43: Abandono

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Dedicado a imcapris_23 por el apoyo. Espero que lo disfrutes♥

—Yo no te crie de esta manera, cariño —se lamentó Pía, mientras nos sentábamos en el sofá de la sala

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—Yo no te crie de esta manera, cariño —se lamentó Pía, mientras nos sentábamos en el sofá de la sala.

Le entregó a mi nonna una taza de té de manzanilla, ella se conformó con un mate, y por mi parte preferí un café bien amargo, como la situación que acababa de vivir.

—No es como si hubiéramos hecho algo malo, o como si me hubiera propasado —me defendí—. Ya Belén y yo somos grandes.

—No lo digo por eso, Andrés. Confío en ti, sé que eres un buen niño, y que te ha gustado Belén desde siempre. —No sabía que mi mamá se había percatado de mis sentimientos hacia a ella, no de esa forma. Hizo una pausa y prosiguió—: Pero sí te crie con un poco más de viveza, cariño. Si vas a besar a la hija de nuestro vecino, ten la decencia de cerrar la ventana.

—Yo no estoy de acuerdo con nada de esto —refunfuñó mi nonna, acomodándose en su puesto—. Ella es apenas una niña, viste su uniforme escolar todavía. Tú ya estás en la universidad, Andrea.

—Soy mayor que ella por meses, nonna. No es como si fuera un pedófilo.

—Pero sigue en el colegio.

—Vaya, no sabía que graduarse del colegio era un requisito sexual —dije, sarcástico.

Mi nonna negó con la cabeza, desaprobando mi comentario. Pía, por su parte, se acercó más a mí y me dedicó esa mirada de «me vas a hacer caso, porque soy tu madre y punto».

—Dentro de unos días, cuando creas que los padres de Belén estén más calmados, vas a ir a su casa y te disculparás con ellos.

Arrugué mi rostro sin entender la lógica de mi creativa madre.

—¿Disculparme? —repetí, confundido— ¿Por besar a su hija? ¿Estamos de vuelta en 1920 y no me he dado cuenta?

Pía me dio un golpe en la frente.

—¿Quieres que la familia de Belén acepte que salgas con su hija o no? Tienes que hacerlo bien, cariño. Empezaste por muy mal camino.

—¡Pero ellos me conocen desde que tengo nueve años!

—Solo haz las cosas bien, cariño —ordenó Pía, levantándose—. Sé que eres tan dulce y respetuoso como te crie. Solo tienes que reforzarle esa imagen a la familia de Belén.

Mamá se fue a su habitación, dejándome con mi nonna y su mirada de «no me gusta lo que estás haciendo, pero no puedo contradecir a tu madre». Le di un beso en la sien y recogí su taza, ahora vacía.

—Regresaré tarde —anunció Pía, reapareciendo en la sala. Se había quitado su peluca negra y su cabello caía igualmente liso y brillante. Se había colocado unos zapatos de tacón y bañado en perfume—. Andrés, en la nevera te he dejado comida hecha en caso de que desees calentarla, y recuerda las pastillas de mamá antes de dormir.

Le hice una seña para que se fuera, dejándole saber que todo estaba bajo control.

Esta era la desventaja de que papá estuviera en Buenos Aires: Pía solía salir demasiado.

Sí, entendía que a mamá le hacía bien distraerse y más aún con «el amor de su vida», pero una parte de mí ya se estaba preparando para atender su llanto cuando Dante decidiera irse a cualquier otro sitio interesante en el mundo, excepto la ciudad donde su familia se encontraba.

Mamá salió con una sonrisa en su rostro. Ayudé a mi nonna a escoger una película y yo me quedé en el comedor resolviendo unos ejercicios para la universidad, aunque me costó mucho concentrarme. Quise escribirle a Belén, pero supuse que seguiría hablando con sus padres.

Un par de horas después, llevé a mi nonna a su habitación. Era como si toda la energía que ella había tenido durante el día se hubiera diluido de repente. No quiso cenar, así que solo le di la pastilla que le correspondía y un vaso de agua.

—Nonna, quisiera hacerte una pregunta. —Ella ya estaba acomodada en su cama, así que me senté a su lado y tomé su mano. Me miró con curiosidad esperando a que le planteara mi inquietud—. Dante abandonó esta familia, como Gennaro lo hizo. ¿Por qué no le dices nada a mamá cuando se va con él?

Hizo un esfuerzo para incorporarse y acarició mi mejilla.

—Tu papá no te abandonó, Andrea.

—Prefirió irse del país cuando mamá lo necesitaba. Cuando yo lo necesitaba.

Ella soltó un suspiro largo y sonoro.

—Puede que haya priorizado su trabajo sobre su familia, cosa que no apoyo. Pero tu padre jamás ha dejado de quererte, ni de llamarte, ni de preguntarle a Pía por ti, ni sería capaz de ignorar una llamada tuya.

—No sirve de nada si no está con nosotros.

Ella se mantuvo pensativa unos segundos antes de responderme:

—Hay que personas que te querrán de forma incondicional aunque no estén a tu lado, y existen otras que, aunque estén a tu lado, preferirían no estarlo. El primer caso es distancia, el segundo es el peor de los abandonos.

En esos dos ejemplos ella estaba describiendo a Dante y a Gennaro, marcando sus amplias diferencias. Aunque la entendía, algo dentro de mí dolía de todas maneras.

—Sé que ignoras a tu papá porque crees que lo merece, y quizás así sea —continuó—. Pero alejar a las personas que quieres no hará que ellos cambien ni te hará sentir mejor, sino todo lo contrario: te aislará y encerrará en un círculo de dolor.

—¿Cómo puedo saber si él merece que le dé una oportunidad?

—Hazte tres preguntas: ¿es una persona que quieres? ¿Es una persona que ha estado en tus días más importantes? ¿Es una persona que quiere acompañarte en tus momentos más bajos?

Suspiré, y me dije que me encargaría de realizarme aquellas preguntas después con más calma.

No iba a negarlo. A veces quería hablar con Dante, contarle sobre Ximena —no la versión rosa que Pía conocía sino la real, la que incluso me llegó a doler—, contarle sobre Belén, hasta reírnos de mis infortunios sentimentales y sexuales. También quería escuchar los relatos de sus viajes, que aunque yo siempre lo negara, me distraían y me hacían imaginarme qué sería de mí si yo viviera las mismas situaciones.

Pero algo siempre se interponía entre mis ganas de hablarle y la acción de llamarlo.

—Gracias por tus consejos, nonna.

—Si de verdad estás agradecido, tráeme una copita de vino. Me ayuda a dormir mejor.

Le sonreí y cumplí su deseo.

Cené y terminé de resolver unos ejercicios, sin embargo, aun después de las once, Pía continuaba sin llegar a casa. Dejé todo acomodado, le eché un último vistazo a mi nonna —quien había caído dormida como un roble— y me encerré en mi habitación.

La ventana de Belén estaba cerrada.

Intenté enviarle algunos mensajes, pero no le llegaba nada.

Mi llamada cayó directo al buzón.

Empecé a preocuparme.


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Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora