó con una calma que solo terminó por agitarme—. Feliz cumpleaños, Belu.

Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora