09: Ese punto

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Este capítulo va para etherealharry, por los infartos que ha ido sufriendo en mis historias y por todos los que le esperan. Saluddddd. Que lo disfrutes, peque.

Meneé la cabeza de un lado a otro al ritmo de la canción que se reproducía en los parlantes

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Meneé la cabeza de un lado a otro al ritmo de la canción que se reproducía en los parlantes.

Vertí leche en la taza con café, en el intento de dibujar un oso, como había visto en un tutorial de YouTube, pero terminó saliendo un garabato. Me reafirmé que ser barista no era lo mío.

Los fines de semana que no tenía tareas del colegio, venía al café del tío Diego —uno de sus tantos— a trabajar. Él, por ser familia, me daba horarios flexibles y me permitía faltar si era necesario. En realidad, su ayuda hacia mí iba más allá de Café Porteño, y solía conseguirme otros trabajos que no me quitaran demasiado tiempo o que me distrajeran de mis otras responsabilidades académicas, como lo eran: pasear perros de sus conocidos, traducir documentos, e incluso cuidar a la hija de su mejor amigo del colegio que, de paso, era su ahijada.

Esto último me hacía sentir bastante privilegiada, porque no cualquier persona cuidaba a la hija de un cantante famoso.

Diego se había ganado el puesto del mejor tío del mundo.

—Te ves muy bonita cuando estás distraída —escuché una voz masculina. Levanté la mirada para corroborar si era conmigo, y una pequeña sonrisa se mostró en mis labios.

—Hola, Franco. —Le entregué su pedido a la señora que esperaba en la barra, y luego me sentí cómoda para hablar con él—. Esto sí que es una sorpresa.

Recién nos habíamos visto la noche anterior en mi fiesta, y él no era del tipo que perseguía a las chicas. Nunca me había buscado en el Café o en otros lugares fuera del colegio. Lo que sea que teníamos era esporádico, inconsecuente, y muy relajado. Sí, cuando bajé a despedirlo de mi fiesta nos besamos durante eternos minutos en la puerta del edificio, y a veces nos dejábamos notitas en clase, y estudiábamos los jueves en su casa. Pero hasta donde tenía entendido, todo era muy informal.

De todas formas me permití deslumbrarme un poco con su apariencia, porque aunque no estaba exactamente loca por él, sí admitía que era guapísimo. No solo por su sedosa cabellera rubia, o sus dientes blancos y perfectos, o ese lunar en el cuello que era tierno y seductor al mismo tiempo, o esa sonrisa electrizante que irradiaba una picardía y un magnetismo inigualable, sino porque Franco tenía una personalidad encantadora.

—Entreno por acá cerca —respondió, y supe que no mentía cuando señaló el uniforme de fútbol que vestía—. Pasé solo para saber si estabas aquí, y como siempre, es agradable verte.

—Lo mismo digo.

—Te compré algo —anunció, y me entregó un trío de bombones—. Sé que los vendes acá, pero pensé que te gustaría recibirlos de vez en cuando.

Al parecer, estábamos en camino hacia ese punto. Ya saben: halagos, regalos, visitas, mensajitos. No lo iba a negar, a veces era grato tener esos detalles con otra persona, y hacía bastante tiempo que no recibía esa clase de atención. No sabía si quería aquello con Franco, pero ¿por qué no?

—Muchas gracias. ¿Te gustaría un café? Puedo invitártelo. —Me encogí de hombros. No tenía ni idea de si debía compensarle por el chocolate, pero no me costaba nada. Además, no era como si el tío Diego se fuera a molestar porque le robara un solo café.

—¿Qué te parece si me lo debes? —Me guiñó un ojo—. Podemos tomarnos uno otro día. ¿Esta semana ibas a mi casa para estudiar Política y Ciudadanía, cierto?

—Correcto.

Se acercó a mí, y aunque todavía quedaba un espacio entre nosotros debido a la barra, acarició mi labio inferior para dedicarme una última media sonrisa picarona.

—Nos vemos el lunes, Belu.

—No me llames Belu —atajé con rapidez.

Franco se retrajo unos centímetros y levantó las manos en son de paz. Quizá le había hablado de una forma muy drástica sin darme cuenta.

Pero no pude evitarlo. Solo una persona podía llamarme Belu, y no era él.

Cuando Franco se retiró de la cafetería, me sentí un poco culpable por haberme despedido de esa manera. Entonces reflexioné sobre mis propias incongruencias. ¿Acaso permitiría que una sola persona en el mundo me llamara Belu? Era un diminutivo bastante común, además de bonito. Y Andrés, con su indiferencia, había perdido el derecho de ser el único que pudiera llamarme de esa forma.

Al mismo tiempo, se sentía mal escuchar «Belu» salir de unos labios que no fueran los de mi tarado ex mejor amigo.

Negué con la cabeza y suspiré. Decidí no pensar en el tema, mucho menos en Andrés y su repentina aparición en mi vida de nuevo. Pasó años alejado de mí, ignorándome de forma deliberada aun en las ocasiones en las que era difícil hacerlo, y ¿ahora qué? ¿Acaso yo creía que porque hablamos por pocos minutos en mi habitación todo volvería a ser como antes? ¿Yo volvería a ser su Belu?

Él me había dejado en claro que no.

Rompiendo mi hilo de pensamientos, una figura apareció frente a mí.

—¿Ese era tu novio? Los hombres que se ven así de perfectos por fuera deben tener algo bien podrido por dentro. 

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*A nadie le gusta Franco* (¿o sí?)



Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora