Prólogo

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Ella era joven-solo llevaba trece onomásticos en ese momento pero su tía, Cersei Lannister, estaba en ello de nuevo

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Ella era joven-solo llevaba trece onomásticos en ese momento pero su tía, Cersei Lannister, estaba en ello de nuevo.

La Reina miró hacia la mesa, la belleza rubia que parecía florecer ante ella. Celos era una manera ligera de decirlo. Cersei despreciaba a Dyanna Waters. Quería a la niña muerta, pero también sabía que su hermano nunca la perdonaría si algo le pasaba a la chica.

Si Dyanna tenía un rasguño en su cabeza, Jaime instantáneamente sospecharía que Cersei tiene algo que ver. Por mucho que amara a su hermana gemela, amaba aún más a su hija. El sabía del odio de Cersei por la niña, y sabia que debía mantenerlas separadas tanto como pudiera.

"Dónde está Robert?" Cersei golpeó su puño en la mesa mientras miraba alrededor de la habitación. Jon Arryn tomó un paso nervioso para hablar, pero la mirada que le envió Cersei le hizo agachar su cabeza lejos de sus ojos acusadores.

Si había una cosa que Jon Arryn sabía, era que hoy no necesitaba la ira del león.

"Lamento llegar tarde." Robert caminó lentamente con sus manos en el aire. "Estaba aprovechando al máximo nuestra hermosa ciudad."

Quieres decir aprovechando al máximo los burdeles.

"No te preocupes, mi amor." Cersei suspiró mientras Robert se sentaba en la cabeza de la mesa, "Te perdonamos, por supuesto."

Robert empezó a comer, lo que señalaba que el resto de la mesa tenía permitido cenar.

Dyanna no era aficionada de comer con la familia real, pero sabía que su padre quería que se sentara con ellos ocasionalmente.

Cersei, por supuesto lo odiaba. Por qué una bastarda tenía permitido sentarse en presencia del Rey y su Reina?

"Cómo te va, Anna?" Robert preguntó con su boca llena de comida. "Cómo van tus estudios?"

"Me está yendo bien, su Majestad." La joven sonrió- sus ojos verdes brillando. "Estoy disfrutando mucho revisando los libros de historia en este momento."

"Qué historia te están haciendo ver?" Jaime preguntó mientras cortaba la carne frente a él.

"La historia del trono." Ella sonrió. "Estoy estudiando a Aegon el Conquistador y sus hermanas-esposas."

"Asqueroso no es así." Robert sacudió su cabeza al pensar de dos hermanos acostándose juntos. Sus ojos se dirigieron distraídamente a su hijo mayor, Joffrey mientras apuñalaba la carne con un gran cuchillo. No era necesario, pero era Joffrey y le divertía. Robert lo dejó pasar.

"Si, su Majestad." Dyanna estuvo de acuerdo con él. A ella no le gustaba el incesto de los Targaryen, pero odiaba más la locura que venia con ello. Su padre fue el que mató al Rey Loco, y por ello siempre sería conocida por ser hija del Matarreyes. Parte de ella no podía evitar pensar en que hubiera pasado si el rey no hubiera estado loco.

Los Targaryen eran un tema recurrente en la vida de la pequeña Dyanna. Ella se encontraba perpleja con cada historia que leía, y cautivada por cada leyenda que tenían. Su padre le había regalado un huevo de dragón de piedra con escamas cuando era pequeña. Su padre afirmaba que era parecido a los que existían en Poniente. Un azul profundo que encontró que parecía casi como si tuviera piedras preciosas incrustadas. Brillaba como acero pulido una vez que la luz golpeaba en el ángulo correcto y proyectaba brillos a través del resto de su habitación.

Era verdaderamente hermoso-muchas de las sirvientas pensaban lo mismo, pero nadie lo amaba verdaderamente como Dyanna lo hacía.

"Su Majestad, está bien si me retiro antes?" Dyanna pidió permiso al Rey repentinamente, y él asintió- moviendo su mano hacia ella. Su padre miraba cuidadosamente como ella se alejaba con su cabeza baja, pero él no la cuestionó.

Conocía a su hija lo suficiente a estas alturas y lo predijo correctamente.

Como cada noche, Dyanna se sentaba en su cama con una vela y un libro antiguo- su huevo de dragón entre sus piernas mientras leía sobre la conquista de los Targaryen y soñaba que algún día incubaría su propio dragón.

Si tan solo su huevo no fuera un adorno.

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