Muraka

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—Quizá en otro momento —Daniela salvó la tarde respondiendo, —Está muy pequeña la mesa para más de dos —explicó haciendo sonreír a Victoria quien asintiendo respondió.

—Y tú estás más sensual que de costumbre —articuló después de sentarse en la mesa que teníamos a un lado.

Aquel comentario hizo que no perdiera de vista sus movimientos y luego estaba Daniela, fingiendo no haberla escuchado porque se miraba muy concentrada bebiendo vino. La silla que había elegido nos enfocaba y eso comenzaba a incomodarme.

—Al parecer no está tan ciega tu amiga —hice énfasis en mis últimas dos palabras mirándola con el ceño fruncido.

Sin contestarme acercó a mi boca un poco de comida que acepté porque si estaba teniendo mucha hambre, pero no olvidaría tan fácil la manera en qué Victoria se había referido a mi novia.

-

Volvimos a la costa en la que estaba ubicada la villa y dejamos la bicicletas sobre la arena.

Con Daniela decidimos esperar el atardecer en la orilla así que nos sentamos frente aquella inmensidad que comprendía el océano y el cielo sosteniendo el sol que estando por ocultarse reflejaba distintos colores entre ellos anaranjados, rosados, morados, y azules sobre el firmamento.

—¿En algún momento Victoria se te ha insinuando? —pregunté como si la información que recibiría fue de mucho valor, y lo era, pero me refería a que necesitaba saberlo, —Durante la comida no pensé en otra cosa, lo siento.

Comprensiva busco mis labios con su boca, mismos a los que tenía acceso de manera fácil porque aunque estábamos sentadas una a lado de la otra yo la estaba viendo. El reflejo del sol y el agua sobre su carita me estaba enloqueciendo, se veía espectacular.

—No, no que yo lo haya notado —dijo al volverme a besar, —Ella ha sido así de efusiva y cariñosa siempre y te he de decir que si fuera del caso la veía más a lado de Juli que mío.

—¿Cómo era Juli? —dejando el tema de la mujer de apellido extraño le pregunté por su hermana, estaba entrando en arenas movedizas, esperaba no incomodarla mucho.

—Físicamente muy bonita usaba el cabello largo en la mayoría de las veces y lo teñía rubio, era alta, muy delgada —suspiró como recordándola, —Sus ojos eran cafés muy cafés y siempre que los miraba, si tenía miedo era como una especie de capa protectora, —me miró —Ella era uno de mis superhéroes —alcanzó a decir antes de que se le cortara la voz, —Y ella es a quién más extraño —admitiéndolo recargo su cabeza sobre mi hombro y yo con cariño sostuve su cuerpo.

¿Por qué la vida era así? ¿Por qué nos quitaba a quienes más queríamos en los momentos más inesperados?

Terminó de describirme a su hermana continuando con su padre y con su mamá, con quién por la última a mi parecer aún tenía mucho que sanar.

—Siempre lograba hacer que mi papá dijera que si a todo aunque no fuera lo más conveniente —contó con cierto enojo en sus palabras, —Te he contado que es nunca estuvieron de acuerdo con Neptuno 26, pero más bien fue porque nunca estuvieron de acuerdo con mis preferencias, con que estuviera rodeada de chicas, con que por ayuda de algunas de ellas pudiera seguir adelante y poner ese monstruo que tengo en una de las calles de Los Ángeles.

—¿Por eso? ¿Por qué te gustan la a chicas no creyeron en ti? —asintiendo con pesadez miró hacía el frente.

—Como si eso me definiera; como si hacerme de mis cosas, volverme una experta en las inversiones de números grandes, rodearme de personas influyentes y con mucho poder, ser una de ellas —corrigió, —No valiera nada —aterrizó de nuevo con tristeza, —Todo por qué en mi vida nunca tendría un esposo que llevara la casa y me mantuviera reprimida en las cuatro paredes de un sitio especifico, todo porque no iba a seguir el patrón de ella —el rencor de nuevo tomó parte en la plática.

Neptuno 26 | CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora