Entre líneas I

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Al nacer, la primera cosa que vio fueron los ojos llenos de alegría de su madre.

Después, lo segundo que vio fue la expresión de alegría de su madre tornarse en una expresión mixta de miedo y hostilidad.

Y por último, lo tercero que vio, antes de que el cansancio la obligara a cerrar los ojos, fue como su madre la agarraba y le decía: – «Tranquila, cariño. Todo va a estar bien»

Cerró los ojos con tranquilidad. No sabía lo que pasaba, pero confiaba plenamente en su madre.

...

El tiempo pasó y conforme trascurría, ella fue creciendo, convirtiéndose, como su madre decía, en «un pequeño manojo de energía inagotable lleno de curiosidad».

Todo lo que le rodeaba le parecía infinitamente interesante, desencadenando miles de preguntas en su interior: ¿Qué eran esas cosas marrones con esa otras cosas verde que crecían en sus puntas (Arboles)? ¿Qué era esa cosa tan brillante (Sol) que flotaba en el cielo? ¿Qué era esas cosas que estaban en el suelo y que la hacían estornudar (Flores)?

Todo duda que surgiera en su joven mente, su madre se la respondía con paciencia y cariño.
Por alguna razón, nunca se preguntó qué fue lo que pasó el día de su nacimiento. Su madre tampoco tuvo intenciones de aclarárselo.

Era totalmente feliz. Su vida, aunque algo solitaria, era bella: tenía una madre que se encargaba de darle todo en la medida que le era posible.

Aunque, a veces se preguntaba por qué su madre miraba tan solitariamente el horizonte. Sin embargo, jamás se lo pregunto directamente. No quería hacerla sentir mal. En su lugar, cuando eso ocurría, simplemente se limitaba a abrazarla.

– «Estoy aquí – trataba de transmitirle –, nunca te dejare»

En esos momentos, los ojos de su madre se posaban sobre ella –– los rastros de tristeza desapareciendo de su cara –– y sonreía.

– «Ojala esto dure para siempre» – pensaba inocentemente, inmersa en el calor de su madre.

Desafortunadamente, como ella más tarde descubriría, el cruel mundo no permitía esa clase de ilusiones.

Un día, ella escuchó voces desconocidas.

Al escucharlas, simplemente debió haberla ignorado. Su madre le había dado tres simples reglas y le había ordenado que las siguiera estrictamente al pie de la letra.

Numero uno: «No hables con extraños».

Numero dos: «No salgas de los límites del bosque».

Y número tres: «Y lo más importante, jamás te alejes demasiado de mí».

En toda su vida, ella jamás había desobedecido ninguna de esas reglas. Pero ese día, su curiosidad (y quizás su soledad) pudieron más que su razón. 

Sigilosamente, sin que su madre la notara, ella se movió en dirección a ese extraño y atrayente ruido.

Y así, cuando estuvo lo suficientemente cerca, ella vio a unas criaturas totalmente extrañas.

Harry Potter y el Juego del DestinoWhere stories live. Discover now