Capítulo 10

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Narra Aitana

Agradezco al cielo ya no tener el brazo escayolado, lo cual me permite jugar con su pelo mientras sus manos van directo a mi cintura.

Pero, esto no está bien.

Unos segundos después me separo.

Lo miro, me mira.

Joder, ¿Por qué tiene que ser tan guapo? Con esa puñetera cara y esos puñeteros rizos y esa puñetera barba y joder, ¿si me ponen sus básicas? Pues, sí, hasta sus básicas me encantan.

Pero, ¿Qué he hecho?

- Luis, lo sien...

- No hagas eso. – pide mientras niega con su cabeza.

- ¿Qué cosa? – pregunto

- No han pasado ni dos minutos y ya planeas huir. – sus ojos transmiten ¿tristeza?

- Es que no está bien – trato de razonar.

- Ilumíname, Aitana, ¿por qué no está bien? ¿Porque soy mayor que tú?

- No es eso.

- Ya. – dice, seco.

Joder, la he cagado muchísimo.

- Cepeda, de verdad no sé...

- ¿Ahora soy Cepeda? – clava su mirada en mí y puedo jurar que nunca lo había escuchado así de cabreado.

- De verdad lo siento.

Me doy la vuelta sin poder sostener su mirada ni por un segundo más.

Hace unos meses lo único que quería era que mi psicólogo me odiara y no quisiera verme nunca más.

Ahora me duele pensar que lo he conseguido.


- Aitana, ¿estás bien? – me saca de mi trance mi madre sentada enfrente de mí en la mesa de la sala.

Juego con mi taza de café y contesto

- Sí, claro. No te preocupes.

- Estaba pensando – dice, y veo su miedo al pronunciar el resto de la oración – igual es tiempo de ordenar sus cosas – dice

Cuando mi hermana y mi padre murieron, mi madre tardó un par de meses en deshacerse de las cosas de mi padre. Pero, nunca le permití tocar las cosas de mi hermana. Todo sigue allí, en su habitación.

Solía pensar que si nadie tocaba nada pues... sería como si nunca hubiese sucedido. Como si en realidad estuviese en un largo viaje y algún día regresaría.

- Lo siento, no tengo que hacerlo si no quieres. Perdóname, pensé que igual era tiempo de...

- Está bien. – la corto – tienes razón. Ya es hora.

Veo como la cara de mi madre se transforma y queda en completo shock.

Shock de que le haga caso, shock de que me atreva a dejar ir esa parte de la que alguna vez fue mi otra mitad, shock de que no haya reaccionado pegándole a una pared.

- Eres muy valiente, Tana. – dice levantándose y dándome un beso en la cabeza.

- Te quiero, Mama.

Sus ojos se llenan de lágrimas.

- Y yo a ti, hija. Yo a ti.

Narra Luis

Sé que es poco profesional. Sé que debería dejarlo ir. Sé que igual fue un error.

Pero no puedo concentrarme en ningún paciente porque lo único que hay en mi cabeza es ese puto beso con ella.

¿Cómo puede ser que en pocos segundos haya sentido tanto?

Hace ya cinco días de ello y aún no logro quitármelo de la cabeza. Cinco días que no tengo noticia de ella.

Pasan las horas dentro del consultorio y a las siete de la tarde escucho que alguien toca la puerta.

Pero, no tengo a nadie anotado en este horario.

Abro.

- Hola Luis

- ¿Belén?

- Vine a pagarte el mes. Y a decirte que no sabes lo que te agradezco cómo estás ayudando a mi hija. El cambio es enorme.

Mi cara debe ser un poema porque Belén pregunta

- ¿Estás bien?

- Belén, hace casi un mes que Aitana no ha vuelto a aparecer por aquí. Me dijo que lo había hablado contigo, lo siento mucho.

- No puede ser... - la mujer que tengo enfrente está más confundida que yo, si cabe.

Al día siguiente, tal como su madre me había dicho, Aitana aparece en mi consultorio. Abro la puerta y la veo.

- Hola – saludo pero ella se limita a mirar al suelo y caminar hasta aquel sofá.

Toma asiento y yo hago lo propio en la silla frente a ella.

- No tendrías que haberle dicho que no estaba viniendo – sigue mirando al suelo y su voz es casi un susurro. 

- Claro, porque mejor sería aceptar el dinero por sesiones que nunca sucedieron. Por favor, Aitana.

- ¿Por qué estás tan cabreado conmigo? – pregunta, levantando su mirada por primera vez desde que llegó y acomodándose el flequillo con sus dedos índice y corazón.

- No estoy cabreado contigo.

- No, qué va. – dice

- Mira, lo que sucedió, sucedió. Ya está. Ahora vamos a enfocarnos en lo que importa.

- ¿y qué sería eso?

- Tú.

- ¿Yo? ¿O el hecho de que mi hermana haya muerto y mi padre se haya suicidado? – suelta como quien no quiere la cosa.

- Aitana... - advierto

- Lo siento. – me sorprende lo rápido que se disculpa.

- Alguna vez... – comienza a decir mientras devuelve su mirada al suelo – ¿alguna vez sentiste que no mereces ciertas cosas porque otros son incapaces de tenerlas? – pregunta alzando su mirada.

- Igual sí. Simpatizo mucho con el tema de los refugiados y a veces me encuentro pensando en todas las cosas que tengo y ellos necesitan más que yo. – explico.

- ¿Y no te sientes culpable?

- A veces - confieso.

- Pero, por otra parte, ¿sabes que no deberías sentirte así?

- ¿Qué es lo que tú no mereces, Aitana? - pregunto.

Juega con sus manos y veo que se pone nerviosa.

- Da igual. – dice

- Aitana – me mira – sabes que puedes contar conmigo para lo que sea ¿verdad? Como un psicólogo pero... también como un amigo.

- ¿Siempre? – pregunta y al pronunciar esas palabras es como si se hubiese convertido en una niña pequeña. Una niña con miedos e inseguridades.

- Siempre – prometo.

Le saco una sonrisa que se contagia en mi cara y me doy cuenta.

Estoy completamente perdido.

Piezas RotasWhere stories live. Discover now