XXII.

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—¿Por qué ha hecho eso? —Gritó molesta, la mujer medio hundiéndose en el agua.

Pensé que estaba jugando, pero después de varios intentos de no salir a flote la ayudé.

—Pare, pare, se hará daño —Con mis dos brazos la tomé de las piernas y la coloqué en el borde de la piscina. Luego la tomé de un brazo y la ayudé a acomodarse, se sentó sana y salva un poco más lejos de la orilla.

Pero lejos de verle hecha un desastre mojado, para mí ella era una autentica obra de arte caliente, preciosa y mojada.

Luego de que ella estaba estable, intenté disculpar mi comportamiento.

Me miró molesta, enfurruñada mientras intentaba pronunciar esas palabras... y aunque ella parecía molesta, yo no dejaba de admirarla.

Pero es que ahí estaba ella, tan molesta, tan caliente y tan inalcanzable para mí.

Lo cual me hizo pensar aunque sea solo una vez sí ella me diera una señal, sí ella quisiera, podría tenerme.

Así que no me quedó más remedio que usar la carta más obvia para los dos. Necesitábamos calmarnos y enfriarnos, los dos. De otra manera...

No, eso era algo imposible de pasar incluso en mis pensamientos.

—Tomé, quítese lo que pueda para que se lo lleven a secar. —El Señor Hamilton me da unas toallas y con ellas comienzo a secarme.

Cuando me giró el mayordomo está observándonos desde la puerta. Ahora parece aterrado por lo que Dante me ha hecho.

Y yo estoy molesta.

—¡Está loco! ¡No voy a desvestirme delante de dos hombres maduros! —Grité como una loca.

Estoy muerta de la frustración, el Señor Hamilton se ríe frente a mí, en mi cara.

¡Cabrón petulante has de ser!

—Nos daremos la vuelta.

Los observé por unos segundos, me debato entre irme mojada o quedarme aquí un par de horas hasta que mi ropa se sequé.

Después de un par de minutos parada y mojada, y no en el sentido que creí que podría terminar si venía a la casa de Dante Hamilton, cedo ante lo obvio a pasar y comienzo a quitarme mis prendas mojadas.

Él me mojó, él me seca.

Eso no sonó como quería que sonará, ya lo sé, y me regaño a mí misma por eso.

Gracias a Dios no me ven, porque debo mantenerme enojada por el bien de los dos, aunque muy dentro de mi ser me da gracia la situación.

Y es que juro que cuando vi hacia la dirección del mayordomo con sandalias especiales para no mojarse los zapatos italianos que llevaba y un impermeable amarillo para no mojarse casi me hago pipí de la risa pero no lo hice, porque necesito mi dignidad si quiero salir viva de aquí.

Gracias a Dios había dejado todas y cada una de las cosas de valor a un lado antes de caer al agua, sin embargo aún así sé que ese cabrón arrogante me las va a pagar en cuanto pueda.

Pero por ahora lo que más me preocupaba es que Aura estaba esperándome en casa, eso y que al caer al agua sentí un leve pinchazo en el pie derecho, pero estaba segura que estaba bien, ya sabía que era eso, ya lo había vivido antes, era una vieja lesión que no había sanado como debía y que cada que me esforzaba más de lo que debía surgía de nuevo.

Como la historia que los dos teníamos, estaba por hacerlo pronto.


***

Sr. Hamilton "Trilogía: Tú, Yo y Nosotros".Where stories live. Discover now