01: Deseo de cumpleaños

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Desde pequeña me había gustado celebrar mi cumpleaños

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Desde pequeña me había gustado celebrar mi cumpleaños. No solo porque podía ser el pequeño centro de atención, o por los regalos que me daba mi cada vez más numerosa familia —bueno, esto sí podía ser un poco influyente—, sino porque cada trescientos sesenta y cinco días sentía que daba un nuevo paso hacia mi libertad.

Jamás me había sentido precisamente encerrada, enclaustrada o sofocada. En realidad, más allá de las constantes reprimendas de mi mamá cuando llegaba a casa minutos después de la hora avisada, mis padres eran bastante flexibles y permisivos. No obstante, quería saber lo que se sentía la adultez, quería terminar el colegio pronto, quería comenzar a vivir la etapa universitaria, quería independizarme.

Mamá reiteraba todo el tiempo que la adultez no era tan divertida como yo lo pensaba, pero ya estaba cansada de ser considerada una niñita.

Por lo tanto, ese día me levanté casi como una princesa de cuento de hadas, incluso pude escuchar el cantar de los pájaros mientras me estiraba en la cama. Como todos mis cumpleaños, mamá entró a mi habitación a eso de las seis de la mañana con una bandeja de ponquecillos, sobre ellos había diecisiete velas encendidas. Con mamá entraron mi papá, Aslan, y mi hermanito, Augusto.

Busqué mis lentes en la mesilla de noche y les sonreí con emoción.

Mamá canturreó con tanta felicidad, que terminó gritando la canción de cumpleaños, quizás despertando a todo el edificio, sin mencionar las lágrimas que estaba conteniendo y me estaba contagiando.

—Tienes que pedir un deseo, Len-Len —dijo Augusto, escalando hasta mis hombros y casi derrumbándome con su peso.

Era extraño cuando me demostraba cariño. Casi siempre nos estábamos peleando desde que comenzaba el día hasta que él se iba a dormir. Y eso que solo tenía ocho años.

Len-Len era un apodo que él me había puesto cuando todavía no sabía hablar y en vez de decir "mamá" balbuceaba un "gaga". Curiosamente la primera palabra que logró pronunciar fue "agua". Mi nombre los reemplazó por un "Len", y cuando se molestaba lo chillaba dos veces: "¡Len-Len!". Aunque pasaron los años, me dejó bautizada como su Len-Len.

—Pediré que dejes de llamarme Len-Len, enano —bromeé, y él solo emitió un quejido infantil.

—Tienes que apresurarte, las velas se van a apagar —apresuró mamá, con sus grandes ojos azules ansiosos por verme soplar las velas, como si ese fuera el símbolo oficial de que cumplía años.

—Nada de novios —advirtió papá—. Pide salud y que se te duplique la inteligencia.

—La idea es que pida algo que no tenga, por algo se le dice "deseo" —objetó mamá.

—Por eso especifiqué que duplicara lo que ya tiene, es decir, que tenga más, Invierno.

Mis papás discutían por las cosas más sencillas. Por ejemplo, la última vez que jugamos Monopolio, pasaron más de veinte minutos debatiendo si él había hecho trampa o no al comprar las propiedades más caras. Mamá lo acusó de estafador ya que ella siempre caía en los espacios de papá, y terminó desbancada. Si se hubiese caído el país, ellos ni siquiera se hubieran dado cuenta porque cuando empezaban sus discusiones, nadie los sacaba de allí. Lo peor del caso era que todas las veces, de repente, comenzaban a reírse, se daban un beso y luego hacían como si nunca hubiesen discutido.

Eran los reyes de la bipolaridad.

Cerré los ojos y decidí no pensar demasiado mi deseo de cumpleaños, ya tenía una idea preparada de todas maneras. Algunas veces tal pensamiento me hacía sentir culpable, especialmente con Aslan, que había cuidado de mí como pocos habrían hecho. Pero algunos deseos del corazón pueden llegar a ser incomprensibles.

Me acerqué a los ponquecillos que mamá había horneado la noche anterior y soplé las velas, atrapando a mi familia con la guardia baja.

Deseo conocer a mi papá y al abuelo. 


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*A nadie le gusta el deseo de Belén*


Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora