CAPÍTULO 10

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Entré por la puerta principal a toda prisa. No soportaba estar en ese lugar, me provocaba nauseas. Solo con oler la sangre y otros olores que circulaban por el ambiente me daba ganas de vomitar. Debería de haberme acostumbrado, pero siempre es como la primera vez.

Esperé al ascensor y una vez dentro le di a la tecla 8, cerrándose las puertas conmigo dentro. Miré el reloj, las 17:00 p.m. He salido del trabajo un poco más tarde y había conducido hasta aquí lo más rápido que me dejaba el coche. Espero que por la hora no moleste al doctor.

El ascensor se abrió y caminé con la cabeza caída y las manos en los bolsillos de mi sudadera. Sentía a los pacientes a mi alrededor pero no me detenía a verlos. Localicé la habitación de mi madre. Antes quería hablar con el doctor. Me dirigí a su despacho, donde una hermosa secretaria atendía las llamadas destinadas a él.

-Desearía poder hablar con el doctor Hamilton -dije lo más educadamente posible, ocultando el disgusto que me daba estar ahí.

-Siéntese y ahora le aviso de que estas aquí, cielo -dijo amablemente y fui a sentarme. Cogí una revista de moda cualquiera de la mesa y la miré sin interés, esperando a que me recibiera. Veinte minutos después y de haber aprendido algunos secretos caseros de belleza, la secretaria me avisa.

-Ya puedes pasar -dejé la revista y entré en el despacho. El doctor Hamilton estaba sentado rodeado de un montón de documentos y papeles que tenía que revisar con urgencia, levantó su mirada y me ofreció una sonrisa de cansancio de tantas horas de trabajo.

-¡Hola Leyla! Cuanto tiempo sin verte.

-Discúlpame por no haber venido muy a menudo.

El doctor Hamilton era el médico de la manada. Él y otros doctores se encargaban de los hombres lobos que venían al hospital para que no fueran descubiertos por los humanos y provocar un escándalo al mundo. Su trabajo se lo tomaba muy en serio, y era muy amable con los pacientes y con los de su manada.

-¿Has venido para ver a tu madre o has decidido de nuevo hacer terapia? -preguntó.

-Para ver a mi madre. Sobre lo de la última vez...lo siento, no pude controlarme.

-No te preocupes. Le ocurre a muchos jóvenes licántropos, pero tu caso fue un dolor de cabeza que lidiar, aparte del dolor de costillas que tarde en curarme -dijo sin enfado en su voz, más bien era de humor.

Volví a meter mis manos en los bolsillos y miré a un lateral del despacho, esquivando su mirada. Recordar aquello no era bueno para mí.

-¿Qué...qué tal mi madre, doctor Hamilton? -dije con respeto.

-No ha habido ningún cambio -dijo con pesar- Se pone mejor después de hablar contigo pero de repente decae. No tiene fuerzas para seguir luchando -se acercó y se puso delante de mí -Sí sigue así...

-¡Por favor, pare! -dije intentando calmarme. Cerré los ojos y respiré profundamente. Descontrolarme no me llevaría a ninguna parte -Intentaré seguir hablando con ella para que siga luchando. De los gastos no se preocupe, los iré pagando sin ningún retraso.

El doctor no dijo nada. Entendía perfectamente mis sentimientos y no me forzaba a hacer lo que no quería en algunas ocasiones.

-No tienes que ponerte así -dijo acariciando mi cabeza como un cachorro, despeinándome. No me molestó, lo hacía muy a menudo -puedes ir ahora a verla. He pedido que rellenen todo lo que necesita y nadie os molestará en dos horas.

-Muchísimas gracias -incliné la cabeza en señal de respeto y salí del despacho, dejando a un doctor apesadumbrado.

***

Tensión Lobuna (Corrigiendo Partes) Where stories live. Discover now