🌒24🌒

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Tobirama soltó un suspiro mientras se envolvía alrededor de la manta afelpada, observando en silencio la nieve caer sobre el suelo del patio trasero.

Estaba melancólico. Y triste, frustrado, enojado.

No había podido dormir en toda la noche. Se había pasado todo el tiempo dando vueltas sobre el colchón de su cama, pensando en todas las veces en que pudo esforzarse más, que pudo dar lo mejor de sí. En todas aquellas veces en las que pudo haber hecho un cambio.

El collar en su cuello se sentía como si quemara, justo sobre su pecho, donde el «一» simbolizaba que él era el mayor. Tōka tenía el collar del «二» porque era a penas un año menor, y al final, Izuna tenía un collar con el número «三» porque era el más chico de los tres– y siempre fue el más bajito y revoltoso. Izuna los había tallado en madera en una de sus tantas tardes de aburrimiento, cuando Tōka tenía que ocuparse de la biblioteca de su padre y Tobirama había estado ocupado con papeleo después de haberse convertido en el segundo Hokage. Cuando el dolor de su enfermedad no lo mantenía tendido en la cama y podía realizar actividades al aire libre. El collar significaba mucho en la relación de entre los tres. Era algo simbólico y sabía que Izuna no solo lo había hecho por el rango de edad. Lo había hecho porque era valioso para él lo que ellos representaban.

Tobirama apretó los puños sin poder evitarlo. A pesar de que todo el mundo trató de convencerlo de que no pudo haber hecho más, él siempre sintió que si. Siempre pensó que podía haber buscado con más fuerza, que pudo haber practicado un jutsu mejor. Que si hubiera inventado una cura efectiva Izuna ahora estaría bien, con ellos. Probablemente también se hubiera ido a Amegakure con él y Tōka, porque los tres eran un paquete y a donde iba uno, iban los otros dos.

Pero no fue así. E internamente se odiaba por eso. Se culpaba a pesar de saber que no era su culpa.


Apretó los ojos con fuerza, sintiendo en el pecho un hueco enorme que lo succionaba por dentro. Si llegaba a perder a Tōka también, no tendría más sentido la vida, nada más podría significar algo si perdía a la única persona que lo mantenía medianamente cuerdo.

Ambos continuaron adelante con sus vidas en memoria de Izuna, porque los hizo prometerlo. Porque el bastardo parlanchín los había hecho jurar que cuando él no estuviera, ellos no iban a deprimirse. Y él trataba, malditamente lo intentaba, pero cada vez era más difícil despertar todos los días sabiendo que no vería de nuevo a su mejor amigo, a su hermano del alma, a su Izu. A quien tantas veces lo había hecho razonar, aquel que le había pateado el trasero cuando se lo merecía. Al tipo que cuidaba de Tōka celosamente de cualquier otro hombre, el mismo que se aburría en la biblioteca pero no se iba porque le gustaba molestarlos y fingía leer en el fondo– cuando en realidad solamente dormía. Había perdido a su hermano del alma, y Tōka había perdido al hombre de su vida. Y no había nada que se pudiera hacer para cambiarlo.

Izuna había estado enfermo por años. Y ninguna medicina había logrado reducir el dolor que siempre lo atacaba, ni reducir las madrugadas donde despertaba vomitando sangre o aquellas veces que no podía seguirles el paso porque respirar se le dificultaba y alguno de los dos debía llevarlo cargado en la espalda. Nada pudo salvarlo– ni siquiera él.

Izuna aguantó hasta que pudo ver a su hermano unirse en matrimonio, hasta que él ascendió a ser segundo Hokage y hasta que Tōka pudo dejar la biblioteca de su padre y centrarse más en sus deberes como ninja, siempre había aspirado a lograrlo. Cuando todo estuvo hecho, Izuna simplemente dio un último respiro y se despidió de ellos. Se despidió prometiendo verlo al día siguiente y jamás volvió.


A veces solía pensar que quizás fue lo mejor. Donde quiera que Izuna estuviera; él ya no sentía dolor. Ya no sufría. Él estaba en paz, y Tobirama también debía estarlo. Porque todos trataban, porque Tōka cada día ponía una sonrisa en su rostro a pesar de recordar cada día al azabache que le robó el corazón sin piedad y porque Madara todavía estaba con la cabeza en alto a pesar de haber perdido a su hermano menor. Él no debía quedarse atrás.

Tiempo 🌿 ObikakaWhere stories live. Discover now