Capítulo 13

985 37 2
                                    

Narra Luis

- Aparqué el coche a un par de calles, ¿no te importa caminar? – la digo una vez que salimos de la casa de Roi.

- No, está bien – contesta, acomodándose el flequillo.

Comenzamos a caminar, uno al lado del otro.

- Luis – corta el silencio una vez que llegamos al coche.

Apoya su espalda en la puerta del copiloto y yo me coloco en frente suya.

- ¿Qué pasa? – pregunto, buscando su mirada que se ha perdido en algún punto del suelo.

- Mañana me toca sesión – dice

- Lo sé, a las cinco. – recuerdo.

Me mira.

- Si no voy... ¿podrías no decirle a mi madre? – pide

- Aitana, ¿por qué no quieres venir?

- Ya sabes por qué – sentencia.

- No, no lo sé. – digo, acomodándome el pelo mientras suspiro.

- Déjalo, da igual. – dice y trata de girarse para abrir la puerta

Pero yo se lo impido agarrando su brazo y haciendo que me vuelva a mirar.

- Suéltame. – dice y yo obedezco.

- Dime qué es lo que pasa – pido

- ¡No sé lo que pasa, Luis! – estalla y yo me sorprendo. – solo sé que pasa – dice, más tranquila.

- Aitana...

- A ti igual no te pasa, pero, joder – dice negando con la cabeza – estás en mi cabeza todo el puñetero día. – admite y yo no puedo creer lo que estoy oyendo. – dime que es un síndrome o algo así, como el síndrome de Estocolmo, que es normal que tus pacientes sientan cosas por ti, dime que pasa todo el tiempo. – ruega.

La verdad es que nunca me había pasado que una paciente haya confesado sentir algo por mí, como lo está haciendo ella ahora.

- Aitana, por más de que hubiese sucedido antes, a mí nunca me ha pasado lo que me está pasando contigo – admito y veo la sorpresa en su rostro.

- Quiero besarte – suelta, y veo como se le suben los colores a sus mofletes.

- Hazlo.

Sus brazos van a mis costados y con un tímido paso se acerca a mí y posa sus labios sobre los míos. Mis manos agarran su cara y nuestras bocas comienzan a bailar a un compás lento y tranquilo. Igual es un beso corto, pero lleno de ganas.

Me separo de ella sin soltarla y la miro.

- Esto es una locura. ¿lo sabes, no? – le digo.

Ella sonríe. Y hago una nota mental de tratar hacerla sonreír más seguido porque es de las cosas más preciosas que he experimentado jamás.

- Quizás enloquecimos – dice

- Quizás enloquecimos – le doy la razón.

Narra Aitana

No me preguntéis cómo fue, pero lo que se supone que era un viaje en coche a mi casa, termina siendo un viaje en coche a casa de Luis.

Entramos cual dos adolescentes torpes, besándonos y tropezándonos con todo lo que se encuentra en nuestro camino hasta llegar a su habitación.

En aquel corto camino se han perdido su camisa, que por cierto, me pone demasiado, y también mi top.

Con cuidado me tira sobre su cama y trepa encima de mí, besando desde mis labios hasta mi clavícula hasta mi abdomen.

Me agarro de sus rizos como descubro que me gusta tanto hacer mientras él recorre mi cuerpo con sus labios.

Siento las manos de Luis sobre mi pantalón, tirando hacia abajo, y es en ese momento que mi mano sale disparada instintivamente hacia allí, atrapando su mano.

- ¿Estás bien? – pregunta, quitando sus manos de allí para posicionarlas a los lados de mi cabeza, para sostener su cuerpo sobre el mío.

- Sí, lo siento, es que...

No le voy a decir que soy virgen ¿o, sí? Joder, pensará que soy una niñata, qué vergüenza.

- No tenemos que hacer nada que no quieras, Aitana. – afirma y yo trato de no mirarlo a los ojos porque me siento demasiado avergonzada en este momento.

- Ey – dice y se acuesta de lado a mi derecha y con una mano atrapa mi barbilla y me obliga a mirarlo.

- No soy una niñata – suelto

- Sé que no lo eres – afirma con una sonrisa que logra tranquilizarme – Ven.

Me acomodo en su pecho mientras su brazo me rodea acariciando mi espalda.

- ¿Quieres quedarte a dormir? – pregunta

- ¿Tú quieres? Puedo irme si no quieres, no me importa...

- Cállate, tonta – me sorprende diciendo – claro que quiero.

Luis me presta una de sus básicas para dormir y él se pone unos pantalones de pijama. Y una vez más acostados juntos y con su mano colándose por debajo de su básica dejando caricias en mi espalda, me duermo en sus brazos.

Narra Luis

Abro los ojos un momento y lo primero que veo son dos pares de faroles verdes mirándome.

Estamos los dos acostados de lado, enfrentados.

- Buenos días – susurro.

- Todavía no es de día, Luis – susurra ella riendo.

Miro el reloj y son, efectivamente, las cuatro de la mañana. Nos habíamos ido a dormir hace solo dos horas.

- ¿Qué haces despierta? – pregunto

Se encoge de hombros.

- ¿Estás incómoda? – me preocupo

- No, por dios. Claro que no – asegura. – tranquilo, me pasa siempre.

- ¿Insomnio?

- Eso creo.

- ¿No tomas nada para dormir?

- Solía hacerlo. – dice – pero entre esas pastillas, las de la ansiedad y quién sabe qué otra más, un día me harté y decidí no tomar más nada. – explica.

- No tiene nada de malo necesitar ayuda para dormir o para calmar la ansiedad ¿lo sabes, no?

- Da igual – dice – verte dormir me estaba calmando – sonríe.

Es tan mona.

- ¿Ah si? – estiro un brazo y agarro su cadera, acercándola a mí.

Dejo un beso en su frente y ella se acurruca en mi pecho. 

Piezas RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora