74: La promesa de una ardilla vengadora, parte I

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Pía estaba nerviosa

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Pía estaba nerviosa.

Lo sabía porque no dejaba de morderse el interior de las mejillas y parpadeaba mil veces por segundo. Me acerqué a ella y acuné sus mejillas en mis manos, apreciando lo bonita que mamá se veía con maquillaje —y eso que de por sí era guapísima sin arreglarse—. Olvidé a qué edad me volví más alto que ella, y aunque intentara siempre ser la persona que se encargara de su protección, no dejaba de sentirse extraño cuando me tocaba ser su apoyo.

—¿Por qué tan nerviosa? Esto es lo que querías. Lo que has querido siempre.

Pía tragó con fuerza y bajó un poco la mirada mientras acariciaba su vestido de novia. Mis padres, después de algunos meses de estar juntos «de una vez por todas y de forma definitiva», decidieron casarse.

—¿Y si las cosas salen mal, cariño? No sé qué haré si esto sale mal.

—Mamá... —Apreté un poco sus hombros—, papá y tú tienen casi veinte años de una relación extraña y a distancia, pero no han dejado de quererse. No importa cuánto los separe la vida, siempre vuelven a encontrarse. Dante renunció a su empleo y a sus viajes por quedarse contigo; por mí ya no tienes que preocuparte porque es probable que me vaya de casa en pocos años; y mi ya nonna no está, así que no tienes que ocuparte de nadie. Es hora de que pienses en tu felicidad, mamá.

El rostro de Pía se arrugó a la vez que sus ojos se cristalizaron.

—Me veo ridícula en este tonto vestido de novia.

La miré con una ceja enarcada y no pude evitar soltar un pequeño bufido.

—Lo dice la mujer que sale a trabajar con pelucas de colores y ropa con estampados de cebras y leopardos. —Ella se rio—. Si de por sí te ves hermosa cuando luces tus pelucas llamativas y tus escotes de tigresa, te garantizo que en este momento eres la mujer más preciosa de la tierra.

Acarició mi mejilla con su típica dulzura maternal. Yo no me consideraba alguien muy alentador, pero usualmente conseguía que las personas se sintieran mejor.

Quizá debía dedicarme a la Psicología o al Coaching, y no a la Física.

Nos bajamos del coche y la escuché suspirar de manera sonora. Subimos varios escalones hasta llegar a la puerta de la iglesia, donde su futuro esposo y amor de toda la vida la estaba esperando. Antes de entrar, mamá miró al cielo y posterior a ello cerró los ojos por un par de segundos. Supuse que estaría pensando en mi nonna, a quien le habría encantado ser testigo de este momento.

Yo también levanté la mirada y sonreí. No era católico ni creía en los espíritus deambulantes, pero por solo cinco minutos hice una excepción y me volví lo más creyente que pude, invitando con el corazón a mi nonna, si es que podía vernos, a que nos acompañara en uno de los días más bonitos que tendría la familia Amato-Vitale.

Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora