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OPCIONES



El resto del camino transcurrió en silencio. No diría que era algo cómodo que el mismo tipo que me había amenazado me fuese a dejar a la puerta de mi casa; pero bajo esas circunstancias, parecía que habíamos firmado un acta de paz. Al menos duró hasta que decidí enfrentarlo a unas dos calles de mi casa.

—Ya que tenemos la oportunidad de hablar...

—Vaya charla más divertida la nuestra —ironizó.

—Contigo eso es imposible.

—¿Conmigo?

No me pregunté cómo era posible que luciera tan ofendido con mi afirmación cuando solo hace unos segundos había disparado un comentario repelente. Le vi por unos momentos con las cejas y labios planos en torno a la molestia que sentía. Él se giró una vez para apresurar mi respuesta.

—Sí, contigo —antes de que indagara en mis motivos, yo respondí—: me has atacado. Y no hablo solo porque has cuestionado mis creencias, también lo digo porque tu séquito de matones lleva estos días molestándome.

—¿Y qué te hace suponer que fui yo?

—Es obvio que lo haces para intimidarme —expuse con un tono quedo pero marcando la voz en cada palabra—. ¿Tanto miedo me tienes?

Soltó una risa descolocada, como si de él se hubiera apoderado algún payaso siniestro.

—¿Miedo? ¿A alguien como tú? —inquirió. Su sonrisa amplia enseñaba los dientes perfectos que se alineaban detrás de sus labios—. No, mi miedo va más allá... —añadió en tono bajo, más para sí mismo—. Como sea, no sé de qué hablas, pero suerte.

—¿Suerte? No creo en la suerte.

—¿Ah, no? Pero sí en seres que no existen.

—Lo que crea o no, es cuestión mía. Excepto cuando te involucra —sentencié—. Tú y Crusoe están empeñados en acosarme, lograron que me miren raro en el pasillo y que me llamen Agnes.

Una sonrisa traviesa, similar a la que pondría un niño pequeño, se bosquejó en sus labios.

—Bueno, ese nombre te queda mejor.

—¿Quién es Agnes?

—El corderito de la academia. ¿No lo has visto? Tiene unas orejas muy divertidas.

Se estaba burlando de mí. Para no seguir con algo que no tendría fin, le ordené que se detuviera. Mi casa estaba a dos cuadras de donde nos encontrábamos, podría llegar fácilmente.

—¿Y dejarte sola en la noche? —espetó— No quiero que te suceda nada, ser medio responsable de un mal acontecimiento no es nada lindo.

—¿Lo dices por experiencia? —indagué, receptiva a cualquier expresión contraria a la confianzuda que portaba la mayor parte del tiempo.

—Así es. Yo fui responsable de la muerte de mis padres, y créeme —bajó la voz. Sus palabras se profundizaban en cada pronunciación. De pronto, el brillo de sus ojos se esfumó, reflejando solo parte de la calle en ellos—: es algo que no quiero volver a sentir.

—Yo... —Él de verdad se veía afectado, por lo que pensé en consolarlo—. Lo lamento.

Apretó el volante con fuerza, al punto de que sus dedos pasaron de un color rosado a uno blanco.

LA OPCIÓN CORRECTA EAM#1 | A la ventaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora