13

42.7K 6K 8K
                                    

MESA PARA TRES

Todos los domingos en la mañana asistía a la iglesia. Me gustaba hacerlo por la mañana, antes de que diera el mediodía, para tener el resto del día libre. Mi iglesia era la misma a la que iba con la abuela; quedaba en una esquina cerca del centro. En su tiempo fue bastante popular, muchos ocupaban las bancas y cantaban a todo pulmón las canciones del coro. Todavía recuerdo cuando me sentaba con los demás, mirando a los devotos entonar las canciones que tocaba en mi guitarra. Tanta paz se sentía bien. Sin embargo, aquellos tiempos mozos habían pasado y ahora pocos tenían el interés de pasar dos horas de su domingo escuchando a un hombre en sotana.

Poco a poco nos desligamos de lo que creemos, siempre habrá algo que logre corrompernos. O al menos eso supuse al percatarme de que ya nada era como antes.

Al salir y dirigirme al centro para comprar algunos juguetes para Francis, me puse a pensar en los cambios y si, en algún momento, ellos me alcanzarían. Llevaba diecinueve años siendo yo, con un poco más de curvas y mi rostro perfilándose a uno más maduro, pero dentro de mí, quien yo era, me parecía a la chica pequeña que admiraba su primer dibujo aunque fuesen simples figuras de palitos.

¿Cambiaría? Quizás ya lo estaba haciendo, aunque deseé con todas mis fuerzas seguir aferrada a quién era.

Mi compra en la tienda para mascotas consistió en una deprimente pelota con orejas, cola y nariz de ratón. Mi bolsillo era demasiado pequeño para gastar el poco dinero que traía en algo más. Por eso pensé en la posibilidad de buscar un trabajo. El empleo de mamá traía lo justo y necesario, hasta a veces un poco más, pero no me apetecía pedirle nada porque ya hacía demasiado por mí. ¿Ser una carga? No gracias. Además, no había cosa mejor que conseguir las cosas por mérito propio.

Agarré con firmeza la bolsa de mi modesta compra y busqué un caseta que vende periódicos. Fue una triste sorpresa toparme otra vez con el desorientado rostro de Agatha. La vi a una distancia prudente, con su espalda recta pese a la edad, bien arreglada y en la que parecía una discusión con un hombre adulto más joven que ella.

—¡Agatha! —llamé pidiendo al cielo que me reconociera. El instante en que sus ojos se iluminaron y sonrío, supe que era buen momento para intervenir— ¿Qué ocurre?

—Este hombre quiere revisar mi cartera —se quejó, poniéndole mala cara al sujeto del que hablaba.

—Estoy tratando de saber dónde vive, señora. —El hombre parecía honesto, aunque tuve mis dudas si decía la verdad.

—No me tomes por tonta, tengo más años que tú —recriminó ella, casi dándole un carterazo. Yo traté de intervenir, atajando la cartera con mis manos, así que Agatha se dirigió a mí—: Apuesto a que en cuanto abra la cartera me dejará sin nada.

—Señora —insistió el sujeto, avergonzado porque Agatha había hablado en un tono alto—, si hubiera querido robarle, le habría quitado la cartera desde el principio.

—¿Ves, querida?, este hombre no tiene buenas intenciones.

El hombre gruñó con exasperación.

—Me rindo —dijo y me miró—. Tú hazte cargo.

Lo había dicho como si realmente Agatha fuese una pesada carga. Y sí, la anciana tenía un genio del que cuidarse, pero no para decirlo de una forma tan despectiva. Ambas abrimos la boca sintiéndonos ofendidas.

—Por eso digo que si las personas murieran de impaciencia, los hombres se habrían extinto. —Me eché a reír, al mismo tiempo en que Agatha me tomaba del brazo—. Hoy hace un día genial para salir, una lástima que Cleo se haya enfermado, eh. ¿Cómo está ella?

LA OPCIÓN CORRECTA EAM#1 | A la ventaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora