12: Ayuda

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Dedicado a yazjanireynosoperez que se viene sumando a estas filas recién. ¡Espero que lo disfrutes!❤

A partir de esa conversación, todo fue de mal en peor

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A partir de esa conversación, todo fue de mal en peor.

Cuando tía Cata se fue del Café Porteño, me quedé a solas con la versión molesta e iracunda de Sofía, que se había tenido que encargar de cobrar y preparar cafés ella sola. Vale, por más consentida que yo estuviese, sabía que había hecho mal en dejarle todo el trabajo.

El problema era que aunque intentaba concentrarme, todo salía mal. Confundí órdenes. Preparé mal los pedidos. Me resbalé, tropecé, y partí algunas tazas del mostrador. Sofía me pidió que me fuera a casa porque según ella, «más ayuda el que no estorba». Pero no quise darme por vencida, quería continuar con mi rutina y no pensar en todo lo que había descubierto aquel día.

Pero en algún punto de la tarde, exploté.

Un cliente sin modales se dio vuelta sin darme las gracias por haberle preparado el café. Lo insulté. Discutimos. Le vertí el café encima. Sofía me gritó en frente de toda la cafetería, y por último, me despidió.

El colmo de la situación fue que cuando llegó el tío Diego, no tuvo argumentos para defenderme porque no era el primer sábado que arruinaba las cosas en el Café Porteño.

Todavía hundida en mi desdicha, mi mala racha continuó: empezó a llover mientras me dirigía a casa, por lo que me empapé sin poderlo evitar. Solo me quedaban escasas calles de camino y no tenía sentido tomar un autobús, así que me repetí varias veces que la lluvia era una excelente sanadora de males anímicos. Dos calles después, me di cuenta de que me veía como una tonta.

Y, pocos metros antes de llegar a mi destino, tuve la mala suerte de pisar una baldosa floja, hundiendo mi pie en un charco profundo de agua sucia.

Cuando inserté la llave y me adentré en el edificio, supe que no tenía sentido seguir ocultando mi lado melodramático y exagerado: mientras esperaba el elevador, miré hacia el techo y le hice un reclamo a Dios.

—¿Qué más quieres de mí?

Para mi desdicha, Dios me respondió de una forma curiosa.

Andrés apareció a mi lado.

—¿Y a ti qué te pasó? ¿Te hundiste con el Titanic? —preguntó.

Pude haberle respondido de manera cortante, como solía hacer en ocasiones, pero esta vez preferí el silencio. No me sentía con las energías para aguantar comentarios negativos o sarcásticos de Andrés, no ese día.

Miré mis zapatos y resoplé ante mi mala elección aquella mañana al ponerme los Converse blancos. Mordí el interior de mis mejillas, recapitulando mi conversación con la tía Cata e intentando darle orden a todos los sentimientos que me invadían.

Culpa, por haber llamado a mi mamá egoísta.

Molestia, por no conocer la verdadera historia de mi familia. Aun cuando Cata me había orientado un poco sobre los orígenes de mamá, quedaron demasiadas interrogantes sin respuesta.

Frustración, por haber arruinado mi oportunidad en el Café y haber defraudado a mi tío Diego.

Confusión, porque todo lo anteriormente descrito se mezclaba en mi pecho de forma demoledora.

Las puertas del elevador se abrieron, y Andrés y yo nos adentramos al mismo tiempo. Por fortuna él entendió hoy era uno de esos días: donde no queremos hablar con los demás, donde las palabras sobran, en los cuales todo nos sale mal. Días que queremos que terminen de una vez, creyendo que con eso se solucionarán los problemas.

Vi mi reflejo en el espejo y entendí el comentario de Andrés, de verdad estaba hecha mierda. No solo por lo mojada, sino que mi ropa se había ensuciado —no supe cómo—, mi cabello húmedo estaba despeinado, y por si fuera poco, mis ojos permanecían rojos, evidenciando mis dolorosas ganas de llorar ante el cúmulo de sentimientos que me abrumaban.

—Belu.

Contuve la respiración al escuchar el diminutivo de mi nombre salir de sus labios. Combinaba perfectamente con su voz, como si fuera una palabra destinada a ser pronunciada solo por él.

Cerré los ojos con cansancio.

—Hoy no, Andrés —le dije, predispuesta—. No tengo ánimos de discutir o escuchar alguna mala broma que quieras hacerme. Tampoco me preguntes si estoy bien o qué pasa, ¿de acuerdo?

—No iba a preguntarte nada de eso.

Suspiré y lamí las últimas gotas de lluvia que quedaban en mis labios. Cuando abrí los ojos, lo encontré del otro extremo del elevador, con su hombro y su cabeza recostados en la pared. Su mirada achocolatada me examinaba con cautela, e incluso, un poquito de preocupación. Él también se había mojado, pero no tanto como yo. Su camisa de cuadros se le pegaba a algunas partes de su cuerpo. Su cabello castaño permanecía liso, revuelto y húmedo, de esa forma tan tierna y a la vez apuesta que solo podía lucir Andrés.

—¿Entonces qué me ibas a decir? —solté.

Sus cejas se arquearon de forma ligera, enseñando empatía.

—No vale la pena preguntar si estás bien, porque se nota que no lo estás. No te pediré que me cuentes qué te sucede, porque tienes cara de que no quieres hablar de eso. Así que, ¿cómo puedo ayudarte, Belu?

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Pobre Belu que tiene la cabeza hecha lío con todo el tema familiar, ¿creen que descubra el resto pronto? ¿Creen que ella acepte ayuda de Andrés? ¿Y los alfajores pa' cuando? Pueden dejar sus comentarios e impresiones aquí❤.

Recuerden dejar su votito si les gustó. Gracias por leer y por ser parte de esto. Losqui❤


Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora