015

81 12 3
                                    

✦ ¡Pellízcame, idiota! ✦

No llegamos a nada fue tan solo un beso, un beso largo que no hubo necesidad de llegar a algo más.

Solo estoy apoyado en su hombro mientras acaricio su pecho tranquilamente. Su hija no estaba en casa, ya es de noche, estuvimos pensando en el beso todo el día. No cruzamos palabras por un largo rato ni siquiera cuando almorzamos pero si nos sonreíamos, el silencio decía más de mil palabras.
Siento sus labios en mi frente, lo miro y tenía sus ojos cerrados al besar mi frente. La yema de mis dedos empiezan a colarse por debajo de la camisa para jugar con el vello de su pecho y toparme con la sorpresa de que su corazón lata tan acelerado.

Durante el día puede que no hayamos dicho nada pero realmente no me quiero ir sin decir nada y creo que no quiero que esto acabe. Me da tranquilidad, esa calma que busqué por tanto tiempo, esa calma que siempre quise tener algún momento que nunca creí encontrar junto a alguien y menos en alguien que solía odiar hace años atrás.

Luego de unos pocos minutos hayan pasado de que me haya besado lo escucho suspirar. Quizá algo no ande del todo bien, después de todo lo bueno no siempre dura para siempre.

–¿Confías en mi? –pregunta, susurrándome.

Algo me intenta insinuar y es allí donde mi mano se detiene. Romper el silencio para que quiera hacerlo no es tan grato como pensaba que sería pero no me sorprende, de seguro me mira de la misma manera en que me miró, y me sigue mirando, su sobrino.
Lo miro a los ojos, puede que pueda sacar provecho a esto después de todo, ¿no? Puedo destrozarlo de la misma manera que hice con Jotaro, casi lo saco de mi casa en ropa interior. Así que le sonrío y acaricio la mejilla, lo beso y asiento con la cabeza.

–Claro que confió en ti, idiota –respondo.

Devuelve la sonrisa pero parece un niño tan inocente, un cachorro que le acaban de dar un hueso el cual pueda enterrar y solo él sepa dónde está. Me besa, besa lento, suave, compasivo, tierno. Se coloca sobre mi quitándose la camisa poco a poco, lo ayudo desabotonando siendo un poco más rápido y es en ese entonces que vuelve a besar mi frente, para cuando lo hace mis manos se detienen tomando la camisa para quitársela como si me paralizara al sentir sus labios en mi rostro. La sensación de dulzura que deja en mi boca no lo podría comparar ni con el dulce que contenga gran cantidad azucarada porque de por sí su presencia ya es lo más dulce que puede existir.

Vuelvo a enfocarme, quizá solo lo haga para conquistarme para luego dejarme botado y eso no lo va a lograr. Quito su camisa lentamente pasando mis manos por sus hombros, subo mi mirada hacia sus ojos y poco a poco mis manos suben por su cuello y bajan a sus brazos, él termina por quitarse el resto de las mangas que faltaban. Ataca mis labios nuevamente y sus manos se cuelan por debajo de mi camiseta pero luego a mi pantalón, lo desabotona y quita lentamente. Siento sus manos jugar con mis piernas y vuelven a subir lentamente hasta pasar por debajo de mi camisa nuevamente, es un placentero cosquilleo sentir sus manos en mi cuerpo. Ahora sus besos ya no son en mis labios sino que en mi cuello pero son precisos, cortos pero suaves mientras sus manos deciden por empezar a desabotonar rápidamente mi camisa.

Suspiro pero no agotado, mi cuerpo estaba disfrutando y tenía que hacérselo saber.

Ahora mi pecho está al descubierto para él solo para sentir sus labios recorrer poco a poco de mi cuello hacia mi pecho, de mi pecho a mi abdomen pero no sigue bajando. Sus manos van hacia mis piernas, acariciándolas y por dejarme llevar las enredé en su cadera y al instante endereza su espalda y me sostiene, abrazándome suavemente hasta estar de rodillas sobre la cama. En ese momento sentí que me sentaba en algo que claramente parecía estar despertando y en ese entonces me sonrojé.

–¿En qué estás pensando? –pregunta curioso, sonriente.

Me quita la camisa, me besa el hombro y el cuello al punto en que cuando quedo solo en ropa interior me aferro a su cuello para poder finalmente responder su pregunta.

–Solo es raro esto –respondo avergonzado– y en especial donde me estoy sentado ahora.

Lo miro pero sus manos no están apegadas a mi cuero y cuando miro atrás tenía sosteniendo su camisa. Quito mis manos de su cuello y siento como la tela de la camisa sin aún tibia. Mientras me abotona me aferro a su cuello nuevamente, él empieza a explicarme.

–Estás sentado en mis piernas, Rohan –susurra– no mi entrepierna. Y no, aún ni siquiera está completamente erecto.

Me sonríe tranquilamente al momento en que termina.

–Tu pijama estará seco en la mañana, mientras tanto ocupa mi camisa esta noche, ¿si?

Asiento con la cabeza sin dejar de mirarlo a los ojos, embobado. No tengo a un fantasma frente a mi ni al ser más horripilante que haya podido existir sino que ante mis ojos tengo al ser más adorable que haya podido conocer y todos estos años lo había odiado, hace pocos siendo amigos y ahora ya no sé si lo quiera como amigo.

–¿Si dormiremos juntos, verdad? –preguntó ingenuo– Digo, no quiero estar solo esta noche, Josuke.

Mis manos bajan hasta su pecho, no pude dejar de ver sus ojos.

–Claro que podemos –sonríe.

Le devuelvo la sonrisa como bobo enamorado, mis manos suben hacia sus hombros y bajan con suavidad tocando su piel con la yema de mis dedos hacia su pecho nuevamente haciendo un movimiento de vaivén lento de su pecho hacia sus hombros y viceversa. No quise dejar de mirarlo. Mis manos se quedan en sus hombros al momento en que una de sus manos se apoya en mi mejilla.

–Rohan –susurra calmado–, tus ojos.

–¿Qué tienen mis ojos?

Su pulgar acaricia mi mejilla suavemente.

–Es como brillaran –responde– parecen dos perfectas esmeraldas.

–De seguro estaré cansado y ahora me estaré relajando contigo –niego sonrojándome–, los tuyos brillan que ya empiezo a creer que son un par de amatistas.

Junta su frente junto a la mía, baja su mano para volver a abrazarme.

–No te mientas a ti mismo, Rohan.

Quise negarme, quise enfadarme, quise gritarle pero qué caso tiene si me conoce y tiene razón. No estoy cansado, he descansado y he podido relajarme desde que llegué a su casa. Mis manos suben hacia sus mejillas, vuelvo a suspirar.

–Pellízcame, idiota –susurre, deseando que sus palabras no fueran un sueño.

–Tengo una idea mejor.

Vuelve a besarme pero me recuesta sobre la cama y esta vez tapándonos con las sábanas, él terminando por bajar sus besos por mi cuello y apoyar su cabeza en pecho. Acaricio su nuca y bajo hasta la mitad de sus espalda mientras él sigue aferrado a mi cuerpo como niño asustado hacia su madre después de haber tenido una pesadilla.

En ese momento no deseé nada más que la noche fuera eterna para ambos.

La última notaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora