Capítulo 26

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Meses atrás, Emmet no habría imaginado que pasaría Navidad de aquella manera.

Sentado en aquella cama, con las mangas de la camisa arremangadas hasta los antebrazos, el cinturón desabrochado, descalzo, y muriéndose de impaciencia porque Ariana saliera pronto del condenado baño.

Suspirando, se dejó caer contra la gran cama de la tía Edna, y colocó ambos brazos tras su nuca, y miró hacia el techo.

La sonrisa en su rostro apareció, y se dio cuenta entonces de que nunca antes había sido tan feliz como en esos momentos.

¡Maldición! Era quizás el hombre más feliz de todo el planeta tierra.

Amaba a esa preciosa castaña, con toda su alma, y lo más increíble era que ella lo amaba de igual forma.

Aquel amor que había surgido entre los dos no tenía lógica ni explicación.

Ella era la hija de Robert Butera, y él el hijo de Nicholas Garrett, pero incluso así no podía dejar de amarla, de desearla, de añorarla.

Ariana lo significaba todo.

Nunca se arrepentiría de renunciar a su venganza por ella. Estaba seguro de que su padre lo entendería.

Amar a esa mujer había cambiado por completo el rumbo de las cosas. El universo había conspirado para que pudiesen encontrarse, y Emmet no pensaba desaprovecharlo.

Iba a cuidarla y a amarla por el resto de su vida. No había otra razón más para vivir más que aquello, ella.

Con esos pensamientos en la cabeza, el guardaespaldas permaneció recostado unos minutos más hasta que finalmente escuchó cómo la puerta del baño se abría.

La vio salir, y su penetrante mirada plateada la miró fijamente por un instante que duró una eternidad.

El cabello castaño que había llevado recogido para la cena, lo llevaba ahora suelto, lacio de una manera pulcra y exquisita, esparcido por cada sinuosa forma de su pequeña y sensual silueta. Dos rodetitos adornaban su coronilla, y la hacían lucir adorable, junto al recién hecho fleco sobre esos ojos color miel clavados en él, las larguísimas pestañas, el rubor en sus mejillas... Su feminidad, su esencia, su aroma a mujer excitada.

Estaba vestida de la señora Claus, ¡joder!

El corazón de Emmet explotó.

Aquel condenado trajecito color verde con detalles blancos y rojos era diminuto, y se amoldaba con dolorosa perfección a todas y cada una de sus femeninas curvas, provocando en el rubio las más masculinas reacciones.

Una oleada de sangre lo recorrió, y de un segundo a otro su miembro viril pasó a tener una potente e infernal erección.

Con aparente tranquilidad, Emmet la recorrió de nuevo completita. Los esbeltos hombros que quedaban descubiertos, el delicado y frágil cuello, la redondez que se abultaba entre sus pechos, la estrecha cintura que después daba forma a las caderas, suaves y bien formadas, las piernas largas que modelaban un par de medias a rayas blancas y rojas.

Todo calculado para volverlo loco.

Emmet no estuvo seguro de poder seguir respirando.

Sin quitarle la mirada de encima, inhaló y exhaló para controlarse, aunque bien sabía que no podría hacerlo.

Esa pequeña y traviesa conejita siempre lo llevaba al límite.

–Ven aquí, Ariana– la llamó con voz ronca.

La castaña sonrió.

–¿Te gusta?– le preguntó. –Soy tu regalo navideño–

 –Soy tu regalo navideño–

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Corazón Rendido® (AG 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora