Asado

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—¿Señorita Daniela? —una enfermera se asomó moviendo la cortina de forma indiscreta, —¿Cómo se siente? —se acercó a preguntarle logrando irritarme, había interrumpido nuestro momento.

—Muy bien, gracias —expresó volviendo a tomarme de la mano, me había puesto de pie.

—Yo la veo perfectamente bien —levantando una de mis cejas evalúe a la chica esa, su nerviosismo al hablar con Daniela no me estaba cayendo bien, —Debería tratar de descansar, el doctor Heredia llegará en un par de horas.

—Gracias —dijo la mujer que permanecía en la cama.

—De acuerdo —suspiró la enfermera encontrándose con nuestra manos entrelazadas, —Me retiro —anunció después de mirarme, —Cualquier cosa estaremos al pendiente.

—Sí, gracias —Daniela sonrió haciendo que seguramente la enfermera esa se mojara.

La monita retrocedió algunos pasos tomando camino al pasillo que conducía a la puerta, esta al cerrarse me dio la señal para que continuara con lo que se había quedado pendiente.

De nuevo sorprendiendo a Daniela tomé sus labios con mi boca, mientras profundizaba el beso que había comenzado. Podía sentir su respirar sobre mi nariz, la manera en que sus labios se compactaban a los míos y exigían un poco más.

Ese beso quizá fue el más explosivo por muchos factores, recientemente me había pedido que fuera su novia y estábamos en un lugar en donde usualmente no estaríamos.

Mis labios se fueron a su cuello y ella con la inercia llevó hacía atrás su cabeza, amaba besar esa parte de su cuerpo, me gustaba como su piel se erizaba respondiendo ante el contacto que teníamos.

Sentir sus manos contra mi cintura me llevaron a querer continuar con lo que había iniciado, pero de nuevo el sonido de la puerta me desconcentró.

Tomando un poco de distancia esperamos escuchar si vendrían a verla a ella o de nuevo estaban en la primer cama, y era la segunda opción.

Los ojos de la castaña seguían sobre mí, hasta que haciéndose a un lado bajó de la cama yendo directamente a la cortina que separaba el espacio de las camillas para cerrarla. Volteó esperando mirarme, y ahí estaba yo, viendo atentamente lo que hacía.

Caminó de nuevo en mi dirección buscando mis labios, con suavidad contornee su cuello colgándome de ella.

Sus manos deslizando el cierre de la chamarra que me había puesto no fueron motivo para que dejara de comerle la boca.

Logrado su objetivo tomé lugar en la orilla de la cama, siendo consciente de que teníamos que ser silenciosas por qué no estábamos solas.

Mis manos se fueron hacía su espalda una vez que se posicionó entre mis piernas, ella seguía de pie y parecía saber muy bien lo que hacía con sus manos porque mi cuerpo estaba respondiendo a lo que estaba provocando.

Su boca sobre mis clavículas y toda la amplitud de mi cuello hicieron que mordiera con ligereza uno de sus hombros, las caricias que sus manos dejaban sobre mis piernas no ayudaban a que me mantuviera silenciosa, y menos cuando una de sus manos se perdió en mi entrepierna.

Suspiré pesadamente al sentir el contacto de su mano con mi zona íntima aún por encima del pantalón del pijama. Ella al notarlo se quedó quieta, sus ojos se posaron en los míos manteniendo un toque de complicidad, cuando trató de repetirlo la voz de la enfermera volvió interrumpir el lugar.

—Es muy tarde para que aún no duermas, después de la noche que tuviste Raquel —dijo mientras abría la puerta, de pronto la voz de otra apareció.

Neptuno 26 | CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora