XLIII.

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Esa misma noche le había pedido a Susana pasar la noche con ella en su casa. Ella aceptó sin decir nada, solo le dio un leve beso fugaz en los labios cuando se lo propuso.

Pero cuando estuvieron dentro de su casa y con todos dormidos, ella le recordó que las únicas caricias que él debía de querer por el resto de su vida eran las de ella.

Por ese hecho, él toco cada parte de su cuerpo como si apenas le tocará por primera vez.

Repaso y se guardó dentro de su mente uno a uno los lunares que su futura mujer tenía en todo el cuerpo. Uno justo en el medio de su pecho, otro por debajo del seno derecho en forma de una fina mancha de tinta.

Uno al lado derecho de su rostro, por donde termina la mejilla y comienza el cuello, otro justo debajo de la nariz.

Besó las líneas que se crearon como evidencia de las curvas peligrosas y bellas de Susana, entre los glúteos y sus piernas. Tocó con las yemas de sus dedos aquellas marcas y cicatrices que su mujer tenía en las rodillas. Ella le había dicho que se las había hecho cuando comenzó a querer aprender a andar en bicicleta.

Tenía cerca de ocho años cuando ella y su mejor amiga en el albergue donde vivió la mayor parte de su vida le pidieron ayuda a una Trabajadora Social del lugar que les enseñará a andar en bicicleta.

Cómo siempre y al ser la más valiente de las dos, la primera fue Susana. Todo parecía ir de maravilla hasta que al dar la vuelta bajando por una gran colina detrás del albergue no pudo frenar al ver venir un auto y cayó en un montón de vidrio que había regado por la calle.

Le dieron puntadas en ambas rodillas y aunque al principio le dio miedo y le quedaron unas enormes cicatrices, el tiempo y la perseverancia de la mujer le dieron lo que ella tanto anhelaba aprender como recompensa. El saber era una de las cosas más importantes para Susana.

Por ello nadie se sorprendió en su albergue cuando ella, por si sola aprendió latín con la ayuda de un libro que había traído de la biblioteca de la escuela.

Ni tampoco la seguridad fue nunca un problema para ella, por ella cuando le cuestionaron con la sospecha en la mano si ella se había robado ese mismo libro, al día siguiente en la dirección de su escuela, ella con total seguridad lo negó.

Y es que para Susana, la confianza lo era todo.

Y sí alguna vez perdía eso, lo perdería todo.

Y es que cuándo Susana Ávila se apegaba a una historia no había poder en el mundo que le hubiese hecho dudar de eso. Por ello no solo no pudieron mandarla a detención en esa ocasión, suspenderla, ni tampoco acusarla de robo ese día, ni ningún día después de ese hecho solo por haber sido encontrada con el libro en sus manos.

Por eso, cuando ella misma me confesó aquella noche que cuando me vio a los ojos ese mismo día más temprano, lo supo y se apegó a la historia que ella misma ya había creado en su mente.

Le cuestioné, y pregunté varias veces como estaba tan segura de que no había pasado nada entre Débora y yo dentro de la oficina, y ella me la respondió diciéndome que como en esa ocasión cuando era apenas una niña respondió.

—Si no tienes la certeza de algo, debes analizarlo todo, ve las piezas, las pruebas que tienen en las mano y si no es suficiente para ti, cree siempre lo contario a lo que se ve hasta que puedas probar lo que piensas.

Recordándome a mí mismo que en ocasiones como está, las primeras impresiones nunca son lo que se ve en realidad.

Eso me hizo pensar en el día que la conocí, y en cómo me volvió loco con esos tacones de aguja que llevaba para caminar de diario de la manera más natural que jamás le había visto hacerlo a una mujer antes, tan decidida y cómoda, tan segura.

Sr. Hamilton "Trilogía: Tú, Yo y Nosotros".Where stories live. Discover now