Tres

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Miriam

Salió de la habitación y resoplé. Me senté en la butaca dejando caer con pesadez mi espalda sobre el respaldo. A cada segundo que pasaba con ella, más entraba en tensión. Miré el reloj, había una notificación. Era la hora de comer. La maleta ya estaba completamente deshecha. Me levanté del sillón y fui hacia la puerta. Abrí de golpe, sin titubear.

- Joder.-exclamó una voz tras la puerta.

En cuanto aquellas ondas sonoras llegaron a mis oídos reconocí la emisora. Mimi. Rápidamente salí de detrás de la puerta y la vi encorvada hacia adelante, con las manos en la frente y maldiciendo su suerte a una velocidad digna de Eminem. 

- Pero, ¿qué hacías detrás de la puerta loca del diablo?-pregunté sobresaltada.

- Estoy de puta madre eh, ni pidas perdón eh orgullosa de los cojones.-dijo enfadada.

- Perdón.-musité acercándome a ella.

Dudé en si acercarme o no. Por una parte, no había sido queriendo aquel fortuito accidente, pero por otro lado, ella se había hecho daño y no debía comportarme como una niñata, por mucha tensión que hubiera entre ambas. Así que me tragué mi orgullo y decidí acercarme. Posé mi mano izquierda sobre su espalda, acariciándola levemente y flexioné un poco mis rodillas para alcanzar la altura de su cara.

- Lo siento, de verdad, déjame ver.-dije llevando mi mano restante hacia una de sus manos con el objetivo de apartarla y ver si tenía herida.

Electricidad. El contacto de su piel me producía un huracán bajo la piel. Todavía. Rápidamente aparté la mano. Ella se dio cuenta. También lo sintió. Se levantó lentamente haciendo alguna que otra mueca de dolor.

- Tranquila, ya está.-dijo tratando de restarle importancia.

Se apartó las manos de la frente, tenía la zona enrojecida.

- Deja que te ponga hielo.-propuse sintiéndome culpable de aquella marca.

Frunció el ceño, aquella sugerencia le pilló desprevenida. A mí también. Estar cerca de ella sacaba la parte más irascible de mí, pero eso no quitaba que me sintiera fatal por haberle dado un portazo en la cara.

- No hace falta, en serio, ya no me duele tanto.-dijo girando sobre sus talones.- Ah por cierto, baja que Ana dice que si no estamos todos, no comemos.-añadió de espaldas.

- Mimi tienes la frente roja, en serio, deja que busque hielo.-dije deteniéndola agarrando su muñeca.

Se giró y clavó su mirada en mí. 

Mimi

Después de mucho tiempo, volví a ver esa Miriam cercana que algún día vi. Aquella no parecía la Miriam altiva con la que me había encontrado cuando llegué a la casa. Lo agradecí, aunque me sorprendió. Así que acepté su petición. Al final, si teníamos que dormir juntas y convivir durante tres días, sería mejor si la tensión se rebajaba. Bajamos directas hacia el congelador, no sin antes explicar brevemente el incidente ya que ciertas miradas indiscretas nos escrutaban. 

Miriam sacó un trapo amarillo de uno de los cajones de la cocina, abrió el congelador y dejó sobre el trapo varios cubitos de hielo, los envolvió con delicadeza y se acercó a mí.

- A ver, espera.-la detuve.- Eso pinta mu' frío, tal vez estás exagerando un poquillo.-añadí retrocediendo levemente.

- Mimi, tu frente parece un semáforo, créeme que no exagero. Va que lo pongo solo un poco, pero es que sino te saldrá un cardenal que ni con todo el maquillaje del mundo lo vas a disimular.-insistió.

BANDERA BLANCA - Miriam²Où les histoires vivent. Découvrez maintenant