Capítulo 2

930 31 0
                                    

- Disculpa, estaba buscando un piano para mi hija – me explica una señora que ha entrado hace unos segundos a la tienda – tiene ocho y quiere empezar a aprender – explica

Le muestro, a quien asumo que es la madre de la niña en cuestión, las distintas opciones y las que me parecen más adecuadas según la información que me dio.

- ¿Tú tocas? – me pregunta

- Solía hacerlo – me limito a contestar

Unas horas después termina mi turno y me dirijo a casa de Amaia, mi mejor y, francamente, única amiga. Con el paso de los meses he ido alejándome de muchas personas hasta que la única persona que pudo soportarme fue Amaia.

- Por lo menos dime que es majo – dice mi amiga desde el suelo de su habitación pintándose las uñas

- No me agrada – sentencio mirándola desde su cama

Amaia me mira

- ¿Es guapo?

- ¡Amaia, que tiene casi treinta tacos!

- No has contestado a mi pregunta

Tardo no más de dos segundos en abrir la boca para replicar pero mi amiga es más rápida.

- ¡Lo sabía! Es guapo. – exclama con muchísimo entusiasmo – joder, la he cagado – dice cuando se da cuenta que se ha pintado la mitad de un dedo por despistada.

Me río ante las ocurrencias de mi amiga, la persona que logra hacerme reír a pesar de todo.

Narra Luis

- Estás muy callada

- Así soy – responde, borde

- Yo creo que no – respondo con un tono chulesco

- ¿Perdona?

- Que a mí no me engañas, Aitana. – digo, seguro.

- No estoy intentando hacerlo.

- Dices que eres callada, pero tus ojos me cuentan otra historia

Ríe, una risa que derrama sarcasmo

- A ver, dime ¿qué fábulas te cuentan mis pupilas?

- Que tienes miedo – Niega con la cabeza– que tu cabeza va a cien mil por hora y no quieres ni intentas verbalizar lo que hay dentro – mira al suelo y comienza a jugar con sus dedos sobre sus piernas, algo que noto que hace a menudo – que igual estás... enfadada – pruebo y noto que por un efímero segundo algo hace clic en ella. He tocado una tecla.

- Te crees muy listo – sentencia 

- No – niego

- Déjame decirte lo que yo sé de ti – me sorprende diciendo, en realidad, ya no me sorprende, es la cuarta sesión que tengo con ella y siempre busca chocar, pelear.

- Tienes veintiocho, estudiaste psicología porque era algo que sabías que te daría al menos algo de dinero – la miro y me encuentro con sus ojos verdes mirándome intensamente mientras escupe sus palabras – pero, igual no era lo que realmente querías para tu vida – me medio-desafía – te gusta la música, guitarrista probablemente.

Al escucharla mi mente comienza a barajar opciones, ¿la más alocada? Que esta niña me haya implantado una cámara o algo.

 – No tuviste los cojones para darlo todo por ello, sabías que las probabilidades de triunfar son una en un millón. Y aquí estás, Luis, enhorabuena por conformarte con escuchar los problemas ajenos y tratar de arreglar lo que no tiene arreglo. – termina echándose de nuevo hacia atrás en aquel sofá, ya que con tanta pasión al hablar había despegado su espalda de allí por primera vez.

¿Si ha acertado? Muchísimo. Pero con su monólogo solo ha verificado mi teoría. No está enfadada. Está furiosa.

- Asumo que no me dirás de dónde has sacado tanta teoría, ¿no Sherlock? – la pico

- Solo hay que observar un poco – dice mientras se coloca un mechón de pelo tras la oreja

Puede tener diecinueve años, pero parece que ha vivido más que la mayoría de los adultos que conozco. Me encuentro queriendo saber más de ella, más de lo que su madre me ha contado, porque sé que es mucho más que eso. 

Pero sé que no me he ganado su confianza y que será algo difícil de lograr.

- Roi, que estoy cansado

- Ya te he dicho que me la suda, tú y yo hoy salimos a tomar unas cervezas.

Es imposible decirle que no a mi mejor amigo desde que me he mudado a Barcelona. Mi gallego preferido del mundo mundial.

- Vale, pesado. 

Llegamos a un pequeño bar, tranquilo. Nos sentamos en una mesa y ordenamos dos cañas.

- ¿Qué tal el trabajo? – me pregunta

- Muy bien – respondo mientras llevo la caña a mis labios – Roi me mira expectante

- Sabes que no te puedo contar nada

- Tío, yo me volvería loco guardando todos los secretos de toda esa gente que atiendes

- Tampoco te imagines que la gente tiene grandes anécdotas, lidio con cosas bastante cotidianas

- Ya, aún así

Seguimos hablando y no puedo evitar que mi mente vuelva a la chica del flequillo. La niña que esconde los mil y un misterios de la vida detrás de una mirada perdida. 

Piezas RotasWhere stories live. Discover now