11: Preguntas

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Dedicado a chi0alemap por todo el apoyo en esta y en el resto de mis historias. Espero que pueda gustarte este cap y todos los que vengan.

—¿Alguna vez conociste a mi papá? ¿Sabes dónde está ahora? ¿Está en Buenos Aires? ¿Por qué mamá no me habla de él? ¿De casualidad también sabes algo sobre mis abuelos? Mamá solo me cuenta cosas sobre el bisabuelo Ríos

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—¿Alguna vez conociste a mi papá? ¿Sabes dónde está ahora? ¿Está en Buenos Aires? ¿Por qué mamá no me habla de él? ¿De casualidad también sabes algo sobre mis abuelos? Mamá solo me cuenta cosas sobre el bisabuelo Ríos. ¿Es cierto que mi abuelo ya no está en Rosario? ¿Sabes por dónde puedo comenzar a buscarlo? ¿Sabes si...?

—Para, para, para. —Las manos de mi tía Cata alcanzaron mis hombros para que disminuyera la velocidad de mis palabras. Hasta me había quedado sin aire.

¿Cómo no hacerlo? Era la primera vez que alguien me daba carta abierta para plantear todas mis interrogantes, y sentía una profunda necesidad de desahogarme. De obtener respuestas.

—Lo siento, me emocioné.

Ella se rio brevemente y luego encerró mi mano en la suya, en un gesto maternal.

Tía Cata había cambiado tanto en los últimos años y al mismo tiempo, no había cambiado en nada. Recordé la época en la que llevaba su cabello de colores y con todo tipo de cortes. Hoy día se lo había dejado de un tono chocolate como el de Andrés, que acentuaba sus ojos verdes. Ambas teníamos flequillo, y aun así eran radicalmente distintos: el mío siempre iba desordenado y abundante, mientras que el de la tía Cata era muy corto, apenas cubría su frente, y aun así le quedaba espectacular. Se había hecho tatuajes nuevos en las manos y en los brazos, así como un piercing en el labio inferior, y unos más en las orejas.

El estilo de la tía Cata era muy cool.

—Quisiera ayudarte, dado que viene siendo hora de que comprendas muchas cosas, abejita. Sin embargo, no quiero comprometer mi amistad con Primavera.

—Yo pienso que-

—No me interrumpas —increpó, obteniendo el efecto deseado—. Solo te responderé tres preguntas, ¿de acuerdo?

—No lo estoy. Eso no es justo.

—No sé si es justo, pero es lo mejor que puedo hacer por ti en mi posición. Lo tomas o lo dejas.

Me recosté de la silla, sintiendo todo mi cuerpo pesado. No estaba de acuerdo con las condiciones de la tía Catalina, pero el cincuenta por ciento de algo era mejor que el cien por ciento de nada.

Asentí con resignación, y jugué con mis dedos mientras intentaba priorizar las interrogantes que surcaban mi mente.

—Bien. Comienza, abejita.

¡No podía ponerles un orden a las preguntas porque todas eran importantes! ¿Cómo podía seleccionar solo tres?

Suspiré.

—¿Mi papá está en Buenos Aires?

—Sí.

—¿Es cierto que mi abuelo ya no vive en Rosario?

—No. Hasta donde sabía Prim, sigue allá.

—¿Por qué mi mamá y mi papá se separaron?

Esa pregunta hizo que ella bajara la mirada y se concentrara en la servilleta con la que estaba jugando. Había tocado un punto delicado y me di cuenta cuánto le estaba costando a mi tía dar con las palabras correctas para poder responder. Exhaló de forma sonora y luego me escudriñó, intentando consolarme por algo que ni siquiera había pronunciado.

Me abracé a mí misma, sintiendo cómo todo mi cuerpo empezaba a transpirar.

—Porque Prim quería darte una mejor vida a ti. O solo... darte una vida.

—¿Qué clase de respuesta es esa? —inquirí, con molestia creciente. Mi mandíbula se apretó como si intentara contenerme—. No me estás diciendo nada con eso. Todo esto es culpa de mamá. No comprendo porqué me oculta de dónde vengo, ¿acaso es tan oscuro? ¿Acaso cree que no soy tan fuerte como para soportarlo?

Me sentí frustrada y molesta, aunque no eran sentimientos nuevos. Venía haciendo las mismas preguntas desde niña, por lo que obtener respuestas esquivas era una rutina.

Intenté consolarme con el hecho de que al menos había descubierto cosas mínimas pero significativas: mi papá se llamaba Jorge y estaba en Buenos Aires; y mi abuelo nunca dejó Rosario. Podía buscarlo allá. Solo tenía que encontrar su domicilio en alguna libreta vieja de mamá.

—Primavera sabe que eres fuerte —mencionó tía Cata, tomando mi mentón para que enfrentara su mirada.

—¿Entonces por qué me oculta cosas? A veces creo que solo lo hace por egoísmo, porque tiene miedo de recordar cosas tristes sobre su pasado. Pero todos atravesamos cosas tristes. Así que no es justo que me oculte a mi verdadera familia por motivos tan simples como que le duele.

Algo en la mirada de mi tía cambió. Su cuerpo se tensó, y se apartó de mí lo suficiente como para hacerme entender que mis palabras habían salido de la manera equivocada. Sin embargo, no me arrepentía de haberlas pronunciado porque sabía que yo tenía razón.

—Tu mamá creció en un hogar trágico y disfuncional —comenzó—. Su hermana mayor se fue y la dejó cuando era solo una niña, y con el tiempo, su madre también la abandonó. Primavera se quedó sola con un padre que le pedía todos los días dinero para alimentar sus vicios y que no le interesaba siquiera si Prim estudiaba o no. Cuando tu mamá se enteró de que estaba embarazada, supo que no podía contárselo a tu abuelo porque podría suceder lo peor, así que creyó que huyendo con un hombre que no la amaba o respetaba, podía solucionarlo. ¿Sabías eso de ella, abejita?

Tragué con fuerza, y arrastré mis uñas por el jean que cubría mis muslos.

—Sabía que la familia de mamá estaba «rota» y que básicamente ella creció con mi abuelo. Pero nunca supe porqué, o sus razones para estar con mi papá.

La razón había sido yo. Y comenzaba a creer que esa no era una buena noticia.

Ahora muchas piezas empezaban a encajar.

—Cumpliste diecisiete ayer, ¿cierto? —preguntó, y le asentí—. Tu mamá tenía un año menos que tú cuando se vino completamente sola a Buenos Aires y te tuvo, cuando comenzó a hacer todo para asegurarte una vida distinta a la de ella. ¿Puedes imaginarte a ti misma, hoy, con una nena pequeña en tus brazos, sin saber cómo alimentarla o darle un techo cada noche sin ayuda de tu familia?

La imagen de mi mamá en tal posición hizo que mis ojos comenzar a escocer. Siempre supe que su adolescencia había sido dura, pero nunca me lo había planteado de la forma en la que lo estaba haciendo tía Cata.

—No —respondí, casi sin voz.

—Entonces la próxima vez que llames «egoísta» a tu mamá, recuerda esta conversación e imagina todo lo que ella ha sacrificado para que tú seas feliz. Para que tú existas, abejita.

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Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora