Capítulo 30

946 38 4
                                    

Narra Luis

- ¿Vamos a hablar de la llamada? – pregunta Aitana mientras yo me desvisto en mi habitación y me pongo mis pantalones de pijama.

- ¿Qué? – me hago el desentendido mientras veo cómo se toma la libertad de abrir un cajón y sacarme una básica azul para ponérsela como pijama.

- Luis. – dice en tono de advertencia

- Aitana, no sé qué quieres que te diga. Alguien me llamó por error y punto – trato de convencerla mientras me siento en mi cama.

- Te quedaste pálido antes de colgar y te vi distraído todo el rato después de eso.

Tiene razón. Estuve todo el rato en el piso de Roi pero con la cabeza en esa puñetera llamada. En esa jodida voz. Piensas que tu vida está bajo tu propio control y de un segundo a otro te das cuenta que no es así. Y joder, no es justo. Hace muchos años que mi vida cambió y merezco poder caminar hacia adelante sin preocuparme ni preguntarme por lo que dejé atrás. 

- No fue nada. Fue sólo un error. – Ya no sé si lo digo para convencerla a ella o a mí mismo, la verdad.

Aitana me mira parada frente a mi cama de brazos cruzados y, solo por cómo me mira, sé que no le cuela. 

- Claro, y por eso estás tan raro. Que no soy una niña, Luis. Me doy cuenta de las cosas. – señala.

- Sé que no lo eres. – afirmo.

- Dime qué cojones te pasa entonces – pide acercándose y sentándose en la cama enfrente mío.

Pero es que no puedo decírselo porque yo mismo no lo entiendo. No puedo explicarle algo que pensé que jamás iba a tener que volver a revivir.

- Estoy cansado. – respondo.

Veo como suspira.

- Vale, me voy a casa – se levanta y comienza a buscar la ropa que hace segundos se ha quitado.

- ¿Qué? – pregunto, confundido mientras sigo sus movimientos y me paro para enfrentarla.

- Que yo también estoy cansada y quiero irme a dormir. – explica como quien no quiere la cosa.

Tiene la intención de voltearse pero la agarro por los hombros para que se quede quieta.

- Duerme aquí conmigo. – pido

Jamás la dejaría irse a estas horas sola a su casa. Podría acompañarla pero, precisamente hoy no es una noche en la que me apetezca estar solo. Lo único que me falta es que ella decida irse para que pierda la cabeza por culpa de mis propios pensamientos. 

- No confías en mí, Luis – dice – Te he contado cosas que no le he contado ni a Amaia. Confío en ti más que en nadie y tú no eres capaz de contarme lo que te pasa.

Suspiro quitando las manos de sus hombros para llevar una a mis rizos en señal de desesperación. Siento sus diminutos dedos alzar mi barbilla para obligarme a sostener su mirada.

- ¿Qué sucede? – vuelve a intentar.

- Escúchame – agarro su cara entre mis manos – Confío en ti más que en mí mismo ¿Me oyes?

Veo como asiente.

- Esa llamada ha sido un error. – me duele mentirle y me refugio en la posibilidad, por más mínima que sea,  de que todo esto sea una macabra coincidencia – Siento haber estado distraído pero es que tengo mucho trabajo últimamente y a veces me agobio de la nada. – improviso. - Estoy perfectamente ¿vale?

Piezas RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora