Capítulo 1

2.2K 34 1
                                    

- Mama, por favor

- Hija, ya lo hablamos. No voy a discutir más contigo

- Joder – es lo último que pronuncio antes de entrar sola a ese edificio.

Una vez en el ascensor le doy al botón que marca el tercer piso y durante esos escasos segundos desde que la puerta se cierra hasta que se vuelve a abrir pienso en cómo salir de esta situación a la que mi madre ha decidido someterme.

No alcanzo a tocar la puerta cuando un chico, bueno, hombre la abre. Lo primero que noto es que es muy alto y que no se asemeja en nada a la imagen que mi cabeza había fabricado cuando mi progenitora me informó que me obligaría a ir a un psicólogo.

- Hola, tú debes ser Aitana – dice y yo me limito a asentir observando cada detalle de su rostro, su barba, sus ojos oscuros, sus rizos negros – Pasa – indica moviéndose de la puerta dándome paso.

Entro encontrándome con un espacio no muy grande en el que observo un sofá pegado a la pared, una pequeña mesa a su costado con un vaso y una jarra de agua y enfrentada al sofá una silla.

Me quedo mirando unos segundos hasta que su voz me saca de mi transe

- Siéntate, por favor

Obedezco y tomo asiento en el sofá, me cruzo de piernas y de brazos mientras él se sienta en la silla a unos metros de mí.

- Bueno, Aitana, yo soy Luis Cepeda – se presenta mientras yo me dedico a mirar a mis alrededores pensando en lo mucho que detesto a mi madre por hacerme pasar dos horas de mi vida tres días a la semana aquí dentro. – Sé que probablemente no te hace mucha ilusión estar aquí y hablar con un desconocido de tu vida – lee mi mente – pero, empecemos con lo simple – lo miro – cuéntame un poco de ti

- Pues... no lo sé – respondo mientras juego con las pielcitas de mis dedos, un tic nervioso que he adquirido con el tiempo

- Veamos, ¿cuántos años tienes?

- ¿cuántos años tienes tú? – contraataco aún sin mirarlo

Luis Cepeda ríe

- A ver, ¿cuántos aparento? – contesta divertido

Lo observo durante unos segundos antes de contestar

- La verdad no aparentas sacarme más de cinco años, pero eso no es posible porque la carrera de psicología son cuatro años y según mi madre que no ha parado de hablar maravillas de ti, eres alguien muy reconocido en tu profesión – explico mientras me permito observarlo y ver que está esbozando una sonrisa – y para ganar reconocimiento se necesitan méritos y experiencia, y eso solo te lo pueden dar los años de práctica

- ¿y su veredicto final señorita?

- Veintiocho años

- Impresionante – aplaude y aunque haya sido yo misma la que ha sacado la conclusión, no puedo creer que este hombre tenga veintiocho tacos, vamos, que parece de veinte – ahora, ¿me vas a decir cuántos años tienes?

- Diecinueve

- ¿Estudias?

- No

- ¿Trabajas?

- Sí

- ¿Dónde?

- Una tienda de instrumentos

- ¿Te gusta la música?

Silencio.

Dejo de mirarlo para que mi mirada se pase de nuevo por la habitación en la que me encuentro, aunque mis ojos ya la hayan analizado a fondo.

- Vale, ¿por qué crees que estás aquí? – continúa Cepeda

- Porque mi madre me obliga – contesto seria

- ¿Por qué te obliga tu madre?

- ¿Por qué me preguntas si es evidente que ya te lo ha dicho? – respondo

- Quiero que me lo digas tú – decreta

- Pues, no me apetece.

- Señorita Ocaña...

- Aitana. – digo, nunca me han gustado las formalidades, me incomodan

- Aitana – repite – te prometo que no te haré hablar de nada que no quieras, si te hago una pregunta que no quieres responder solamente tienes que decirlo.

- Vale, señor Cepeda

- Cepeda – me imita

- Pues prefiero Luis – digo para irritarle pero al parecer consigo justo lo contrario porque ríe

- Luis entonces

- ¿Cómo te ha ido? – insiste mi madre una vez que llegamos a casa y me siento con ella a tomar un café en el salón

- Ya te he dicho, los psicólogos no sirven. No hay nada que ese chaval pueda decirme que vaya a hacer una diferencia en mi vida. Estás malgastando dinero que lo sepas. – afirmo mientras le doy un sorbo a mi infusión

- Aitana, por favor, dale una oportunidad – suplica desde el otro lado de la mesa

- Se la he dado, dos horas he estado allí, no vale la pena, Mama.

- Sí, lo necesitas aunque no quieras admitirlo. No eres la misma Aitana de hace un año atrás. Yo solo quiero recuperar a mi hija – me mira triste

- Deja de hablar de mí como si estuviera muerta, joder. Soy tu hija, esta es tu hija, y si no puedes afrontar que haya cambiado pues, vete a tomar por culo. – exploto levantándome de la mesa dirigiéndome a mi habitación dando un portazo al entrar.

No me gusta hablarle así a mi madre, pero últimamente no puedo evitarlo, todo lo que dice me sabe mal, pero al mismo tiempo después de insultarla o hablarle mal me sabe fatal también. Mi madre es todo lo que tengo, todo lo que me queda y jamás voy a dejar de quererla con todo lo que tengo. Pero siempre soy muy orgullosa como para pedirle disculpas. Por eso, en lugar de salir y pedir perdón, lloro, como siempre, en mi habitación, en silencio, sola. 

Piezas RotasWhere stories live. Discover now