Treinta

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Mimi

No había palabras que pudiera decir o articular que sanaran un poco su dolor. Así que dejé que se acurrucara en mi pecho  y aliviara su dolor arrancando de sus entrañas aquel océano que la arrasaba. Entre mi cuello y mi hombro hizo casa. 

La tarde caía, y seguíamos allí, sentadas en el suelo de cocina, abrazadas, con los cafés fríos esperando en el mármol. Con el paso de las horas, Miriam logró llegar a un estado similar a la calma. Aunque obviamente, seguía sumergida en la ceguera del dolor, con ese nudo en el corazón que la dejaba fuera de juego completamente. No lloraba porque ya no le quedaban lágrimas, tampoco demasiadas palabras.

El suelo empezaba a enfriarse con la caída del sol, un ligero temblor de su cuerpo me indicó que yo no era la única que lo notó. Me separé un poco de ella, acunando su cara en mis manos. Acaricié sus pómulos con el pulgar y apoyé su frente en la mía. Un mechón rebelde y ondulado cayó sobre su mejilla, acariciándola con su leve balanceo. Cogió aire y cerró los ojos. Moví mis manos hacia su nuca, la cual acaricié con mimo. Estaba sin estar y me partía en mil verla de aquel modo. 

- Ven.-dije separándome un poco de ella.

Me levanté y le tendí la mano. Me miró confusa, aunque aceptó mi mano, la agarró acariciando la palma de mi mano y se levantó. 

- ¿Dónde quieres ir?-preguntó frunciendo un poco el ceño y con ese hilo de voz que le había quedado después de soltar la rienda.

- Vamos a salir de esto un poco.-respondí con una pequeña sonrisa en mis labios.

Agachó la cabeza y suspiró, siguió mis pasos. Fuimos hacia el baño. Nada más entrar se detuvo sin entender mis intenciones. Me quité el jersey de lana que llevaba, la camiseta que llevaba debajo de este y me estaba desabrochando el cinturón de la falda cuando noté su mano rodear mi antebrazo.

- Mimi, ¿qué haces?-preguntó confusa.

- Vamos a darnos una ducha calentita, luego pedimos comida pa' cenar y esta noche desconectas de to.-dije acariciando su cintura.

- No sé yo si eso se puede.-dijo agachando la cabeza.

- Lo intentaremos como mínimo pa' saber si se puede o no.-respondí con una sonrisa.

No dijo nada, se limitó a deshacerse de su ropa, dejándola sobre el mármol del mueble del baño. Continué quitándome la ropa hasta quedarme desnuda frente a ella. Esta vez sin un ambiente erótico y sensual, sino con uno de máxima intimidad y fragilidad. Abrí el grifo de la ducha. Dejé caer el agua unos instantes hasta que empecé a notarla caliente. Puse el tapón y me giré hacia Miriam, la cual estaba frente a mí abrazándose a si misma. Sonreí levemente y la envolví en mis brazos dándole algo de calor. Apoyó su frente en mi hombro, suspiró con pesadez y rodeó mi cintura con fuerza. Acaricié su ondulada melena y lancé una mirada a la bañera, que ya estaba prácticamente llena. Me separé un poco y gruñó.

- Tengo que cerrar el grifo leona, que sino liamos aquí un parque acuático.-dije con una sonrisa en los labios.

Hizo un puchero aunque separó sus brazos de mi cintura. Fui hacia el grifo, lo cerré y volví hacia ella.

- ¿Nos recogemos el pelo?-pregunté con una sonrisa.

Ella asintió.

- Pero no tengo ninguna goma.-dijo alzando su muñeca derecha, donde solía llevar una goma negra.

- No es problema rubia, tengo de sobras.-respondí con una sonrisa.

Rebusqué entre la caja de las gomas y le ofrecí una de color blanco junto con un peine. Nos recogimos el pelo al mismo tiempo. Me devolvió el peine y le tendí la mano y ella, la cogió sin vacilar. Nos acercamos hacia el borde de la bañera. Me introduje en esta, sentándome apoyando la espalda en uno los extremos. Ella, tras de mí, también se metió en la bañera.

BANDERA BLANCA - Miriam²Where stories live. Discover now