Capítulo 7

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- Tu piso es pequeño – es lo primero que dice al entrar

- Vale, hasta luego. – digo colgando su jersey y mi chaqueta e invitándola a que se siente en el sofá

- Me refiero, que para ser un prestigioso psicólogo me sorprende que tu piso sea... pues, pequeñito. – explica mientras se sienta.

- ¿He escuchado "prestigioso"? – la pico mientras tomo asiento a su lado y le doy un vaso con agua.

- ¿No tienes whiskey? – pregunta, dejándome confundido

- Es broma, hombre. – ríe.

Joder, su risa.

- Ya le he avisado a tu madre que estás conmigo – anuncio

Se queda callada mientras toma su agua.

- Fumas

Veo que su mirada se detiene en un paquete de cigarros que hay en la pequeña mesa enfrente suyo

- Sí – afirmo

- Deberías dejarlo – dice

- Todos tenemos un vicio – digo mientras me permito observarla mientras escanea toda mi casa con ese par de ojos curiosos que tiene.

Me mira

- ¿Me vas a preguntar cuál es el mío? – dice

- Si ya lo sé – me mira confundida – pegarle a las paredes – la pico

- Cabrón – me insulta

- ¿Por qué lo hiciste?

- ¿Estamos en una sesión? – pregunta mientras deja el vaso apoyado en la mesa y pega su espalda al respaldo del sofá mientras cruza sus piernas encima del mismo.

- No

- ¿entonces por qué preguntas?

- No hace falta estar en una sesión para preocuparme por ti. – suelto.

No deja de jugar con las pielcitas de sus dedos a pesar de tener un brazo escayolado.

- Estaba enfadada – admite.

- ¿Con quién?

- Con todo – me mira – con todo. – vuelta a mirar hacia abajo.

- ¿Por eso te fuiste de casa? – indago

- Todo me recuerda a ella.

Sigue mirando hacia abajo, lo cual no me permite ver su cara porque su pelo la esconde.

Pero escucho cómo sorbe su nariz. Y eso la delata. 

Es en ese momento que me atrevo a acercarme un poco y con mi mano colocar su pelo detrás de su oreja.

Y lo que veo me rompe en dos pedazos.

Está llorando. Las lágrimas caen pero ella no se mueve, no emite sonido. Solo llora. En silencio.

- Aitana...

- No lo entiendo – dice y su voz se rompe – es que no es posible que de un día para otro todo se vaya a la mierda – no entiendo qué pasó – admite.

Levanta su cabeza y me mira, ojos llenos de lágrimas, inyectados de sangre.

- Era mi mejor amiga.

- ¿Se parecía mucho a ti? – me atrevo a preguntar

Suelta una risa, una risa un tanto nerviosa

- Pues considerando que era mi hermana gemela, digamos que sí.

Y... balazo al corazón. Su madre me había dicho que quería que Aitana fuera capaz de abrirse conmigo y que ella no me daría detalles. Sabía que había perdido a su hermana, pero no que eran gemelas idénticas.

- Lo sien...

- Pero no nos parecíamos más allá de lo físico. – me sorprende siguiendo y esboza una pequeña sonrisa – era paciente, todo lo que se proponía lo podía conseguir. Nunca la escuché gritándole a nadie. Siempre tenía cosas buenas para decirle a la gente. – continúa – era la mejor de las dos. – asegura. – ¿tú crees en el cielo, Luis? ¿crees que hay vida después de la muerte?

Me deja paralizado ante su pregunta.

- Creo que hay algo, pero no tengo idea qué. Quizás es vida, quizás es otro tipo de vida diferente a como la entendemos aquí. No sé si llamarlo cielo, si llamarlo tierra. Pero creo en algo mayor, sí.

Me mira y escucha atentamente y yo me tomo la libertad de limpiar con mi pulgar las lágrimas que resbalan por sus ojos.

- Pues yo no creo en nada ¿sabes? Y es una putada, ya te lo digo. – dice – todos tienen consuelo en "están con los ángeles", "ya descansan en paz", "te están cuidando", "dios sabe lo que hace" – ríe con sarcasmo – pero es solo eso, consuelos. – explica y a mí se me ponen los vellos de punta

 – no están, no volverán. Han muerto y nunca jamás volveré a verlos. Nunca la volveré a escuchar hablar. ¿sabes que mi madre no podía verme ni tolerar escuchar mi voz cuando sucedió? Nunca lo admitió, pero se veía perfectamente. Nunca la volveré a escuchar tocar, ni cantar. Nunca volveré a escucharlo a él con la estúpida guitarra. – dice, enfadada – pero, ¿por qué debería importarme él? – pregunta al aire mientras yo extiendo mi brazo y acaricio su nuca en un intento por calmarla porque me está preocupando el ritmo de su respiración y que sus lágrimas no cesen.

 – ¿qué clase de padre se tira frente a un auto al darse cuenta que su hija ya no respira? ¿es que no pensó en mi Mama? – llora - ¿no pensó en mí? – trata de seguir hablando pero su respiración no se lo permite y comienza a ahogarse.

- Aitana, respira, tranquila, por favor. – le pido mientras me paro para arrodillarme frente a ella en el suelo y agarro su cabeza entre mis manos – respira – suplico.

Se lleva su mano sana al pecho y se agarra su remera con fuerza.

- Suelta – tomo su mano en la mía mientras que con la otra sigo acariciando su mejilla. Coloco su mano en mi pecho y hago que me siga.

- Cuenta, vamos. – le pido – cuenta hacia atrás.

Trato de mantener mi respiración acompasada mientras la ayudo a contar de veinte hacia atrás.

- Así, vas bien. – la animo.

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- Ya estás bien – aseguro

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Me siento a su lado nuevamente

- Lo siento – se disculpa

- No tienes que disculparte por eso, Aitana. 

y es en el silencio de mi casa y mirándola cara a cara que no me puedo creer que esta mujer siga de pie después de todo. 

Piezas RotasWhere stories live. Discover now