Veintinueve

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Mimi

Avancé por aquel pasillo blanco acompañada de mis muletas. Mis manos se habían amoldado a la punzada de dolor que me provocaba andar de aquel modo. Había optado por zancadas algo más largas para evitar prolongar aquella amarga sensación. Me detuve cuando estuve delante de mi destino.

- Señorita Doblas, pase.-dijo con amabilidad una voz grave tras la puerta entornada.

Haciendo caso a las indicaciones, crucé el umbral de la puerta adentrándome a la consulta.

- Buenos días, Manolo, ¿Cuántas veces te he dicho que puedes tutearme?-refunfuñé mientras con cuidado trataba de cerrar la puerta de la consulta.

- Insuficientes para lograr que le tutee.-comentó divertido el canoso médico.- Siéntese en la camilla que miraremos como está ese tobillo.-añadió levantándose de la silla.

Fui hacia la camilla y con la ayuda del médico me senté en esta. Apoyé las muletas a un lado de la camilla y el médico empezó a cortar la venda. Con cada corte notaba la descompresión de mi pie y a su vez, en este notaba cierta hipersensibilidad. El aire impactando de nuevo sobre aquella zona, la piel volviendo a entrar en contacto con el exterior. Las frías tijeras devolvían a mi pie un amplio abanico de sensaciones que no echas en falta hasta que dejas de percibirlas.

El alegre médico inspeccionó minuciosamente mi pie. Hizo diferentes movimientos y aquella vez, no dolieron. Hacía días que había dejado de notar molestias aunque había continuado haciendo reposo para evitar una recaída. Se volvió hacia su mesa y posó las radiografías que previamente me había realizado sobre una pantalla iluminada. El tobillo parecía en buenas condiciones. Así lo indicaba su sonrisa. Volvió a acercarse a mí, sentándose justo a mi lado.

- El tobillo parece estar muy recuperado. Le daré el alta.-anunció.- Pero eso sí, deberá usar la tobillera que le recetaré y tener el máximo de cuidado posible, sobre todo los próximos días.-añadió con una tierna sonrisa.

- Prometido, jefe.-respondí risueña.

- Pues ahora, mantenga el pie hidratado porque la venda tiende a resecar la piel, ya puede dejar de usar las muletas y vuelva de manera progresiva a la actividad física.-dijo el amable señor levantándose de la camilla.

Asentí e hice lo mismo. Esta vez cogí las muletas pero de un modo muy distinto. Tras aquella semana y media, por fin mis manos iban a descansar. Tras recoger la receta y despedirme del entrañable Manolo, salí de la consulta dirección al párking. Allí debía esperar a Ricky, quien me prometió que me recogería y me llevaría a merendar a un sitio nuevo del centro.

Revisé rápidamente la multitud de coches tratando de encontrar el coche de mi amigo, aunque sin éxito. Resoplé y me senté en el banco que había justo enfrente de la carretera. No creía que Ricky tardase demasiado, pero por si acaso, mejor le esperaba sentada, que como mínimo parecía que esperaba el bus. Pasaban los coches delante de mí, una y otra vez. El rato iba pasando y ni rastro de Ricky. Empezaba a ponerme nerviosa. Desbloqueé el teléfono y ni rastro de un mensaje o llamada del mallorquín. Lo volví a bloquear mientras resoplaba. 

De pronto mi vista se nubló y sobre mis ojos sentí frío. Rápidamente me llevé las manos hacia los ojos, donde encontré dos manos. Ese tacto me era familiar. Avancé mi exploración y toque algo duro, diría que metálico. Había diferentes objetos de este tipo. Eran anillos. Anillos. Era ella. Contuve la respiración unos instantes, ¿Qué hacía ella ahí? De pronto me puse nerviosa. Tenía muchas preguntas que hacer. 

- ¿M-Miriam?-pregunté nerviosa.

Retiró las manos de mis ojos y me giré hacia atrás, encontrándome a la rubia con una leve sonrisa en su rostro y la culpabilidad metida en su mirada. Tomó aire y agachó la cabeza fugazmente para volver la mirada a mis ojos.

BANDERA BLANCA - Miriam²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora