✨𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖉𝖔𝖈𝖊:✨

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— A-Alex, yo...– agaché la mirada–, entiende que esté así de dolida y cabreada.

— Lo entiendo a la perfección, pero solo te pido que me perdones. No digo que seamos amigos al instante, pero déjame demostrarte que he cambiado, que no soy el mismo Alex que el de primaria, y que me arrepiento muchísimo.

— Vale– volví a mirarle, y vi como una pequeña pizca de alegría iluminaba sus ojos color café.

— ¿E-Enserio?– asentí, y mostró una sonrisa que nunca había visto. 

Me abrazó con fuerza, a lo que yo le devolví el abrazo con algo de duda y sorpresa.

¿Debía decírselo a Rubén? ¿O ya se habrían perdonado ellos cuando lo hablaron la noche anterior? 

Alex se separó de mi mientras se quitaba una lágrima y sonreía.

— ¡Oye!– dije con un tono algo dulce– ¡Pero no llores!

— Lo siento, es que estoy contento de que me des una oportunidad.

— No es nada, supongo...– me encogí de hombros con una pequeña sonrisa.

(***)

Por fin llegó el miércoles. Las clases en la Universidad fueron bien. No conseguí evitar volver a hacer contacto visual con Carlos, pero esta vez ni se limitó a hablarme, solo me mostró una pequeña sonrisa y siguió hablando con su amigo de al lado.

Y mi primera tarde en la cafetería fue espectacular, muchísimo mejor de lo que me esperaba.

Cuando entré, me recibió el calor del aire acondicionado rozando mis mejillas, las risas de unas jóvenes que charlaban a mi derecha, la melodía de "I'm Born to Run" de American Authors (multimedia) que sonaba por lo bajo y dando ambiente, y el tintineo de la campanilla que colgaba sobre la puerta y sobre mi cabeza para avisar de mi entrada.

— ¡______!– Pablo salió de una habitación con los brazos extendidos y con una sonrisa deslumbrante– ¡Te estaba esperando!

— Hola, Pablo– le devolví la sonrisa y puso una mano sobre mi hombro, mientras se colocaba las gafas.

— ¿Preparada para tu primer día?

— ¡Claro!– estaba muy entusiasmada. 

En Barcelona había tenido bastantes trabajos: cajera en un supermercado bastante cutre, repartidora de flores, camarera en un antro de fiestas que quebró después de ocho meses de inaugurarse, fui niñera de una niña de seis años insoportable... Y todo para conseguir algo de dinero, ayudar en casa y ayudar a pagar mi matrícula de la Universidad.

— Vale, pues...– se agachó detrás de la barra y sacó un documento de un cajón–. Firma esto, y ya podrás empezar.

Me dio un bolígrafo que estaba encima de una libreta y suspiré, mirando el papel. Acerqué el boli a la hoja con la mano temblorosa y firmé muy rápidamente.

— Ya está– le di el documento y mostró una sonrisa todavía más grande.

— ¡Genial! Acompáñame– hizo un movimiento rápido con la mano indicándome que le siguiera, y eso hice.

Se metió en la habitación por la que había salido antes para saludarme. Era una especie de almacén juntado con un despacho. A mi derecha había un montón de cajas con comida, género, frutas, verduras, sacos de harina, de azúcar, cajas con granos de café... Y a mi izquierda una mesa con un ordenador algo viejo, blanco y cogiendo polvo, junto a un montón de papeles que se alzaban y sobresalían de todas partes, y una silla de escritorio negra, la cual estaba perfectamente colocada en el hueco para las piernas.

Me dio un uniforme que me encantó. Constaba de una camisa blanca, junto con unos pantalones vaqueros negros y un delantal rojo bastante oscuro.

Me lo puse en el pequeño baño de empelados que me indicó y salí más preparada que nunca. Me recogí rápidamente el pelo en una cola alta y me acerqué a la barra con una sonrisa impresionante.

En ese momento entró Rubén con algo de rapidez, supuse que llegaba tarde a su turno, pues el reloj de aguja que colgaba sobre la cafetera indicaba que eran las cinco y siete de la tarde.

— ¡Hola! Siento llegar tarde, me lie con un asunto– dijo pasando tan rápidamente la barra que ni me vio ahí plantada.

— No te preocupes– rio Pablo–. Mira quién está aquí– me señaló rápidamente con la cabeza y Rubén por fin me miró, a lo que yo le saludé con una mano.

— ¡Ostia puta! ¡Joder, hola!– alzó las cejas y dejó la mochila que llevaba colgada del hombro sobre la barra, para después abrazarme con fuerza.

— ¡Esa boca, Rubén Doblas!– escuché que gritaba Pablo mientras soltaba una carcajada.

— Vale, vale, ¡perdón!– Rubén se separó alzando los brazos, como si le estuvieran apuntando con un arma, y los tres reímos a carcajadas.

— Venga, empieza ya tu turno y enséñale a ______ como va esto.

— Voy.

Rubén se metió en el mismo baño donde había entrado yo para cambiarme, y salió igual de vestido que la primera vez que nos reencontramos y como yo: con una camisa blanca, unos pantalones negros y ese delantal rojo, el cual le iba un poco pequeño debido a lo alto que era.

— Yo voy a hacer algo de papeleo– y dicho esto, Pablo se metió en su despacho-almacén.

La campanita de la puerta sonó dos veces, indicándonos que habían llegado nuevos clientes. Era una pareja de adultos. Una mujer castaña y bajita, de ojos claros y con mucha vida, vestida con un vestido de día azul marino precioso, se sentó delante de lo que supuse que era su marido, un hombre rubio y de ojos oscuros, vestido con una sudadera verde y unos pantalones azules. Ambos sonreían a más no poder, parecían felices de verdad.

— ¡Tus primeros clientes!– el grito de Rubén me hizo dar un pequeño respingo y escuché que soltaba una carcajada.

— Joder, pero no chilles.

Me dio una bandeja de plata reluciente, una libreta sin estrenar y el mismo bolígrafo con el que había firmado el contrato.

— Perdón– volvió a reír–, anda, yo te acompaño hasta su sitio.

Asentí algo nerviosa y me dirigí hacia la mesa.

Todo fue sobre ruedas. Atendí a más clientes esa tarde, sentí como volaba sobre el parqué claro del establecimiento de lo rápido y bien que lo hice todo.

Rubén me dio la enhorabuena al terminar el turno, al igual que Pablo, que había salido alguna que otra vez a mirar y comprobar como iba.

— Hasta parece que tienes experiencia con servir cafés– dijo Rubén cuando salíamos del edificio y nos echamos a andar hacia la Universidad.

— ¡No te lo conté! En Barcelona fui camarera.

— ¿Camarera? ¿Enserio?– asentí.

— Bueno, fue en un antro cutre de fiestas que quebró después de menos de diez meses– hizo una mueca de disgusto–. Sip, sé lo que piensas, fue una puta mierda– soltó una carcajada.

Te odio... - Alexby y tú © [𝚃𝙴𝚁𝙼𝙸𝙽𝙰𝙳𝙰]Where stories live. Discover now