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Los exámenes finalizaron, y Obito se arrastró a sí mismo a casa de Madara, forzando sus piernas a moverse a voluntad.


Los últimos dos días los había pasado sin dormir. Tampoco es como que lo hubiera sentido demasiado, el ataque de una serpiente gigante en el bosque activó todas las alarmas en Konoha y la búsqueda de Orochimaru alrededor de la aldea lo habían agotado. El enfrentamiento también.

El pequeño Sasuke había terminado siendo víctima de la marca de la maldición de Orochimaru y Minato había estado examinándolo detenidamente, buscando estabilizarlo y sellar la marca antes de que fuera tarde. Sus padres e Itachi estaban como locos, buscando desesperadamente a Orochimaru para asesinarlo. Incluso él mismo, pero habían fallado.

Lastimosamente, la serpiente había escapado sin dejar rastro, dejando un caos en Konoha que sabía prontamente tenía que atender, sobretodo con Hiruzen citándolo al día siguiente para mantener una reunión importante. Él solo podía pensar en una cosa; más trabajo.

Es necesario, pensó, no sin antes bostezar con fuerza. Mantener la cabeza ocupada lo mantenía tranquilo. No había pensado demasiado en su vida personal con los ojos abiertos y el cuerpo en acción, así que esperaba ser enviado nuevamente a misiones o a realizar acuidades cómo estás más a menudo.

Entró a la casa con lentitud, deshaciéndose de sus sandalias y pisando el suelo frío con los pies descalzos, dejando la capa y el chaleco sobre el suelo. Lo acomodaría después.


— Ah, no, no vas a ensuciar ahora que acabo de terminar de limpiar.— Madara salió de la nada, con el cabello completamente recogido y la frente descubierta. Se veía como un niño de ese modo. — Levántalos.


— Madara.— se quejó dramáticamente dejándose caer al suelo, junto a sus pertenencias llenas de nieve.— Estoy muy cansado ¿Me cargarías a mi habitación?



— No. — Madara se dio la vuelta, regresando al salón principal, tomando nuevamente la escoba al ver toda la nieve que había dejado Obito en la entrada.— Quítate, voy a limpiar.


— ¿Esos son los modales que te enseñé, Obito? — el albino preguntó bajando por las escaleras, sosteniendo un pergamino frente a su rostro.— Estoy seriamente avergonzado de tu comportamiento, ¿Sabes?


El Uchiha menor levantó la cabeza con rapidez, el sueño abandonando su cuerpo cuando sus ojos se posaron sobre Tobirama, quien lo miraba con el ceño fruncido. — ¿Tío Tobi? ¿Qué haces aquí?


— Ah, tú no aprendiste nada. — el albino chasqueó la lengua, arrodillándose frente a él.— Se dice "Buenos días, tío Tobirama, estoy contento de verle." — dijo tratando de imitar su voz, tomando una de sus orejas y obligándolo a ponerse de pie junto a él. — Ahora, limpia tu desorden, ve a asearte y baja en menos de una hora, tenemos que hablar.


Ignorando el dolor sobre una parte tan sensible como su oreja, preguntó:— ¿De qué hablaremos?

Tobirama liberó su agarre, encogiendo los hombros mientras entraba a la cocina sin decir una palabra más. Obito tomó eso como un "haz las cosas de una vez o te estiraré la otra oreja."

Obito suspiró, recogiendo la capa y su chaleco del suelo, colgándolos sobre el perchero y arrebatando la escoba de las manos de Madara- quien lo miraba burlonamente desde la habitación principal- y limpiando la nieve que había dejado caer sobre el suelo, justo como se le había ordenado hacer.

Luego subió las escaleras, refunfuñando en voz baja porque sus descanso no sería posible con Senju Tobirama, alías "Señor buenos modales" quien desde que era niño había tratado de corregir muchas de sus manías y... Obito no recordaba gran parte de sus consejos. La única era el pañuelo y pararse derecho. Y el contaste jaloneo a sus pobres orejas, eso jamás iba a olvidarlo.











Tiempo 🌿 ObikakaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora