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—Y... ¿Cuántos años tiene?

—Tiene treinta y dos —le conté a una Clara que me observaba expectante, con sus manos alrededor del vaso de zumo que habíamos pedido en la cafetería.

Hacía sol, y estábamos en la terraza, en pleno centro de Barcelona. Después de haber bajado a un parque cercano al dúplex de la madre de Ana, nos decidimos a caminar un poquito más y tomar algo, haciendo tiempo hasta la hora de comer. Habíamos empezado a hablar de cosas banales, hasta que Clara me había empezado a hacer preguntas, y en aquél momento estábamos tocando el tema familiar.

—Vale, Efrén treinta y dos  —dijo Clara, como si se lo anotara en su mente. —¿Y tu mamá tiene hermanos?

—Sí —asentí. —Tiene una hermana, que se llama Belén, y ella tiene una hija, que es mi prima y se llama Aitana.

—¡Aitana! —aplaudió Clara, para mirar a Ana seguidamente. —¡Es Aiti!

Primero me perdí un poco. Luego comprendí que, dada la estrecha relación que tenían Ana y mi prima, era normal que Clara la conociera. Ana, de todas formas, me miró después de dar un traguito a su cerveza y sonrió.

—Se han visto varias veces. A veces incluso por videollamada —explicó la morena. 

—¡Sí! —chilló Clara. —Me encanta Aitana.

Me reí disimuladamente.

—¿Qué pasa? —preguntó mi chica, tocándome el brazo.

—Nada —sonreí. —Iba a decir que normal que sean amigas, si tienen prácticamente la misma edad.

Ana rodó los ojos y chasqueó su lengua.

—Cómo eres... Ya sabía yo que me saldrías con algo así.

—Miriam, ¿me acompañas al lavabo?

Ana y yo intercambiamos una mirada divertida.

—¿Ya no quieres que venga la tata? —le preguntó Ana, levantando una ceja.

La pequeña negó con la cabeza y me señaló.

—Ella.

—Vamos, anda —accedí yo, levantándome de la silla y tendiéndole la mano a Clara.

Me estaba volviendo incapaz de decirle que no a la pequeña. Esperaba tener un poco más de mano dura cuando me tocara a mí ser madre, si es que llegaba a serlo algún día, que realmente, ojalá que sí. El caso es que por el momento, me gustaba consentir a Clara y sentir su admiración infantil crecer.

Además era una niña muy lista y muy movida, y ojalá que conservara aquella actitud y forma de ser para siempre. Seguramente Ana también había sido un bichito así de pequeña, y me causaba mucha ternura imaginarlo.

Nos demoramos un poco en volver a la mesa de la terraza porque a Clara le pareció divertido intentar imitar los gestos de un camarero que estaba liado preparando cafés, que entabló conversación con nosotras porque le hizo gracia la niña. Así que, cuando finalmente volvimos a la terraza, Ana ya había pedido la cuenta y se había encargado de pagarlo todo.

—Mi madre me ha llamado, dice que si queremos comer con ellos, ya podemos ir tirando —me explicó levantándose.

—Perfecto —respondí.

Sin llegar a sentarme de nuevo en la silla, y mientras Ana se aseguraba de que Clara llevaba la chaqueta bien puesta, di un par de toquecitos a la pantalla de mi móvil, casi inconscientemente, antes de guardarlo en mi bolso. 

Aún me tienes. QLBEPL2 🦋 || WARIAMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora