Perdón

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La miré de reojo cuando me detuve en un semáforo

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La miré de reojo cuando me detuve en un semáforo. Miraba a la ventana perdidamente con un par de lágrimas en la cara.

— Lo siento —dije para llamar su atención, funcionó. Ella se giró a verme suspiró y se acomodó mejor en el asiento
— ¿Por qué? —sonaba desanimada, cosa rara en ella, ya que siempre estaba animada, con toda la felicidad.
— Por lo que dijo el imbécil de mi herma... —me detuve— nuestro hermano
— No hay que disculparse, yo tuve la culpa. Por creer que podía resultar algo bueno de abrirme a alguien. Bien sé yo que esa mierda te juega en contra siempre —alzó los hombros— de ahora en adelante será mi hermano y ya. Nada más, como debió ser siempre.
— Me parece bien —sonreí, ella sonrió de vuelta.

La verdad era, que había dormido con muuuuchas chicas desde que ella llegó, tratando de evitar quizás pensar en sus caderas, pero me era imposible.

Estaba molesta con Ginés porque yo y él hablamos, solíamos hacerlo muy seguido, y le confesé que sentía una atracción muy fuerte por ella y él me dijo que ambos habían confesado un gusto entre ellos. Por eso le dije que yo no haría movimiento alguno, a fin de cuentas si a ella le gustaba él pues no había razón para yo meterme. Pero me mintió y lo peor de todo, le mintió a ella.

Estacioné fuera de casa, Elisa bajó y se detuvo en la entrada y me esperó. Me paré junto a ella, abrí la puerta y la dejé pasar, ella entró de lleno hasta las escaleras, se detuvo, regresó y me abrazó.

— gracias por sacarme de ahí —susurró, acaricié su cabello y sonreí. Se sentía bien recibir de ella más que actos de seducción.
— para eso estamos más hermanas —rió, se separó y asintió.

Finalmente subió las escaleras y se desapareció de mi campo de visión. Yo fui a la sala a ver televisión.



Abrí mis ojos lentamente, anoche no había podido dormir muy bien, me dolía la cabeza y me sentía triste

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Abrí mis ojos lentamente, anoche no había podido dormir muy bien, me dolía la cabeza y me sentía triste.

Era un sentimiento de decepción y tristeza parecido al que tuve cuando desperté un día y mi padre no estaba en mi casa.

Ese día me quedé sentada en mi pequeño y roto sillón por unas dos horas sin hacer nada. No sabía que hacer, o a dónde ir.

Horas después descubrí la carta que me dejó dónde decía que no podía más, que necesitaba huir. Que mi tía pasaría a casa por mi, y que él jamás volvería a verme...

Recuerdo que lloré, pero solo un poco y por coraje. Cuando mi tía paso más tarde por mi me llevó a su casa, me di una ducha y salí a caminar. Volví al día siguiente y mi tía se molestó.

Me envió con otra tía, y así hasta que llegué con los padres de Ginés y Sara.

Me gustaba estar aquí, me sentía más cómoda y además... No sentía rechazo por parte de Elena o Gabriel. De alguna manera... Mi padre me había hecho un favor al dejarme.

Pero ahora volvía a sentir está tristeza y no sabía cómo deshacerme de ella, como mandarla a la mierda.

Me puse de pie, me puse el pijama y entré al baño ha hacer como siempre mi rutina matutina; orinar, lavarme el rostro y peinar mi cabello.

Una vez hice todo esto, bajé desganada hasta la cocina donde me inundó un olor delicioso. Por alguna razón, sentí una calidez increíble, y se me inundó el pecho de paz.

— Elisa, iba ir a despertarte —sonrió Elena— hice el desayuno, ¿quieres llamar a tus hermanos? —asentí.

Caminé hasta la habitación del rubio, abrí la puerta y lo ví dormido en su cama sin camiseta.

Me acerqué, le toqué el hombro y lo ví abrir sus ojos, sonrió.

— Buenos días preciosa —soltó, rodé los ojos y me alejé
— dice Elena que bajes a desayunar —dije seria y me di la vuelta
— hey, espera —me detuve, lo sentí acercarse— ¿Estás bien?
— sí —no me giré— iré a despertar a Sara...

Salí sin más en dirección al cuarto de la chica, entré y la ví poniéndose zapatos en su cama.

— Buenos días —sonrió— ¿Te enviaron para que baje a desayunar? —asentí con una sonrisa— bien, vamos.

Caminamos una al lado de la otra con una sonrisa hasta el comedor en el que estaba Elena con la mesa puesta. Solo había cuatro lugares.

— ¿Y papá? —preguntó Sara
— tuvo que irse al trabajo está mañana, algo de la oficina o algo así —sonrió
— bueno —sonrió, nos sentamos una enfrente de la otra y mi madre en la silla principal.
— ¿Avisaron a Ginés? —asentí, como acto de magia bajó el susodicho.
— Buenos días Elena —le besó la mejilla y se sentó a mi lado.

Comenzamos a desayunar, sentí su mano en mi pierna, acariciándola de arriba a abajo. Tomé su mano y la aparté. Me miró confundido.

— algo que decir? —preguntó la mujer, la miré.
— eh... No
— ¿A dónde fueron ayer? —preguntó Ginés
— Elisa y yo volvimos a casa —dijo Sara, asentí
— ¿A qué? —preguntó de nuevo el rubio
— me dolía la cabeza —respondí y lo miré— y no me sentía bien —rodé los ojos.
— oh, ¿Te sientes mejor? —preguntó Elena, asentí— que bueno, porque hoy iremos a casa de la abuela... Para que te conozca —suspiré, nunca había conocido a las mías, no sé porque, solo sé que está era la primera vez que conocería una abuela y ni siquiera sería una de sangre.

Sonreí, ella también.

Terminé mi comida, me limpié la boca y recogí mi plato.

— iré a arreglarme, ¿Sí? —asintió. Me levanté y fui hasta mi cuarto, sentí los pasos detrás de mi, y al entrar dejé la puerta abierta para que pasara también.

Para mí sorpresa no era Sara como yo creía, era Ginés.

— ¿Que te pasa? —preguntó y cerró la puerta. No quería responderle.
— Nada —dije y comencé a revolver entre mi armario en busca de algo bonito
— ¿Estamos bien? —preguntó, exploté.
— no, no lo estamos —lo miré— quiero que me dejes en paz, a partir de ahora me vas a tratar con tu hermana. Entré tú y yo no volverá a pasar nada. ¿Entendiste? —su cara era sorprendida, él no entendía nada— sal de mi cuarto antes de que te acuse con nuestra madre.

Me dolía ser así de mala, pero se lo merecía.

Lɪᴛᴛʟᴇ sɪsᴛᴇʀ ~ Wᴀʟʟs ʏ Sᴏᴄᴀs (🆃🅴🆁🅼🅸🅽🅰🅳🅰)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt