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En cuanto entré en mi casa, cerré la puerta tras de mi, esperando no encontrarme con nadie. Pero yo no era la chica de la buena suerte, precisamente.

Joaquin, Pedro y mi madre estaban sentados en el salón, que daba directamente a la entrada. Así que me habían visto. Pero no estaban solos, estaban hablando con un policía. Pero ahora todas las miradas recaían sobre mi.

Sinceramente, entendía que la cara de mi madre fuese una mezcla de furia y decepción. Estaba junto a un policía viendo llegar a su propia hija después de desaparecer a las siete del día anterior con el vestido manchado y arrugado, manchas de alcohol, el pelo despeinado y el rímel corrido, etcétera. Yo estaría enfadada también.

—Hola—saludé tímidamente.

—Olivia Díaz Fuentes —habló mi madre, levantándose enfadada—. ¿Dónde demonios estabas? Te dije que llegases a la una a casa. ¿Pero me haces caso alguna vez? ¡Claro que no!

—Bueno, tampoco es para tanto.

Tiré lo que llevaba en los brazos al suelo y después me senté en las escaleras mientras frotaba mi rostro con las manos y pasaba mi pelo-nido hacia atrás con mis dedos.

—¿Qué no es para tanto? ¿Te das cuenta de lo preocupada que estaba? Y encima te olvidas de que teníamos una reunión con el sheriff. Es que me dejas a cuadros.

Miré al sheriff, que me miraba de reojo, pero si ninguna expresión que demostrara  qué estaba pensando de mi. A ser sincera, en ese momento me daba absolutamente igual.

—Sí que me acordaba.

—¿Entonces qué haces llegando a estas horas?

—Perdón, llego tarde.

Mi madre demostró con su rostro que me quería matar. No me extrañaba, pero yo estaba demasiado harta de sufrir por alejarme de personas que quería por una mudanza de nuevo. En ese instante me daba igual todo.

—¿Qué te ha pasado?—me preguntó el sheriff.

—Nada. Simplemente no quería venir.

Mi madre intentó calmarse, por lo que intento hablarme como si nada y con delicadeza.

—El sheriff venia a preguntarnos cosas que hizo papá antes de ser arrestado. —me explicó—. ¿Te acuerdas de algún detalle?

Yo negué con la cabeza y con cara de indiferencia. Después miré a Joaquín y le saqué la lengua, él me la sacó también.

Pedro me miró con una sonrisa pícara mientras agarraba un vaso con zumo. Le divertía verme así. Sabía que estaba de resaca y de mal humor por venir aquí, me conocía demasiado bien. Sabía que iba a disfrutar con esa escena. El sheriff y mi madre me miraban muy serios.

—No me puedo imaginar a Severus Snape teniendo sexo —comenté en voz alta, aunque era más un pensamiento profundo.

Pedro comenzó a reír como un loco.

—¡Olivia!—gritó mi madre.

—Muévete a la posición trescientos noventa y cuatro —continué con una voz muy grave, imitando a Snape. Pedro escupió un poco de zumo de su boca mientras reía y mi madre abría la boca.

—¡Ya está bien, Olivia! ¡A tu cuarto!

Señaló las escaleras con ímpetu. Yo me levanté de ellas y los miré a todos.

—Sus deseos son órdenes.

Y dicho esto, subí las escaleras con rapidez. Mala idea, me dio un mareo impresionante nada más hacerlo. Mi resaca era demasiado notable y dolorosa.

COUNTING ON YOU | OUTER BANKSWhere stories live. Discover now