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Hashirama estaba sonriente a su lado mientras sostenía una taza de té entre sus manos. Madara no había bebido té desde que había llegado a la aldea de Amegakure y no lo había notado por ocuparse de otras cosas. Había extrañado el té.


La casa, a pesar de no estar totalmente ordenada, tenía un buen aspecto aunque Hashirama fue quien lo había hecho. Había comida en el refrigerador, la cama estaba tendida, incluso los zapatos estaban en orden.


Y Hashirama estaba ahí, limpio, con su ropa impecable, sonriente y lo más importante; sobrio desde hace tres semanas.

No sabía cómo sentirse, así que correspondió la sonrisa sin tanto ánimo.

Habían dormido en la misma cama nuevamente, y aunque fue reconfortante de muchas maneras el dormir envuelto en los brazos de su esposo, se sentía que había algo que le faltaba. Claro, que durante todo el mes que estuvo en Amegakure lo más cerca que había estado de Tobirama fue una cabeza recargada sobre su hombro cuando el sueño lo venció leyendo un libro de poemas que Will le había regalado a Tobirama antes de fallecer, y el mismo que había insistido en quedarse– porque Will se lo había recomendando antes a él que a Tobirama. Le pertenecía por derecho. Y de todos modos, Tobirama no se lo negó y le regaló el libro que fue su favorito durante mucho tiempo.




Madara estaba ligeramente molesto por toda la situación. Si bien, regresar a casa era algo que se sentía bien, el sentimiento en su pecho había cambiado. ¿Él tuvo que irse para que Hashirama lo tomara en serio? Claro, esa había sido su intención desde un principio, pero tener el previo conocimiento de que todo lo estaba haciendo por esa razón y no porque verdaderamente tuviera la intención de hacerlo, lo molestaba y lo hacía sentir ridículamente herido.

No era difícil hacer las cosas. Hashirama también tenía que poner de su parte, pero ¿Por qué tenía que pedir por ello? ¿Por qué tenía que buscar un equilibrio entre su matrimonio si se supone que debió ser así desde un principio?



— ¿Qué tal te parece el té? — el moreno rompió el silencio y el tren de pensamientos que se había formado entre ambos cuando tomaron asiento sobre las sillas del comedor. — He mejorado considerablemente en ello.




— Está bueno. — Madara respondió sin mucho afán, poniéndose de pie y dejando la taza sobre la mesa, cuidando de no derramar su contenido. — Iré a desempacar.


Se dio la vuelta sin esperar una respuesta, dejando la cocina sin decir nada más o sin siquiera mirar al moreno sobre la silla por última vez.


Hashirama soltó un suspiro, al parecer, uno de sus peores temores comenzaba a hacerse realidad. No es como si no se lo hubiera esperado. Aunque le costara admitirlo, sabía desde hace mucho tiempo que si Tobirama lo intentaba, lo conseguiría sin lugar a dudas. Él había sido muy engreído en el pasado al haber ofrecido a Madara como si fuera un premio o algo por lo que debían pelear, pero había estado demasiado cegado– e inseguro sobre su hermano ganando el corazón de Madara, que debió intentarlo y probarse que su amor le pertenecía a él.

Se puso de pie, caminando hacia la habitación de ambos. Si Madara decidía dejarlo... él no sabía cómo lo tomaría. Había amado al azabache prácticamente desde que lo conoció, que la idea de dejarlo ir de un día para otro no le sentaba demasiado bien. Mucho menos sabiendo que su hermano estaría a la caza de su dulce Madara y que fácilmente lo conseguiría.


El azabache le daba la espalda, sacando de su maleta todas las pertenencias que no había sacado el día de ayer luego de haber ido a conocer al médico con el que había estado viéndose últimamente para tratar su adicción y también para ayudarle con la administración del parque Senju. No hablaron demasiado el día anterior.



Tiempo 🌿 ObikakaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora