XIX.

362 37 2
                                    


Quisiera decir que después de ese día todo cambio, que tuvimos como invitado al Señor Hamilton más de una vez en nuestro departamento para cenar, que fue el perfecto invitado y que comenzamos una amistad.

Pero, el lunes siguiente todo era como antes.

Nada había cambiado y yo no podría estar más irritada y molesta por ello.

Y así siguieron los días, pasando uno a uno frente a mi cara recordándome mi pobre fracaso de venganza.

¿Qué había salido mal?

No lo sabía, en serio no lo sabía.

Según yo había hecho todo paso a paso para que él no resbalara, o quizás si solo lo suficiente como para que el hombre cayera, pero a mis pies.

—Cariño, ¿qué tienes? —le dije a Aura ese mismo día en la mañana mientras le ayudaba a estar lista para la escuela.

—Estoy molesta.

—Bien, ¿por qué estás molesta?

—No he podido encontrar mi muñeca de Mulán por ninguna parte.

—¿Buscaste debajo de la cama?

—Sí, y por todo mi cuarto pero no la encontré.

—¿La llevaste a la escuela?

—No, siempre la tengo aquí porque me da miedo de que se manché. —Grita la niña desesperada.

No queda duda, es mi hija.

Aura no era como las demás niñas. Ella era tan ordenada y limpia que a veces me preguntaba si no la había parido yo, porque éramos iguales en ese aspecto.

—Prometo que cuando volvamos a casa por la tarde la buscaremos sin descansar hasta que la encontremos, ¿de acuerdo? —Dije colgándole la mochila a los hombros a la niña— Pero ahora ya debemos irnos.

Mi hija me miro resignada y cansada al mismo tiempo, la noche anterior había tenido algunas pesadillas y no había dormido bien y a veces me gustaba dejarla en casa y yo me quedaba con ella o si no tenía más remedio la llevaba conmigo al trabajo.

Pero esta vez no se podía ni una ni otra cosa.

Así que la tuve que llevar a la escuela confiando y rezando internamente para que no se fuera a poner peor estando ahí.

—Está bien.

La llevé a la escuela dándole una de las mejores sonrisas que pude, pero yo la conocía bien, la niña no iba a estar bien hasta que no encontrará la muñeca.

—Mamá porque ya no ha venido Dante a vernos, él lo prometió. —Dijo la niña jugando un poco con su mochila antes de entrar en la escuela.

Me agaché para mirarle mejor.

—Quizás lo ha olvidado. —Respondí serenamente.

¿Qué le iba a decir?

Que el hombre estaba loco y nunca sabías que esperar de él y por eso no podía confiar en un hombre como él.

No, no podía hacerle eso a mi hija, por más sincera que yo sea con ella está vez tuve que recurrir a la mentira. Pero la niña no se quedó con mi respuesta, siguió anhelando escuchar lo que ella esperaba.

Nada más, nada menos.

—¿Cómo puedes olvidar cumplir una promesa a un amigo?

No tuve palabras para responder una pregunta como esa, así que abogué a lo obvio. El trabajo.

Sr. Hamilton "Trilogía: Tú, Yo y Nosotros".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora